EL HERALDO BICÉFALO DE VALSAÍN

POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

Sepan Vds., queridos lectores, que en el Medievo, cuando un monarca quería comunicar algo trascendente a otro monarca o poder político extraño, enviaba a una persona de su máxima confianza con el recado. Solía elegir entre los más nobles y destacados de los componentes de su consejo, ya fuera el Aula Regia, la Cámara Real o la Curia Regia, que para todo siempre ha existido una multiplicidad de nombres.

El caso era que los elegidos por el rey sentían un gran orgullo en cumplir con la encomienda, pues en su misión estaban representando al reino, defendiendo su honor e intereses frente a los del territorio al que viajaban. Con el paso del tiempo, los monarcas y sus círculos de poder empezaron a tirar de espías que acompañaran a los heraldos en sus misiones diplomáticas, hasta el punto que muchos llegaron a considerar una deshonra que tales artes oscuras, las del espionaje, mancharan la intachable imagen de los heraldos. Obviamente, el paso del tiempo hizo que esta práctica, la de enviar emisarios honorables a otros países, callera en desuso, siendo ocupado su espacio por los embajadores, estos sí, espías en tierra extranjera por naturaleza.

Aún así, ese mismo tiempo que pasó en balde para los honorables emisarios sí cuajó en el concepto en sí del nombre. En el momento en que empezó a generalizarse el uso de publicaciones periódicas para contar lo que pasaba en las ciudades, regiones e, incluso países; en el instante en que los periodistas y sus diarios de informaciones fueron una realidad, muchos de ellos rescataron este maravilloso concepto para dotar de honorabilidad, certeza y veracidad todo aquello que aparecía escrito en sus páginas. De ese modo fueron surgiendo periódicos conocidos como el Heraldo de Madrid, el Heraldo de Aragón, el Heraldo de Soria, de Villafranca de los Barros, de Alcalá, de Castilla, de Huesca, de Azuaga. Hubo uno dedicado a la Industria y otro a las Artes, las Letras y los Espectáculos; otro deportivo, Militar en Madrid, nacional e incluso Guardés y Rosacruz. Para nuestra desgracia, no tuvimos la suerte de recibir Heraldos en los casi ochocientos años de historia humana de este Paraíso, sino más bien embajadores e intereses asociados a las embajadas. En lo que se refiere a los diarios, sí tuvimos algún que otro, pero ningún heraldo, aunque fuera con minúsculas.

Claro que, si nos concentramos en Valsaín, la cosa cambia. Allí, desde hace más de treinta años, disfrutan de un Heraldo con mayúsculas y, para más singularidad, bicéfalo. Amantes del Paraíso como ninguno, José Manuel Martín Trilla y Maite Isabel Fernández, han sabido comprender la labor imprescindible del Heraldo que, en lo que a ellos respecta, constituye la recuperación de la memoria de una comunidad. Como tales, han sabido transformar esa obligación de preservar el mensaje inherente al Heraldo y transmitirlo de forma clara, directa y sin dobleces. Por ello, desde hace ya más de veinte años que vienen luchando con esa encomiendo honorable de perpetuar las raíces de una comunidad, la de Valsaín y la Pradera, que se hunden profundamente en la historia de Segovia, de Castilla, llegando hasta el siglo XIII.

Y no crean que me estoy refiriendo en exclusiva a la edición y publicación de la revista Crónicas Gabarreras, que también. Ya me dirán dónde se puede encontrar otra joya etnográfica y antropológica, asociada a una comunidad característica, que permita analizar y estudiar a fondo las costumbres y tradiciones desarrolladas en los últimos ciento cincuenta años.

Ahora, detrás de estos dos paisanos hay mucho más. Desde la sensibilidad literaria de José Manuel, que novela de forma magnífica la cotidianidad de pasar el tiempo entre pinos, sudor y familia a los esfuerzos de ambos por consolidar concursos poéticos, deportivos, festivos y experiencias culturales de todo tipo, pasando por la participación en cualquier actividad encaminada a preservar y divulgar una forma de vida cada más propia del pasado moribundo que del aterrador futuro. Es por eso que este vecino que les escribe sienta una profunda admiración por el esfuerzo sostenido en el tiempo, por el sacrificio que estos dos honorables paisanos llevan dedicando a la memoria social, esencia de la supervivencia para cualquier comunidad. Creo que nunca podremos agradecer como se merece el sacrificio que supone esta dedicación.

Al menos, déjenme que, por un domingo, honre a José Manuel y a Maite como Heraldos de Valsaín y que ese homenaje quede en su memoria por muchos domingos más para comprender que, en un mundo donde las tradiciones se convierten en armas políticas y las costumbres en base para la construcción de nacionalismos excluyentes y asesinos de la convivencia, estos dos queridos y admirados amigos gastan su vida contando la humildad del diario esfuerzo de sus vecinos como base del éxito en la vida.

Después de todo, como habría dicho mi Señor Padre, nada hay en la vida más importante que honrar al que lo merece y ayudarle en su esfuerzo.

Fuente: https://www.eladelantado.com/

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