LA CADENA DE MONTAJE DE ANDREA PROCACCINI

POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

Casa Consistorial del Real Sitio.

Hace algo más de un año discutía con mis estudiantes en el campus de Colmenarejo de la Universidad Carlos III de Madrid acerca de lo voluble y contradictoria que suele ser la ideología. De lo cerca que suelen andar capitalistas, comunistas, fascistas, socialistas, demócratas y totalitarios cuando el pensamiento sucumbe a lo práctico y el fin se impone a la lógica pausada del razonamiento. Es en ese preciso momento que los polos opuestos, más que atraerse, se funden. Caso ejemplarizante en este aspecto fue la decisión tomada por Henry Ford a principios del siglo XX de aumentar el sueldo a sus trabajadores y disminuir la jornada en sus fábricas de vehículos con el objeto de aumentar sus beneficios netos. El magnate de la automoción se había percatado de que, al mejorar las condiciones laborales de sus empleados, éstos aumentaban la productividad de forma alarmante, lo que redundaba en el beneficio del capitalista haciendo mucho más competitivo el producto final. Sus competidores, por el contrario, veían en las decisiones de Ford un guiño al socialismo, lo que debía producir en este modélico estadounidense no poco jolgorio siendo como era un enconado anticomunista, sustentador de cuantos lucharon contra ello, incluido el general Franco. Aún así, con guiño al socialismo, al comunismo, al fascismo o al capitalismo más salvaje, Henry Ford entregó al mundo contemporáneo el desarrollo de la producción en cadena como base de la mecanización de la industria.

En esas iba pensando el otro día, camino de La Fundición y de los vinos que a buen seguro habría de gastar con mi Compadre, el Sr. Bellette, que me detuve en la plaza de los Dolores, con la mirada fija en la Casa Consistorial del Real Sitio. Edificada hacia 1736 según la traza de Andrea Procaccini, aposentador del Palacio Real de San Ildefonso, la casona del Ayuntamiento actual responde al proyecto de enfermería solicitada por Felipe V. Ya fuera porque le preocupaba que aquellos paisanos acudieran con demasiada frecuencia a las cercanías de palacio con sus enfermedades o porque en algún momento sintiera cierta empatía con la población, con sus sirvientes o con las ideas de racionalizar la política y el gasto público según reclamaban los ilustrados, Andrea, más pintor y gestor que arquitecto, acabó por construir aquella Real Enfermería de tan buen uso actual.

Ahora, si bien es cierto que la intención de construir aquella infraestructura iba en beneficio del común, su ubicación no lo parece tanto. Teniendo todo el Barrio Bajo a su disposición, Procaccini decidió añadir la Real Enfermería a la plomería levantada hacia 1728. Es cierto que, desde un punto de vista arquitectónico, la continuidad de la estructura respondía a los principios básicos del urbanismo de la época, pero, pensando en la salubridad, no es que los gases derivados de la fusión del plomo hayan sido muy saludables que digamos. Además, la enfermería disponía el patio junto a la pared divisoria de la fragua, poniendo en contacto enfermos con efluvios de plomo y combustible. No sería de extrañar que, como algunos afirman, estuviera ubicado allí el depósito de cadáveres.

Obviamente, el resultado general de aquella Real Enfermería hubo de estar más cerca del tanatorio que del sanatorio. Para reforzar el argumento, el propio rey entregó su gestión a la Archicofradía Sacramental. Levantada una pequeña capilla adyacente, la archicofradía, bajo la advocación de las Ánimas, pudo esforzarse en acompañar a los moribundos en un trance final del que no había escapatoria al hallarse la casa de sanación junto a una fragua plúmbica.

Supongo que debido al éxito obtenido por la construcción del binomio letal más el acompañamiento anímico, Sempronio Subissati, éste sí arquitecto, edificó en 1738 la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario a continuación de la Real Enfermería y la capilla, cumpliendo con el sueño de la Cofradía del Rosario, constituida hacia 1724. En buena lógica, Subissati no rompió la tendencia, añadiendo al frente de la parroquia del Barrio Bajo el cementerio del Real Sitio.

Así que la línea de Procaccini en el Barrio Bajo constituía una sucesión mortífera que conectaba la plomería con el primer hospital para llegar hasta el cementerio con el apoyo de la Archicofradía Sacramental de Ánimas en un verdadero alarde prematuro de trabajo en cadena que ya hubiera querido inventar Henry Ford.

Casi tres siglos más tarde, el tiempo, con quien todo pasa y nada queda por mucho que se esforzara en contradecirlo Antonio Machado, ha desdibujado la cadena de desmontaje del artista italiano. En la plomería degustamos saludables viandas y la Real Enfermería trata de curar las pestes que los malos usos provocan con el ejercicio de la política municipal. La Archicofradía Sacramental de Ánimas cambió su ubicación del más acá de la enfermería al más allá de la casona de Santa Marta para acabar desapareciendo y el cementerio, trasladado por orden de Carlos III al exterior de la población hacia 1783, dio paso al juego de niños y a los arrumacos de los adolescentes, ajenos por completo a la voluntad de reyes, artistas y, principalmente, al paso de la historia. Y ésta, contingente e inmisericorde, fluye hacia lo desconocido en una sociedad que pierde cada día más el interés por la herencia del pasado de aquellos que, mudos, nos gritan con piedra un legado imperecedero que camina inexorable hacia el olvido y la destrucción.

Fuente: https://www.eladelantado.com/

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