EL CORTIJO NUEVO Y LA FUENTE DE LA TEJA

CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)

Descripción Obispado Jaén

Hoy me ha visitado mi amigo Luís. Al repasar la historia de su vida no ha cesado de hablar sobre el presente y el futuro de sus tres hijos, que ya estudian en el Instituto; de los momentos felices compartidos con mis primos Andrés, Fermín y sus hermanos, y de los años de su niñez, aquellos que con escasez de ropas, de calzado y medios de transporte, pasó junto a sus padres Sebastián Troyano y Lucía Beltrán y hermanas Juana, Bonosa y Ángeles en una casa en el campo llamada el “Cortijo Nuevo, en la que él, por ser el niño de la casa fue el más mimado, pero que después cuando creció cargó con las faenas más pesadas.

Ofrecía el cortijo, en la planta baja, una puerta grande de dos hojas de madera en el centro y dos ventanas pequeñas con rejas a los lados, y arriba otra ventana central en una cámara. El  tejado sin canalón vertía en la fachada. A los lados estaban los dormitorios de la vivienda y al fondo varias dependencias que utilizaban como cocina, graneros y almacén de útiles de labor donde se mezclaban arneses, ubios, aparejos, aguaeras, hoces, etc. en el suelo y colgados en palos salientes de las paredes, además de las cuadras para los animales.

Delante de la casa había rosales que crecían desde el suelo y una parra que entoldaba el acceso a la vivienda, y enfrente a poca distancia se alzaba un terraplén con los raíles del ferrocarril por donde día y noche pasaban los trenes, a los que, dice Luís, -le colgábamos todas nuestras ilusiones y esperanzas-. No circulaban muy de prisa y distinguíamos los letreros de los vagones pero no sabíamos a donde iban, ya que no sabíamos leerlos, así que nos contentábamos con verlos avanzar en las dos direcciones y unas veces los perdíamos de vista entre las viñas y otras entre olivos.

El patio tenía anexionado un corral de más de diez metros de longitud y en su alrededor existían numerosos agujeros donde se escondían los conejos que allí se criaban. Yo no daba abasto acarreando hierba para tanto bicho, y comida para las gallinas, pavos, cerdos, cabras y bestias de labor, pues en aquellos años de escasez y estraperlo hasta aquí venía gente del pueblo a comprar huevos, carnes y animales. Contaba.

El cortijo, no era muy espacioso, lo visité en 1953 cuando fui con Miguel Mantas Cantero, Tomás Martínez Ruano, Antonio Tendero Agudo y Manuel Arroyo Maroto,  a comprar unos conejos para comérnoslos con arroz en el campo los mozos que entrábamos en quintas ese año.

El Cortijo Nuevo, aunque está en el término de Lopera (Jaén) está más próximo a Villa del Río (Córdoba) y se llega a el por el camino paralelo a la vía dirección a Marmolejo pasando la casilla de la vía núm. 102 en el kilómetro 384/497 a la izquierda, junto al paso a nivel del camino que va, de Lopera, a las caserías de Santa Inés, la Aragonesa y el río Guadalquivir.

A la derecha de la vía queda el cortijo de Las Viñas, que allá por los años 1945/50 pertenecía a don Miguel Alvear, y las tierras de calma y olivares que cercaban el Cortijo Nuevo a don Emilio León, que por entonces se las vendió a la firma Rodríguez Hermanos que se habían afincado en Villa del Río con una fábrica de aceites y jabones.

El río Guadalquivir distanciaba de mi casa unos 300 ó 400 metros, y los veranos era nuestro retiro preferido, mi padre me acompañaba hasta la ribera para bañarme y sacudirme el calor junto con los labradores que acudían a aquellos campos a trabajar, labrando con yuntas de mulos, haciendo la siembra a voleo o la recolección.

Existía en aquella ribera una zona de terreno árido, que había sido explotado con la extracción de grava y arena, y la cuneta en su exterior entre las vetas blanquecinas y rojas, dejaba entrever las raíces de los corpulentos árboles, y los agujeros donde anidaban las abubillas y otros pájaros con plumajes de bonitos colores que admirábamos; pero lo más sobresaliente en aquel tajo de unos cuatro metros de altura, era el manto de agua que afloraba desde su parte más alta, que fue canalizada en su caída por los labradores, y a la que le pusieron una teja para recogerla y poderla beber en forma de chorro.

El agua cristalina, pura y fresquísima, ejercía un poder de atracción sobre todos los que la veían y bebían, de tal forma que allí comenzaron a acudir de los cortijos más próximos para abastecerse de ella y a desplazarse desde el pueblo los vecinos que conocían de sus buenas cualidades por las gentes que trabajaban en aquellos pagos, por lo que pronto los moradores la bautizaron con nombre propio “La Fuente de la Teja”.

En aquellas fechas había muchos conejos sueltos entre la arboleda del arroyo Salado de Porcuna y río Guadalquivir y también abundaban los pájaros, a los que intentábamos dar caza con costillas los muchachos de los cortijos de los alrededores, y también bajábamos a pescar con caña. Mis hermanas mientras tanto, limpiaban corrales, hacían las labores de la casa, blanqueaban el cortijillo y aprendían a coser y a hacerse sus ajuares bajo la dirección de mi madre, y todos, en cuanto sentíamos que silbaba un tren, hasta los pavos se encrespaban batiendo las plumas del cuerpo y cola; los conejos daban un fuerte taconazo y se escondían, y los muchachos nos poníamos de pie para verlo pasar mientras apostábamos por donde entraba. El tren pasaba lento y tras su rastro de humo se llevaba de cada uno de nosotros un suspiro y un deseo: el de subirnos algún día en él y largarnos, aunque fuera descalzos como estábamos, de aquel aislado y solitario lugar.

Habían pasado más de treinta años, cuando coincidimos avecindados en Córdoba, y trabajando en la misma empresa, RENFE. Luís lo hacía en la renovación de vía y yo en la administración. Luís aprendió a leer y escribir en escuelas nocturnas y en la mili, y me contaba que fueron muchas las veces que en aquellos trenes “noctámbulos” había hecho la ruta de Córdoba a Madrid y viceversa, y cuando pasaba por el Cortijo Nuevo soñaba con aquella casa donde las golondrinas anidaban en los aleros y las lagartijas refrescaban sus vientres en las blancas paredes, y de la Fuente de la Teja, sentía la nostalgia del agua fresca, y cómo flotaba su espíritu en el tren en ese trayecto sin parada, y soñoliento  corría de nuevo entre los olivos y buscaba la dirección del humo de la máquina.

Piensa que aquel tiempo en que hoyaba la tierra bajo sus pies descalzos no ha pasado, que es su vida real y tangible, y que, como un sueño le acompaña.

FUENTE: CRONISTAS

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