POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)
Al final nos estamos acostumbrando a comprobar, como dice mi diccionario de refranes españoles recopilados por José María Tavera, publicado en 1968, que «por la facha y por el traje se conoce al personaje». Creo que de alguna manera facha y fantoche pudieran tener relación, aunque etimológicamente no sea así, ya que en este último caso visto como insulto nos situaría ante una persona estrafalaria o extremadamente presumida, aunque se podría referir a que su vestido fuera grotesco. Sin embargo, tal vez, nos estemos encontrando que esa vestimenta no fuera tan antiestética sino pulcra y elegante, dando aires al individuo de petulancia o insolencia y presunción en el sentido de alto concepto de sí mismo.
Ahora bien, dejemos a un lado a estos fantoches y situémonos en otra de sus acepciones referida a aquellos muñecos que logran moverse gracias una cruceta, desde la que cuelgan unos hilos que sujetan su cuerpo, o bien a aquellos otros que se mueven introduciendo la mano por debajo de su vestido. Así, llegaríamos a los títeres, al guiñol o a la marioneta.
Hace ya bastantes años en un viaje a Austria, en Salzburgo presencié la representación memorable de la ópera «La Flauta Mágica» de Mozart en el Teatro de Marionetas que fue fundado en 1913. Durante mi vida, hay algunos espectáculos a los desde niño he sido aficionado; el circo y las marionetas. Recuerdo perfectamente, aquella película de 1953, entonces debía de tener seis o siete años, titulada «Lilí» en la que Leisle Caron disfrutaba en un circo con los títeres como sus mejores amigos. De igual forma que gozaba cuando llegaba a Orihuela algún barracón ambulante con representaciones de «cristobicas», tal como denominábamos a los pequeños actores del guiñol. Con los años, en Zacatecas (México), tuve ocasión de ver una gran colección de títeres de la Compañía Rosete Arcenda en el Museo Rafael Coronel.
Pero, remontémonos a estos espectáculos de la última década del siglo XIX, en Orihuela, cuando se representaban en el Teatro conocido como de la Corredera, cuyo solar permanece sin edificar actualmente, en la confluencia de dicha calle con el callejón de Barberos. Era aquel Teatro construido en 1840 por Francisco Regidor Reig, con capacidad para unos 900 espectadores y cuya boca del escenario estaba decorada con pinturas del oriolano Ruidavert.
En el año de 1890 que nos vamos a situar, era propiedad de la Sociedad «La Cooperativa» que lo había adquirido tres años antes por 9.000 pesetas, incluyendo todos sus enseres. Por esos años triunfaba en España la Compañía de Fantoches de británico Thomas Holden, dentro de una gira por América y Europa. Incluso, en Madrid, en el Circo de Price como novedad presentaban una corrida de toros con marionetas. A este le sucedió Isidoro Narvon, con sus «autómatas italianos», en el mismo momento que gozaban de éxito los Fantoches del Jardín del Buen Retiro en la Villa y Corte.
El domingo 5 de octubre de 1890, Narvon y sus Fantoches hacían su presentación en Orihuela, donde actuaron durante todo ese mes. Los llenos al completo fueron repitiéndose en sus actuaciones y la prensa valoraba la precisión de los movimientos de los pequeños intérpretes, la puesta en escena, el atrezo y el rico vestuario. Hasta el punto que «los diminutos y mecánicos actores parecían personas de carne y hueso en vez de muñecos de cartón y madera». El señor Narvon, llevaba un repertorio de 12 obras, para las que precisaba de 200 decoraciones, algunas realizadas por Mr. Rever.
A las ocho y media de la noche del citado domingo subía el telón del Teatro de la Corredera, y después de la sinfonía inicial se puso en escena la comedia de magia en cuatro actos y en verso «Marta la Hechicera», escrita para este espectáculo por el dramaturgo José Mazo. En esta obra fueron utilizados doce decorados, entre los que destacan el salón regio de la Hechicera, la plaza turca y el atrio del Palacio del Bajá de Persia. Todos ellos realizadas por los pintores barceloneses Miguel Moragas y Féliz Urgellés. El primero autor de los telones de boca del Liceo, Tívoli y Romea, y el segundo de las decoraciones del primero de esos teatros. El público oriolano pudo disfrutar del espectáculo abonando por la entrada desde 0,50 pesetas general, 0,75 pesetas anfiteatro, 1,25 pesetas butaca, hasta 5 pesetas platea sin entrada.
Durante su estancia en el Teatro de la Corredera de su repertorio conocemos el título de algunas obras representadas, como «El País del Oro» y «La Guerra Franco-Prusiana», triunfando el personaje Mr. Blondin y el fantoche gimnasta, y «La Conquista de Argel» en la que gustó el fantoche cómico Perico. Y de las escritas por José Mazo: «La Herencia del Diablo» en la que destacó el inteligente fantoche Canuto y los decorados «El Jardín Diabólico» con su galería de columnas y «Marina» que se transformaba en el fondo del mar con corales, conchas, nereidas y ondinas y miles de peces, e incluso un volcán que arrojaba lava e incendiaba y destruía palacios y torreones.
Transcurridos desde aquel mes de octubre de 1890, hace casi ciento treinta y tres años, como si fuera parte de una obra de fantoches, recordemos un anuncio aparecido en «La Prensa» de Orihuela de esas fechas: «Leche de burra a domicilio. Se reciben los avisos en la Plaza de Comedias, nº 5».
Ahora, no deberíamos verlo tan grotesco al recordar las pastillas de leche de burra que de niños adquiríamos en la farmacia y que actualmente se pueden mercar hasta por internet, aludiendo en algún caso las propiedades que Plinio el Viejo en su «Historia Natural» le atribuía a la leche de este equino.
FUENTE: https://www.informacion.es/opinion/2023/09/03/fantoches-automatas-orihuela-91642056.html
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