LOS LIMPIABOTAS O LUSTRADORES

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA. CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

1924_Limpiabotas

El limpiabotas o lustrador es una persona encargada de limpiar y dar brillo al calzado de cuero y similares. Este trabajo lo ejercitan generalmente, los hombres y niños de un estrato social y económico bajo. La mujer, a nivel público, apenar ha ejercido estas labores; no así en casa, ya que la hacía y aún lo sigue haciendo con mayor frecuencia que los padres, abuelos y niños.

En Ulea, a principios del siglo XX, el Tío Lamico se agenció de una caja pequeña y plana de madera, a la que el carpintero Luís Herrera le colocó una horma de la amplitud de la las suelas de los zapatos que a la vez, le servía de agarradero. Con estas herramientas y una caja de betún, un trapo, un cepillo y una silla pequeña, a veces dos: una para los clientes y otra para el propio lustrador; aunque en muchas ocasiones, el limpiabotas trabajaba hincando una rodilla en el suelo o sentado en una piedra y el cliente permanecía de pie. A veces, colocaba unos trozos de cartón sino quería embadurnar los calcetines del usuario.

Esporádicamente, cuando se representaba una obra de teatro importante, aparecía un lustrador procedente de Ojós porque tenía sus contactos que le avisaban del evento al que acudirían personas ilustres que calzaban zapatos de material. Este limpiabotas respondía por el nombre de Kolás, el Bermejo. Como solamente acudía a los eventos teatrales y de variedades, a nadie le importunaba y el Kolás desapareció en el año 1912 sin dar señales de vida.

Unos años después, en la década de 1915 a 1925 el joven Gumersindo Martínez; más conocido en Ulea con el alias del Misino, fue quien se introdujo en el mundo de los limpiabotas, alternando con el oficio de trapero y chatarrero. La madre del Misino, le enviaba todos los días a las cuatro esquinas con un trozo de pan y aceite, con el fin de ganar unos reales con los que poder dar de comer a sus hermanos pequeños. Sin embargo, surgieron dos problemas serios: por un lado el Tío Lamico, que llevaba más tiempo en el oficio, obligó al Misino a que se buscara otro lugar en donde pudiera tener clientes distintos y, así, evitar la competencia directa y, por otro lado, el Misino, cuando gastaba las cajas de betún, al no tener dinero para reponerlas se surtía de grasa de cerdo, generalmente del pitorro. De esa forma, engrasaba las costuras de los zapatos y, tras limpiarlos de polvo y de barro, les daba una pasada con dicho pitorro y, en vez de darles brillo los engrasaba. Ambos inconvenientes los solucionó cambiando de ubicación, al marcharse a la plaza mayor al pie de las escalinatas de la iglesia y, volviendo a lustrar con betún.

Aún así, cuando algún cliente le protestaba por el uso de la grasa en vez del betún, el Misino, con su lengua un tanto trapajosa, les decía: la grasa de cerdo fortalece el material de los zapatos y, además, os cobraré más barato.

El tío Lamico, al enterarse de las triquiñuelas del Misino, protestó enérgicamente y, desde entonces, siempre estaban enzarzados en discusiones y amenazas en plena vía pública y, sobre todo, al pie de las escalinatas de la iglesia y a las puertas del Ayuntamiento.

Sin embargo, estas discrepancias tardaron poco tiempo en desaparecer, ya que la grasa de cerdo atraía a las moscas de los alrededores. Esa contrariedad no era del agrado de los usuarios y, por tal motivo, el Misino fue perdiendo de forma progresiva parte de su clientela. Por supuesto, que a partir de esta situación dejó de utilizar la grasa de cerdo para lustrar los zapatos y volvió a utilizar el betún.

Por otro lado, en aquella época, los uleanos que calzaban zapatos de material eran escasos y, como el tío Lamico era más veterano que el Misino, tenía igualados a los vecinos más ilustres que usaban zapatos, a razón de 200 reales al año por persona. En el igualatorio no entraban las reparaciones pero si la lustración de los zapatos dos veces al mes. Si en la familia había más personas que usaran calzado de material, les hacía un descuento proporcional, según la cantidad de zapatos a limpiar.

El Misino, que se vio privado de varios clientes fijos, merodeaba por las casas de los maestros, los curas, los médicos y los practicantes y, como estos, con excepción de los curas claro está, tenían hijos de la edad del Misino, se hizo amigo de ellos consiguiendo tener un buen filón de trabajo, con estas familias.

Ambos, el Amico y el Misino, recaudaban unos buenos dineros con los que ayudaban a la economía de sus casas. Sin embargo, a partir del año 1925, fecha en que se inauguró el puente sobre el río Segura, la mayoría de las personas que usaban zapatos de material y viajaban a Murcia con frecuencia, creyeron oportuno que les lustraran los zapatos los limpiabotas murcianos y, de esta forma, el progreso arruinó su oficio y se vieron obligados a sobrevivir con los salarios de otros menesteres.

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