POR JOSÉ ANTONIO AGUNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE MALPARTIDA (CÁCERES)

Queridos amigas y amigos, especialmente los malpartideños, aquí os dejo este artículo recuperado de los Sucedió hace… que durante muchos años fuimos publicando en el digital hoymalpartida y hoy perdidos en el mar de facebook. Espero que os guste y os traiga a la memoria recuerdos de las fiestas navideñas de antaño que festejásteis o festejaron vuestros abuelos. Felices días.

Malpartida de Cáceres vive con intensidad las fiestas de la Navidad. Lo hace como desde hace siglos, “por los fueros de la tradición”. Sin embargo, muchas cosas han quedado atrás: lo profano devora poco a poco a lo religioso y los tiempos, que a todo le dan la vuelta, nos han traído a estas celebraciones en las que aún con sobra de todo, siempre seguiremos teniendo faltas de algo: de seres queridos que ya no están, añoranza de recuerdos y vivencias, el perdido candor de la infancia…

Antes, no era el sonsonete de la lotería el que abría el ruido de estas fiestas, y aunque en Malpartida siempre hubo afición a probar su suerte, no tenemos constancia de más “gordo” que el que cayó en un domingo, allá por el Carnaval. Comenzaba a olerse a Navidad con los adornos alusivos a estas fechas que se instalaban en los centros escolares en cuyas aulas no podían faltar los nacimientos hechos con serrín, corcho, cartulina y musgo –“modestos en lo material, sí, pero elaborados con gran amor y entusiasmo”-.

Esta costumbre de los nacimientos fue introduciéndose en las parroquias y las casas, elaborados primero con pequeñas y sencillas figuritas de barro, –aún queda alguno bastante antiguo-. Seguro que muchos recuerdan aquel enorme nacimiento que montaban los monaguillos y miembros de asociaciones religiosas sobre burrillas y tableros, bajo el altar de la Inmaculada y junto al de la Virgen del Rosario -que luce estos días con su traje de pastora como manda la tradición-.

¡Qué impresión y espanto nos causaba la figura de aquel nacimiento que representaba a un imponente soldado romano el día de la matanza de los inocentes, portando la espada en una mano y en la otra un tierno infante cogido por una pierna y boca abajo! Tampoco faltaba en la ambientación navideña la megafonía del ayuntamiento emitiendo villancicos, ni los adornos en la plaza –aquella Estrella de Oriente hecha con bombillas que durante años fue el único ornamento-, ni el “nogalito” en el bidón engalanado con cuatro luces de colores y otras tantas cintas de navidad, ni las enormes panderetas con que nos sorprendió alguna vez la fachada del Ayuntamiento hasta que llegaron las espadas de “Game of Thrones” y los paraguas de luces de colores.

Del mismo modo, sigue viva la costumbre del envío de felicitaciones, pues aunque la agilidad e inmediatez de las modernas redes sociales hayan quitado buena parte de su trabajo a las oficinas de Correos, seguimos mandándonos mensajes como antes lo hacíamos por medio de las tarjetas y christmas. Sólo que ya ni los carteros ni los barrenderos lo hacen con aquellas bonitas estampas que repartían a modo de saluda/petición de aguinaldo y en las que podían leerse estrofas como ésta dedicada al basurero: “…ese hada protectora de la higiene y la limpieza, pues defiende la salud que a todos nos interesa». Ni jamás faltó, es verdad, el canto de villancicos –incluso hubo concursos como el que acaeció en 1952 en el que se enfrentaron Acción Católica y la Sección Femenina- y las rondas para pedir el aguinaldo –como muestra la fotografía que ilustra este reportaje- por las casas de amigos y parientes que hacían la juventud y la infancia armadas de panderetas, castañuelas, almireces y zambombas y repitiendo una y mil veces aquello de: “Ya viene tía Viva/ con el chorizino/, le parece mucho/ le quita un cachino”.

Y porque el espíritu de la Navidad movió siempre al amor al prójimo y la compasión, tampoco se olvidaron las obras de caridad como el reparto de cenas a los pobres en la Nochebuena –hasta quinientas se dieron en 1950- ¡Dios mío, cuánta necesidad!; y belenes vivientes con causas benéficas como el que tuvo lugar en 1968 pidiendo “para los subnormales” –cuando entonces esta palabra era políticamente correcta y no ofensiva-. Por supuesto, también en aquellas antiguas Navidades se reunían las familias a la mesa para comer patatas con bacalao, el tradicional pavo, el pollo en pepitoria o las sopas de almendra, alimentos a los que no todos alcanzaban y cenas a las que no todos asistían pues había muchos pastores y gentes residentes en fincas alejadas que ni siquiera en esta fechas podían desplazarse al pueblo y debían celebrarla en el chozo o el cortijo, en la soledad del monte.

Ni podían acudir a la Misa del Gallo, que en los tiempos de “maricastaña” era uno de los momentos más divertido y humorístico de estas fiestas pues nuestros abuelos, más inspirados por el morapio de Montánchez que por la devoción al culto divino al que asistían, al alzar el sacerdote el cáliz comenzaban a soltar “quiquiriquis” armándose la marimorena.

Y si de festejos hablamos, no podemos olvidar tampoco la celebración del fin y entrada de año con las famosas doce uvas de la suerte, tradición que introdujo en Malpartida el conserje del Casino de Arriba, don José Rebollo “Caratriste” cuando invitó hace 83 años a los jóvenes de la buena sociedad a engullirlas “pausada y lentamente, no vayan a atragantarse, al son de las campanadas del reloj local”. Y como colofón, dedicamos un breve recuerdo a esa jornada de las supremas emociones y la ilusión: la de la noche y día de Reyes. ¿Qué traerán sus Majestades? ¿Una naranja, un caramelo, carbón, una hucha, una cartera, un balón, el fuerte Comansi, la muñeca de Famosa, la tricotosa de la señorita Pepis, un ajedrez, el mecano Metalin…?¿Qué traerán, Dios mío, qué traerán? Mientras tanto, corramos a comprar las entradas del cine, que ponen Tarzán. ¡Aaaaaaaaah!

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