AQUEL BAUTIZO GITANO

POR PEDRO SÁNCHEZ NÚÑEZ, CRONISTA OFICIAL DE DOS HERMANAS (SEVILLA)

Utrera. Eduardo García López-Cepero, Luisita Rivas Florido, Fernanda de Utrera, María del Carmen Sánchez Núñez, Antonio Serrano García, en una fiesta en una casa de la calle “la Plaza”, hacia 1970.

Para Maruja, que seguirá estando para siempre con quienes la queremos… y para Rafael.

Aquel día, hace ya años, se celebraba en Utrera un bautizo gitano. No recuerdo la fecha exacta, pero sería en torno a 1970 y el lugar la vieja casa que había pertenecido a Concha Saavedra, en la calle La Plaza, calle que entonces aún se llamaba calle Calvo Sotelo. Era una fiesta de las que las familias gitanas, pueblo sabio, organizan como nadie, dando la importancia que merecen a los tres acontecimientos sustanciales de la vida del ser humano: el nacimiento, el compromiso matrimonial y la muerte. Momentos que celebran y comparten con los suyos. Celebración aquella que, aun a pesar de la generosidad de la acogida, no estaba al alcance de cualquiera. Era un privilegio poder asistir al acontecimiento, y así lo entendimos quienes tuvimos la suerte de ser invitados por un miembro de la familia.

Por aquellos años el grupo de amigos frecuentábamos la taberna de Juan Segura, junto a la casa de Labourdette, en la acera derecha subiendo la cuesta de la Corredera, una taberna pequeña y modesta donde Juan, que hubiera podido dar “sopa con honda” a los pelmazos y cursis “masterchefs televisivos” sin ponerse medalla alguna, de debajo de la barra sacaba un tesoro gastronómico sencillo pero contundente (pajaritos fritos incluidos cuando aún no era “pecado” ni existían los ecologistas, ni había “moros en la costa”), sin necesidad de estrellas Michelín, pero con calidad sobrada para atender los paladares más exigentes y las peticiones más especiales de cualquier caprichoso.

Y algo más arriba, a dos o tres casas del talabartero Pacheco, que hacía primores con las cosas del caballo, también hacíamos parada y fonda en la taberna del “Tati”. En ella, mientras tomábamos las sencillas tapas de una buena cocina casera, teníamos gratas tertulias donde arreglábamos las cosas de Utrera y de parte del extranjero. Allí, de vez en cuando, nos encontrábamos compartiendo la hospitalidad del “Tati” con dos grandes del cante jondo, Fernanda y Bernarda Jiménez Peña, que como familia acudían a saludar a su sobrino alguna vez que otra. Artistas que por méritos propios figuraban desde hacía tiempo en todas las antologías y que siempre tendrán el lugar destacado que les corresponde en la Historia del cante y en la de su pueblo natal, Utrera. Mujeres profundamente admiradas en todo el mundo por su arte, pero humildes, sencillas y cercanas en un trato que poco a poco fuimos compartiendo, aún siendo nosotros para ellas unos perfectos desconocidos. Aún recuerdo algún comentario al hilo de alguno de esos encuentros, como aquel día que Fernanda nos dijo que algunas personas de su entorno les decían a ella y a su hermana Bernarda que, aunque su carrera artística era extraordinaria, en los tiempos que corrían era menester que ensayaran, como hacían los demás artistas, y ella decía que no se veía a la hora del desayuno, en la mesa de camilla de su casa, marcando el compás y ensayando una soleá.

De ahí surgió la invitación a aquel bautizo gitano del hijo del Tati. La vieja casona de la calle La Plaza se llenó de arte, donde con la familia fueron llegando “los cabales” y un público heterogéneo de invitados y admiradores. Fue un auténtico Cónclave, que nada tuvo que envidiar a los que se celebran en el Vaticano, este utrerano “Cónclave de arte”, oficiado por lo mas granado del cante jondo, que brotaba torrencial, generoso y de verdad en una noche mágica en torno al recién nacido y a su familia. Allí estaban Antonio Peña Otero “El Cuchara”, Josefa Loreto Peña “Pepa de Utrera”, Miguel Vargas Jiménez “Bambino”, cuyo arte incomparable vuelve con fuerza, Miguel Funi con su inconfundible pañuelito y su talle juncal, y Manuel de Angustia y los Perrate José y María Fernández Granado, y Gaspar “de Utrera”…

