LOS CALDEREROS

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

De la comarca granadina de Guadix, llegó a Ulea un inmigrante indocumentado, que se decía llamar Curro Vargas Cortés.

Su recto comportamiento le hizo incardinarse en la sociedad uleana y, de esa manera, el cura patrimonista, Miguel Tomás Abenza, hijo de una familia acomodada del pueblo, le dio cobijo entre nuestros habitantes.

Estábamos a finales del siglo XVIII, concretamente en el año 1788 y, el buen Curro Vargas, en uno de sus viajes a Guadix, regresó con una joven y, con ella, se afincó en Ulea.

El cura consiguió legalizar su situación personal y familiar y, aquí, tuvo su descendencia- un hijo y dos hijas -que emparentaron con nativos uleanos. La saga de los Vargas, con la inestimable ayuda de la familia Tomás, fue dando trabajo a su prole.

El hijo mayor, llamado José María, se avezó en el oficio de chatarrero y calderero disponiendo de la explanada de un corral próximo al campanario de la Iglesia de San Bartolomé.

Allí, en ese espacio, al descampado, blandía su martillo y sus tenazas, reparando calderas, calderos y otros artículos de latón; además de traficar con chatarra inservible.

Sin embargo, debido a que los montones de chatarra ocultaban nidos de roedores y otras alimañas, además del ruido que ocasionaban los potentes martillazos que retumbaban a su alrededor, el cura párroco le conminó a que trasladara el taller a otro lugar del pueblo en donde no molestara ya qué, allí, los malos olores y los sonoros martillazos, perturbaban el recogimiento de los feligreses cuando asistían a la celebración de los actos litúrgicos que se efectuaban en la iglesia.

El propio señor Tomás Abenza, le proporcionó un habitáculo en un lugar acotado del Corralón con el fin de que montara su taller de calderero. José María Vargas y, hasta una segunda generación, continuaron con su labor en dicho recinto. La familia encontró otro trabajo en la fértil huerta y desapareció la calderería del Corralón de Ulea.