RATAS CON PLUMAS…

POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)

Tengo en mi ruta diaria el paso por el histórico Arco del Alcocer, o de la Cárcel, o el tan citado Arco de la Villa en todos los documentos antiguos. Y es que, como en otros casos, no se complicaban mucho en eso de la denominación de calles, plazas y edificios, la histórica y monumental Plaza de la Villa debe su nombre a que en la edad media era el centro, la plaza principal de la Villa de Arévalo, como así era llamada también la puerta principal de las murallas, la principal de la Villa… era una denominación eminentemente descriptiva y de situación, como lo era esa calle que aún lleva el mismo nombre, un nombre sin nombre… Calle de Santa María a San Miguel, las dos iglesias parroquiales de la antigüedad que dan comienzo y fin a esa calle del casco histórico, entre otras.

Bueno, esto puede parecer un juego de palabras premeditadamente enrevesado, pero viene al hilo de una cuestión. Cada día que paso por esos arcos que conforman la entrada a la “Villa vieja”, el Arco, puedo advertir los días que madrugo algo más que meticulosamente los operarios de la limpieza barren y manguean concienzudamente ese paso principal para la vida de la ciudad, y también del turismo que en estas fechas es tan abundante para admirar nuestro mudéjar y la zona monumental, y estos días para los actos culturales que se desarrollan en el magnífico escenario de la Plaza de la Villa. Precisamente por ello se tiene un cuidado especial en ese entorno, aunque hay días que pareciera que no han pasado esos servicios por allí… y todo por cupa de esas palomas, que no de la paz, que han hecho de ese trecho del arco su torre de apartamentos con la guarrería que cada día arrojan a ese paso tan transitado. No hace mucho me tuve que volver a casa con una cagada descarada, y permítanme la expresión vulgar, pero así me entienden todos, que inoportunamente me calló en el hombro desde lo alto, pues esas aves tan idealizadas, pero que son tan guarras y llenas de pulgas y pijos, no ven donde dejan caer sus excrementos y ponen aquello de pena, sucio e intransitable, y no digamos cuando caen cuatro gotas que el suelo se torna resbaladizo con el consiguiente peligro para el viandante. Yo aún recuerdo una época de mi infancia en que esta plaga no existía y casi añorábamos algunas palomas que adornaran el paisaje urbano… ¡Cómo ha cambiado la historia! Porque ahora son una plaga indeseable y difícil de controlar. Ya se que no es políticamente correcto decir esto, pero la excesiva protección de estas aves a veces no es la fórmula idílica del entorno deseado. Hoy las palomas urbanas parecen más ratas con plumas que un ave que simboliza algo tan hermoso como la paz, y en lugar de ser agradables son odiosos animales con los que cuesta mucho convivir.

Pero al margen de esa anécdota, hoy quiero insistir en el verano cultural, con esos conciertos y actos musicales de los más variado y para todos los gustos que las noches de verano amenizan al personal menos joven, porque muchos jóvenes salen en numerosos vehículos o en autocares a las fiestas de los pueblos. Por cierto, este fin de semana tan temido por el tráfico y las colas que se han producido en la A6, que siempre arroja cifras dolorosas, ha resultado libre de muertos en las carreteras de nuestra Comunidad. Gran noticia. Unos espectáculos seguidos por centenares de personas, aunque alguna noche era más que fresquita en este verano cambiante.

Como también hay que relatar y contar el éxito que han tenido los tres días del cine de verano, en la misma emblemática plaza arevalense, que lucía en su penumbra otro nuevo aspecto para lograr el ambiente cinematográfico adecuado, un acto muy popular que ha sido organizado por la Asociación “Arévalo Se Mueve” con la colaboración del Ayuntamiento y de otros, y con mucho público recordando otros tiempos, cada cual con su silla, se proyectaron las películas Campeones, Madagascar y El mejor verano de mi vida.

Aún queda verano y actos cuando hemos amanecido con otro respiro de temperaturas que han bajado sensiblemente en un verano extremo y cambiante.

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