Y “las Niñas” por excelencia, hijas de José el de Aurora y de la chacha Inés y nietas de Fernando Peña Soto “Pinini”: Bernarda, cantaora privilegiada, maestra de la bulería, de quien un crítico decía que “era capaz de meter a compás hasta la guía de teléfonos” y Fernanda, “la reina de la soleá” como la llamaba Manolo Peña Narváez, la que “había bebido en los vientos de infinitas madrugadas gitanas y heredado el sentido épico de la raza calé”, la que en palabras de Manuel Martín en el homenaje a su Memoria en el Teatro de la Maestranza un 15 de marzo de 2003 “llegada la hora del momento supremo, de cuando un agarrón en el ‘vestío’ anunciaba lo que había de venir, sublimaba el cante hasta extremos sobrenaturales y lograba crear una atmósfera de emocionada desolación, de amargura sin estridencias, así como de acatamiento de un destino final que se iba perdiendo entre las sombras de una voz angustiosa a la que había que decirle ‘¡Basta!”. Ya no puedo mas, Es imposible tanta densidad desesperada”.

Y allí oímos aquellas letras que venían del más allá con rabiosa actualidad, de una tradición centenaria, recuerdos del arte de antepasados cuya memoria viva estaba retratada en el ambiente, desde Mercedes Fernández Vargas La Serneta que “fue piedra y perdió su centro” a Rosario Torres Vidal Rosario la del Colorao, donde en sus gargantas prodigiosas el amor y la pena se unían en un éxtasis infinito de arte y compás. Hubo allí muchos momentos de emoción contenida, de cante y baile por derecho, de palmas y guitarras con un compás indescriptible. Y del “romance de María de las Mercedes” de Bernarda pasaba el testigo a Fernanda con aquella cantiña del Pinini “s’an enreao tus cabellos y los míos” o ese cariño con su hermana cuando terminaba por bulerias con aquello de “Yo me voy para Utrera/ con mi hermanita Bernarda/ la mejor de España entera”. Y allí vimos también detalles de exquisita inspiración e improvisación genial, como el gesto de Bernarda, que se emocionó viendo entrar a Juana La Feonga, que como solían las mujeres cuando pedían una gracia con la sencilla devoción del pueblo llano, iba vestida de promesa con un vestido morado y cordón amarillo al cuello, con el hábito del Gran Poder, y le cantó una impresionante saeta.

Todos esos recuerdos quedan reflejados en una foto de esa fiesta, que tengo hoy aún más presente porque es el recuerdo entrañable de quienes compartimos esa noche de fiesta, ya que hoy algunos de los retratados seguramente gozan de la fiesta infinita y eterna. En aquella fecha, Eduardo García López-Cepero (+ 2011) tras terminar brillantemente sus estudios de Derecho, estaba al frente de la formación del personal en la compañía de seguros “Previsión Española”, cuyo agente en Utrera era nada menos que Manuel Peña Narváez, que algo tenía que ver con el gremio y con el bautizo en cuestión. Se casaría Eduardo con Mari Carmen Castro, una chica de San Fernando a la que conoció con motivo de su servicio en la Milicia Universitaria en el Cuerpo General de Marina, y con ella tendría a sus hijos Eduardo, Mercedes y Mari Carmen . Y visitaba con frecuencia a sus padres en el estanco utrerano de la calle Sevilla, frente por frente de la taberna de Eleuterio Señas del Hoyo.

<>Luisita Rivas Florido seguía viviendo con sus padres en la calle San Fernando, junto con sus hermanos Joaquín, un estudioso investigador prematuramente fallecido al igual que su hermano Jose María, y le siguen acompañando María Jesús y Candelaria. Años mas tarde se casaría con Paco Moreno Arcos y se mudaría a su casa de la calle Bohórquez y allí tendría a sus hijos. En aquella época recorreria la Fuente Vieja con su pandilla de amigas: Consuelito Rivas, Mari Carmen Sánchez, Consuelo Gálvez, Conchita Carmona, las hermanas Giráldez y otras varias compañeras de sus tiempos en el colegio de la Sagrada Familia.

