DIVERSIÓN EN VERANO

POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)

No sé si serán los años, pues no recuerdo si con menos edad sufría la temperatura en esta estación con mayor o menor paciencia. Ahora bien, lo que sí que me viene a la memoria son aquellas noches estivales en la que se recurría “a la fresca”, que por cierto no era una señora de vida licenciosa, sino aprovechar esas horas nocturnas en que la temperatura del termómetro se mostraba más generosa. Y, una manera de disfrutar era acudiendo al cine de verano, del que ya he escrito en alguna ocasión.

Todas estas evocaciones me surgieron hace algunas noches, cuando manejando el mando de la “caja tonta”, entré en una de esas películas que eran de las que, al cabo de tres o cuatro años de haberse estrenado llegaban a provincias, en programa doble con el NO-DO y anuncios incluidos. La película en cuestión en blanco y negro, era una producción hispano italiana de 1957, rodada en Alcalá de Henares, titulada como “La Cenicienta y Ernesto”, dirigida por Pedro Luis Ramírez, en la que se mostraba una versión del cuento clásico de Charles Perrault e interpretada por Antonella Lualdi y Franco Interlenghi, que eran matrimonio en esas fechas. Como muchas películas de esos años, aparecía una nómina extensa de actores, para mí, mal llamados secundarios, pues lo eran principales curtidos en las tablas del arte de Talía. Entre ellos, me divertí con una escena entre José Luis Ozores que va a efectuar una consulta a Felipe, un desaprensivo abogado, interpretado por Antonio Garisa, sobre la propiedad de un ternero, recibiendo siempre la respuesta que ésta era de la vaca. Entre los personajes, como propietario de una zapatería en la que trabajaba la protagonista, el oriolano José Marco Davó, amigo y familia lejana de mi padre y que tuvimos ocasión de tratarlo junto a Venancio Sansano, hijo del

también oriolano Juan Sansano Benisa, muchos veranos en Torrevieja.

Y se me abrían los ojos ante esta inocente historia de amor, a la que la crítica calificó como cursi. Lo cierto es que pasé un buen rato, recordando aquel ambiente de mi niñez de hace la friolera, nunca mejor en verano, de 64 años, y recordando la escena de una retreta del Arma de Caballería que me traía a la mente el acompañamiento de las imágenes de “Los Azotes” en Semana Santa, por una compañía de dicha Arma. Al igual que en una película de entonces se sumaron recuerdos de aquellos cines de verano, a la fresca, que he conocido en Orihuela, con empanada, pastel de carne gaseosa y pipas de girasol.

Sin embargo no olvidaba las sesiones al aire libre en los primeros años del celuloide en barracones que se instalaban en la Plaza Nueva, ni otras proyecciones en cafés como el Colón en dicha Plaza, el Sevilla en la calle Calderón de la Barca, en el alternaban cupletistas, conciertos musicales y películas. Así como, a finales de los años veinte, el Café España que montaba en esta última calle el proyector en la puerta del local y la pantalla enfrente, tapando el hueco del callejón de Paradas. En esa década, aprovechando el patio y las zonas de las cocheras del Hotel Palace se visionaban películas, inaugurándose la temporada de finales de primavera y verano de 1928, con “Bajo la máscara del placer” de Greta Garbo. En los años treinta, en el Campo de Deportes de los Andenes, sede de Orihuela F.C., se inauguraba un cine de verano, en 1932. Y, durante el mandato del alcalde Mariano Belda Garriga, se facilitaba la Glorieta de Gabriel Miró a una empresa de Murcia, cuya iniciativa duró poco tiempo.

Y el cine a la fresca, llega a mis recuerdos de niño, con sesiones en la Plaza de Toros que se anunciaba como “La Playa de Orihuela” y que fue durante algunos años un buen

negocio, gracias a que al aumentar la capacidad del número de espectadores, los precios eran más asequibles. No olvidé al Cine Cargen en el que, al transformarse como Cine Casablanca de invierno, en la temporada estival las sesiones comenzaban en la sala invernal y al oscurecer se pasaba a la de aire libre. Con lo cual, con esos programas con dos películas podíamos estar como espectadores casi cinco horas seguidas. Ni olvidé tampoco la Terraza de Verano del Cine Riacho, en la que disfruté con algunas películas como “Bambi” de Walt Disney.

Llegamos al fin. Tomaré otra vez el mando de la tele, sin necesidad de levantarme a cambiar el canal, para ver si tengo suerte y encuentro alguna película de blanco y negro que remueva mis recuerdos. A.L.G.P

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