MARIN BALDO EL MURCIANO QUE IDEÓ EL FABULOSO MAUSOLEO DE COLÓN

POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Reconstrucción del proyecto presentado por el arquitecto murciano Marín Baldo a la reina Isabel II

Hasta la Reina Isabel se echó a temblar cuando el arquitecto José Marín Baldo le confió cuánto costaría, millón arriba millón abajo, la obra que le estaba proponiendo.

Así que a ningún autor extraña que la soberana, después de advertirle cómo la Hacienda del país no andaba para tales desahogos, le encargara una maqueta.

Y maqueta y todo, triunfaría aquel murciano hoy olvidado pero del que escribiría Emilio Castelar en 1891: «La misma pertinacia que tuvo Colón al descubrir el Nuevo Mundo, tuvo Marimbaldo, como le llamábamos sus amigos, en glorificar a Colón y su descubrimiento. Así había ideado lo que podríamos llamar un Escorial o un Vaticano de la ciencia».

José Marín Baldo y Cachia nació en Murcia en 1826. Era hijo del alcalde, Salvador Marín Baldo, y estudió arquitectura en Madrid, desde donde se trasladó más tarde a París. En la capital francesa, tras conocer las vanguardias, tuvo la idea de proyectar un gran monumento a Cristóbal Colón.

No es necesario elucubrar cómo se fraguó aquella idea, pues el propio autor publicó una memoria del proyecto en 1876. En esta obrita recordaba que en 1865 ocupaba en Almería el cargo de arquitecto provincial cuando surgió en Madrid la idea de erigir un monumento al descubridor. Animado por el gobernador civil, acercó a la Corte los planos de su proyecto.

A la reina Isabel II le encantó, aunque casi tanto como le asustó conocer que el presupuesto de la obra ascendería a unos 100 millones de las antiguas pesetas, un gasto inasumible.

Quizá para resarcirlo, le encomendaron que confeccionara un modelo a escala, que más tarde sería expuesto en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866 junto a un cartel que rezaba: «Pertenece a SS. MM.».

La maqueta era espléndida. Fue fundida y cincelada en París por el escultor Joseph-Michel Caillé. Marín Baldo, citándose en tercera persona, aclararía en su memoria que «se marchó de Madrid y no volvió a saber nada de la buena o mala suerte que tuvo su proyecto».

Al menos, hasta casi una década después. En 1875, cuando ya se había convertido en arquitecto provincial de Murcia, la comisión encargada de seleccionar las obras que debían enviarse a la Exposición Universal de Filadelfia (Estados Unidos) le comunicó que entre ellas se encontraba la maqueta.

¿Y dónde la guardaron?

Pero había un problema: Marín Baldo desconocía su paradero. Incluso viajó a Madrid en su busca para descubrir que había sido abandonada en la exposición hasta que la destrozaron durante unas obras en el edificio. Pese a ello, la comisión le encargó que entregara los planos del monumento y una memoria para remitirlos a América.

El monumento, en realidad, era casi utópico debido a sus descomunales proporciones. No en vano citaba Marín Baldo los antiguos templos de Tebas, de Roma y Grecia como la medida adecuada para comprender su proyecto.

La planta primera constaba de hasta diez mil metros cuadrados, con un lado de cien metros de longitud. Sobre ella se alzaban cuatro fachadas de 8 metros, coronadas por estatuas de 3,25 metros. De allí arrancaban cuatro escalinatas hasta alcanzar una plataforma, que lucirían cinco fuentes, más esculturas y jardines con paseos. Era solo el primer cuerpo.

El segundo impresionaba más al incluir un pórtico de enormes columnas de seis metros de altura, coronadas con capiteles de hojas de plátano. A casi 18 metros del suelo se encontraría el llamado Museo Americano, cuyo techo se debía alzar otros 13 metros.

Sobre él levantarían una enorme esfera, de 22 metros de diámetro, que representaba el mundo. Incluía el diseño doce balcones en forma de proas, hasta donde podían ascender los visitantes para contemplar la ciudad a 34 metros de altura.

Sobre la esfera, en un pedestal que simulaba el castillo de popa de un barco se ubicaría la estatua de Colón. La altura total, desde la cabeza del descubridor al suelo, alcanzaba los 59 metros.

La idea incluía también representaciones de los diferentes frutos de América que llegaron a España y aquellos que desde ella se exportaron. Sin olvidar cuantos personajes estaban relacionados con el Descubrimiento: reyes, marineros, religiosos, conquistadores…

La parte central, diseñada con no pocos detalles de monumentos mexicanos y peruanos indígenas, albergaría el museo con las especies naturales que el llamado Nuevo Mundo aportaría a Europa. Y coronando la obra, como era evidente, una escultura de Cristóbal Colón.

Un panteón de ilustres

Debajo de aquella inmensa mole estaba previsto construir un panteón de hombres ilustres, encabezados por el propio Colón, cuyos restos proponía Marín Baldo traer a España desde Cuba, donde se encontraban pues, como adelantaba, «¿quién podrá asegurar que no se haya de perder nunca nuestro dominio en la isla…?».

Las dimensiones del mausoleo, como también reconocía el arquitecto murciano, impedían erigirlo en ninguna de las plazas que había en Madrid en aquella época. Así que, ya metido en gastos, proponía abrir un nuevo espacio en el ensanche de la ciudad, bien en la prolongación de la calle de Alcalá o en el Retiro.

La plaza constaría de un diámetro de 400 metros y una superficie de unas 12,5 hectáreas, casi 13 campos de fútbol, con calles de 37 metros y edificios con soportales.

El coste total que Marín Baldo señaló en su memoria era un tercio del propuesto a la Reina unos años antes. Así, calculaba que «se aproxima» a 33 millones de pesetas. Nunca se erigió, pero la historia conserva para siempre el sueño de este murciano de excepción que, sin buscar la fama, podría haber logrado convertirse en el autor de un monumento que hoy sorprendería al mundo.

Fuentehttps://www.laverdad.es/murcia/ciudad-murcia/murciano-ideo-fabuloso-20181007011309-ntvo.html

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