POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
Cuando dejamos la avenida de la Frontera, tomamos la carretera de Almaraz y subimos la cuesta de la Barrosa, nos adentrarnos en el encinar de la dehesa de Valverde, una de las propiedades de la familia Cánovas del Castillo cuya casona fue la hoy número 8 de la Rúa de los Notarios.
Nada más entrar en la dehesa la geografía comienza a bajar y ofrece un relieve discontinuo y variado, al fondo de esa barrancada, el Duero sigue hacia una acusada curva que es el vértice norte que ha tenido que bordear a lo largo de más de diez kilómetros al no poder el río romper el gran crestón geológico que parece anunciar el cercano granito.
El paisaje que se ofrece desde este vértice constituye una auténtica referencia, pero hay dos momentos claves respecto al Duero, el primero en las grandes avenidas, la visión desde este punto es verdaderamente única y como contraste están los largos períodos de estiaje en los que el Duero parece desaparecer a partir de la presa de El Porvenir, y en estas épocas las lagunas eran una auténtica tentación para pescar a campo libre. Tengo recuerdos de los finales de la década de los 40 de estas gestas de siesta de gentes de los pueblos de alrededor.
Así sigue el curso del río, a nuestra izquierda el paisaje de las dehesas y a nuestra derecha las aceñas y el Soto del Obispo, nos encontramos casi a los pies del cerro que corona la ermita de San Segundo, mientras al otro lado El Porvenir de Zamora nos hará recordar el profundo cambio que supuso para la ciudad y una buena parte de la provincia. El paisaje es una auténtica presentación de lo que se conoce como Arribes.
Constituye un conjunto paisajístico de tal categoría que es muy difícil encontrar en tan pocos kilómetros tal riqueza y variedad.
En este rincón ha descargado la madre naturaleza gran cantidad de atributos, pero desgraciadamente se ha convertido en un auténtico basurero.
Las leyendas que sobre estos pagos caigan nos afectarán muy seriamente.
Fuente: http://www.laopiniondezamora.es/
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