Con ellos aparece también en la foto “la mejor cantaora de soleares de todos los tiempos”, Fernanda Jiménez Peña (+ 2006), “Fernanda de Utrera” para la gran historia del cante, que en aquella fecha estaba en la cumbre de su arte a sus cincuenta años. Con palabras más doctas que las nuestras, el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia recoge su semblanza: “A pesar de haber participado en 1946 en la película Duende y misterio del flamenco, de Edgar Neville, Fernanda de Utrera no se dio a conocer, públicamente, hasta 1955, al actuar con su hermana Bernarda, también cantaora, en los festivales de Sevilla. Dos años después viajó a Madrid de la mano de don Antonio Mairena, para actuar en los cuadros flamencos de los tablaos Zambra y El Corral de la Morería. Ese mismo año ganó el Premio de Soleares del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba. Permaneció dos años actuando en el tablao Las Brujas, de Madrid, y fue contratada para cantar en el Pabellón Español de la Feria Mundial de Nueva York de 1964, pasando a formar parte de la compañía de la bailaora Manuela Vargas, con la que actuó en toda Europa y parte de África. Sus cantes por soleares, reconocidos como los más puros, obtuvieron justo reconocimiento en el concurso de 1966, en Mairena del Alcor (Sevilla), siendo distinguida, en 1967, junto a su inseparable hermana Bernarda —cantaora eminentemente festera— con el Premio Nacional de Cante de la cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera. Volvió a la gran pantalla de la mano de Luis Lucia en 1971 para actuar en su película La novicia rebelde y repitió en la película Flamenco en 1995 bajo la dirección de Carlos Saura. Un año más tarde fue nombrada Hija Predilecta de Utrera y reconocida con la Medalla de Plata de Andalucía. En marzo de 2003, año en que recibió la Medalla de Plata al Mérito en el Trabajo, fue homenajeada en Madrid y Sevilla, con asistencia y participación de las más destacadas figuras del flamenco. En 2005 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y en 2006, año en el que falleció, fue nombrada Hija Predilecta de Sevilla.

El poeta cordobés Juan Velasco, como se recoge en “Rito y Geografía del Cante Flamenco” ha escrito de Fernanda de Utrera: “Ella gusta que se la conozca como nieta del Pinini. Como cantaora de los estilos utreranos. Como si todo eso de los linajes y de los estilos tuviera nada que ver con el amargo desconsuelo que sale de su boca tras debatirse su arte con las penitas del alma; como si el estado de gracia en el que se sumerge su cante no proviniera, exclusivamente, de la inspiración más sublime. Un estado que conduce su voz por los ecos de la ensoñación y que provoca en quien la escucha, la más honda efusión sentimental”.

Fernanda, como dice en su página Manuel Campo, nunca olvidó su raza, y por ello, cuando hablaba, se apoyaba en el ritual y el conservadurismo, pues estaba convencida de que los gitanos son la esencia que mantiene encendida la cultura flamenca en su estado más puro.

Y disfrutando de la fiesta con su hermano y sus amigos estaba María del Carmen “Maruja” Sánchez Núñez (+ 2019), hija de Miguel Sánchez “el de las Cuatro Esquinas” y de María Núñez, que entonces tenía unos 20 años y aún vivía con sus padres en la calle Rueda número 3, una casa que había pertenecido a don Enrique de la Cuadra. Poco tiempo después se incorporaría al Ayuntamiento de Dos Hermanas, donde trabajó cerca de cuarenta años hasta su jubilación, siempre como encargada del Registro General, dejando un intenso recuerdo de buena compañera, trabajadora eficiente y ejemplar, cariñosa, humilde, hogareña, buena hija y mejor madre de sus hijos Augusto Rembrandt y María Eugenia.

Y es que trabajando en Sevilla, antes de ingresar en el Ayuntamiento, conoció a Rafael Rodríguez Román, joven artista utrerano, que por aquel tiempo estudiaba Bellas Artes, cuando pintaba del natural en la torre de Don Fadrique y con él se casó siendo profesor de Dibujo de Instituto, en cuya tarea también se jubiló en el Instituto nazareno “Virgen de Valme” tras una ejemplar carrera docente, que compaginaría con su verdadera profesión como prestigioso fotógrafo, grabador, pintor y escultor. Y juntos estarían hasta que una cruel enfermedad se la llevó un día de noviembre de 2019, cuando la vida se le presentaba más placentera, dejándonos en un gran desamparo a quienes la queríamos.

Y con ellos en la fotografía está Antonio Serrano García, abuelo del recién nacido cuya fiesta estamos recordando, que por entonces trabajaba en la fábrica “Tejidos Planas”, de la Vía Marciala, antes de que los turbios manejos de los empresarios catalanes, competidores, terminaran logrando su cierre.

Este es un recuerdo de aquellos años felices, donde todos nos conocíamos en Utrera, donde se pasaba revista a las situaciones personales simplemente dando una vuelta por la Fuente Vieja y la Vía Marciala. Esos recuerdos que, si no en fotografías como la que ilustra estas páginas, quedaron para siempre grabados en el corazón, con el recuerdo inolvidable de las personas a las que quisimos.

Pedro Sánchez Núñez
NOVIEMBRE DE 2019.

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