LA TRADICIÓN HERMÉTICA EN EL VALLE DE RICOTE: EL SABIO SOLITARIO CERCA DEL PUERTO DE LA LOSILLA Y ALDARACHE (1091-1266) – 3
POR ÁNGEL RÍOS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE BLANCA (MURCIA)
El valle de Ricote, enclavado en la cuenca del Segura, aparece a primera vista como un territorio discreto en la vasta cartografía de al-Ándalus. Sin embargo, una mirada más atenta revela que esta región, y sus aldeas históricas como Aldarache (Darrax), Ulea y Negra (Blanca), desempeñaron un papel central en la transmisión de saberes filosóficos, científicos y espirituales entre Zaragoza, el Levante peninsular y el sureste de la península ibérica entre los siglos XII y XIII. Este libro busca reconstruir ese entramado, mostrando cómo linajes aristocráticos, maestros itinerantes, manuscritos y espacios de retiro formaron un ecosistema cultural único, capaz de resistir guerras, conquistas y cambios de poder.
La historiografía tradicional tiende a estudiar la política, la filosofía y la espiritualidad de manera separada, como compartimentos estancos. Sin embargo, al analizar el valle de Ricote y sus conexiones con Zaragoza y Murcia, se revela un proceso histórico profundamente integrado, donde la movilidad de familias aristocráticas, la circulación de sabios y la conservación de bibliotecas privadas convergen para crear un sistema cultural coherente. Este enfoque permite explicar fenómenos hasta ahora poco comprendidos: la aparición temprana de maestros unitarios en el Valle de Ricote, la circulación de corrientes filosóficas neoplatónicas, y la consolidación de un núcleo ascético que influiría decisivamente en figuras posteriores como Ibn Sabʿīn.
El marco histórico y político
Para comprender la singularidad del valle de Ricote, es indispensable situarlo en el contexto de al-Ándalus bajo los almorávides y los primeros almohades. La caída de Zaragoza en 1118 y el desplazamiento de la familia Hud hacia el Levante peninsular provocó una diáspora que transformó el flujo cultural y político de la región. Los Banu Hud, junto con su corte, secretarios y ulemas, se asentaron en Valencia, Denia y Murcia, llevando consigo manuscritos, tradiciones filosóficas y estructuras sociales que habían caracterizado a Zaragoza como un centro de saber. Esta migración no fue un traslado físico aislado, sino un trasvase de capital intelectual que permitió la continuidad de escuelas de pensamiento, redes de enseñanza y formas de gobierno sofisticadas.
Murcia, gobernada temporalmente por ramas hudíes, se convirtió en un laboratorio intelectual y político, donde la rebelión de Ibn Hūd en 1228 no solo representó un desafío militar al poder almohade, sino también una reactivación de la tradición sapiencial de la élite árabe oriental. La corte murciana atrajo poetas, filósofos y literatos, y su actividad cultural quedó registrada por cronistas como Ibn Saʿīd al-Maghribī, quien describió bibliotecas, tertulias y círculos de debate literario que reflejan la densidad intelectual heredada de Zaragoza.