ARROZ CON COSTILLINES

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

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Pues señor, resulta que fui al «super» con la intención de ver carnes y precios para preparar un «guisín» en estos días primaverales.

¡Santo cielo! Casi me da un «soponcio pilatos», que decía un amigo mío, o una exoftalmia repentina como la que padecía el recordado Carpanta cuando veía un pollo asado.

El solomillo de ternera asturiana se ofrecía a ¡¡30 euros el kg!!

No se si es caro, barato o su precio es el correcto… pero 30 euros eran 5 000 pesetas de mi época laboral.

En vista «del éxito obtenido» y siguiendo con mis observaciones, encontré que la costilla de ternera y la de cerdo, ¡oh valor de los despojos!, se ofrecían a muy buen precio. ¡Hombre!, me dije, ya estamos en lo de siempre: ¡A lo tradicional, que es escuela de ahorro!.

Como en visión de pasado, recordé aquellos guisos tan caseros y tan sabrosos en los que las costillas («les costillines en cachinos», decíamos) eran el complemento cárnico de patatas guisadas y de arroces caldosos o en paella.

Y me vino a la memoria aquel dicho de una madre animando a que su hijo comiera el guiso: «¡Comi patatines, monu, comi patatines; que les costilles ya les comió papa!».

El «padi», nombre indio del arroz, esa planta que nació del ombligo de Retna Dumila (la Jora Radiante) cuando su enamorado Batara Guru fue a llorar a su tumba, fue creado por los dioses como alimento para toda la Humanidad según cuenta la leyenda hindú.

Y es verdad porque al arroz «le va todo»; hasta una humilde cocción en agua, aceite, sal y un toque de ajo.

Y «va con todo», como complemento y guarnición.

Así lo acabo de preparar:

Compré 400 g de costilla de ternera y 200 g de costilla de cerdo (troceadas) que, adobadas con sal y ajo, freí en aceite, añadiendo a media fritura unas tiras de pimiento rojo.

Llevé a una cacerola con un poco de caldo de carne y un chorro de brandy y dejé que cocieran mansamente a fuego medio.

Ya en su punto, añadí dos tazas de arroz de grano largo, sazoné con sal, sumé más caldo, di color con azafrán molido… y a cocer a fuego medio-fuerte.

Ya casi terminada la cocción sumé unas aceitunas sin hueso.

Tras 20 minutos escasos de hervor, retiré la cazuela del fuego y, cubierta con paño blanco, dejé un reposo de 5 minutos.

Les cuento «mi verdad»: no se aún qué estaba más sabroso, el arroz o las costillas.

En fin, como decía un amigo mío, muy «salvaje» él: ¡Me es inverosímil; tu come, calla y repite si te lo ofrecen de nuevo!»

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