POR JOSE ANTONIO RAMOS RUBIO, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES).
El 11 de noviembre de 1771, en la villa de Zafra, nacía Manuel Martínez de Tejada y Prieto, figura singular dentro de la compleja constelación de diputados que protagonizaron el tránsito político español entre el Antiguo Régimen y la construcción del constitucionalismo liberal. Hijo de Manuel Martínez de Tejada, natural de Aldeanueva de Cameros (La Rioja), y de Josefa Gabriela Prieto González, procedente de Canales de la Sierra, su linaje combinaba el arraigo extremeño con la impronta serrana riojana, característica que marcaría su vida posterior: un hombre formado en el interior peninsular, dotado de una sensibilidad provincial, pero atento a los grandes debates del país
Su educación se desarrolló en la prestigiosa Universidad de Salamanca, donde en 1787 obtuvo el grado de bachiller en Artes. Aquel título representaba no solo un logro personal, sino una puerta de entrada al universo intelectual ilustrado que, a finales del siglo XVIII, impregnaba la vida universitaria española. Entre las aulas salmantinas, Martínez de Tejada entró en contacto con nuevas corrientes de pensamiento, orientadas hacia la reforma de las instituciones, la modernización del Estado y la profundización en una cultura jurídica renovada.
La España en la que dio sus primeros pasos como adulto era aún la de Carlos III y Carlos IV: un país que oscilaba entre las reformas borbónicas y los frenos estructurales del absolutismo. Pero la irrupción de la crisis napoleónica iba a trastocar todas las certezas.
La invasión francesa
La invasión francesa marcó un punto de inflexión en la vida de Manuel Martínez de Tejada. El estallido de la Guerra de la Independencia transformó a los ciudadanos en milicianos y a los funcionarios en improvisados dirigentes políticos. En Zafra, su ciudad natal, se crearon milicias urbanas para reforzar la defensa local, y en ellas Martínez de Tejada fue nombrado capitán en 1808.
La designación tenía un fuerte contenido simbólico: no era un militar profesional, sino un hombre instruido y de reconocida honorabilidad social, convertido en referente cívico en un momento de descomposición institucional. Su participación en la resistencia contra la ocupación francesa revela ese perfil de ciudadano comprometido, representativo del espíritu general que animó a buena parte de las provincias durante la guerra. Ese mismo espíritu de movilización sería decisivo para su elección como diputado en las Cortes Generales y Extraordinarias.
Palacio de la Junta de Badajoz
El 23 de julio de 1810, en el Palacio de la Junta Superior de Badajoz, Manuel Martínez de Tejada fue elegido diputado provincial por Extremadura. Apenas dos meses después, el 24 de septiembre, juró y tomó posesión en Cádiz, coincidiendo con la sesión inaugural de las Cortes, que marcaría el nacimiento del constitucionalismo español.
Martínez de Tejada no fue uno de los diputados más estridentes de aquel hemiciclo, pero desempeñó un papel sostenido y serio en distintos ámbitos legislativos. Desde el inicio mostró preocupación por la necesidad de registrar adecuadamente las deliberaciones parlamentarias. Su propuesta temprana para que se nombrasen taquígrafos —iniciativa que no prosperó— pone de relieve su sensibilidad institucional. Paradójicamente, la medida sería aprobada meses después, el 16 de diciembre de 1810, dando lugar al primer Diario de Sesiones propiamente dicho.
Fue un ciudadano comprometido, con un carácter representativo del espíritu general durante la Guerra de la Independencia
Su actividad legislativa fue amplia aunque discreta. Integró comisiones fundamentales: comisión de Concesión de Empleos y Pensiones, comisión encargada de elaborar el Reglamento de las Cortes, comisión de Supresión de Empleos, comisión de Agricultura, comisión encargada de examinar el proyecto sobre el Ramo de Correos. En debates claves también dejó su impronta. Durante la discusión del dictamen de la Comisión de Guerra sobre exenciones económicas vinculadas al esfuerzo bélico, advirtió: «Ya se trata de poner precio a la sangre española; ya se trata de vender a pública subasta la vida de los ciudadanos». La frase, de inconfundible carga moral, refleja una postura crítica respecto a convertir la participación militar en un asunto mercantil. Su intervención fue citada como ejemplo del rechazo de muchos diputados a la desigualdad en los sacrificios exigidos a la población.
Además, formó parte de la comisión destinada a promover que el general Wellington asumiera el mando supremo de las tropas aliadas en la Península, una decisión estratégica para la coordinación de la resistencia frente a las fuerzas napoleónicas.
Martínez de Tejada fue también firmante de la Constitución de 1812, símbolo perdurable del liberalismo español. Durante su estancia en Cádiz residió en la Plaza del Carbón número 223, dirección habitual de varios diputados extremeños y castellanos. Su actividad legislativa fue amplia, aunque discreta. Integró comisiones fundamentales en las Cortes de Cádiz
En 1812, junto con José María Calatrava -otro ilustre extremeño y figura destacada del constitucionalismo- publicó una contestación por la provincia de Extremadura al aviso del coronel Hore, impreso en Cádiz por la Imprenta Real. El opúsculo, de veinticinco páginas, respondía a las insinuaciones críticas del militar británico sobre la actuación de los habitantes de Badajoz durante el sitio de la ciudad. El texto defendía el comportamiento de la población y recogía episodios específicos sobre la capitulación y entrega de la plaza. Era un ejemplo de literatura política destinada a salvaguardar la reputación colectiva y a documentar los hechos desde la perspectiva española.
Sin embargo, tras la restauración absolutista en 1814, varios diputados liberales fueron objeto de acusaciones vagas y políticamente motivadas. Entre ellas destacó la promovida por Caballero del Pozo, que pretendía incriminar a ciertos representantes en un supuesto complot para proclamar una república y prolongar las sesiones de las Cortes. La imputación, muy débil, incluía a Martínez de Tejada, aunque lo describía como alguien «engañado por interés, amistad o ignorancia». La propia fragilidad de las acusaciones revela su dimensión política: se trataba de desacreditar al constitucionalismo gaditano, no de procesar a conspiradores reales. La participación de Martínez de Tejada, incluso según los detractores, habría sido irrelevante.
Los últimos años de su vida estuvieron marcados por un deterioro físico progresivo. Hacia 1842 -siete años antes de su muerte- ya sufría dolencias persistentes que mermaban su vitalidad. Es probable que padeciera afecciones crónicas o degenerativas, comunes en una época con escasos recursos médicos. Su retiro en la casa solariega de Zafra fue tanto una decisión sanitaria como un gesto de regreso a sus raíces. Su vida encarna la figura del ciudadano ilustrado que contribuyó al nacimiento del orden constitucional
La elección de un entorno más apartado tenía sentido en un periodo en el que las epidemias – cólera, fiebres, infecciones respiratorias- tenían un fuerte impacto en áreas urbanas. El aislamiento relativo ofrecía protección y tranquilidad. Allí, asistido por dos personas cercanas, José Fernando y Maximina, pasó sus días finales en un clima de recogimiento muy distinto a la vida intensa de sus años gaditanos.
Murió el 13 de octubre de 1849, a los 78 años. Su muerte cerró la biografía de un hombre que había sido testigo privilegiado de la Guerra de la Independencia, del nacimiento del constitucionalismo y de las turbulencias políticas que marcaron el primer tercio del siglo XIX.
Aunque su figura no ocupa un lugar prominente en los manuales generales, la trayectoria de Manuel Martínez de Tejada y Prieto permite comprender fenómenos clave de la España contemporánea: la movilización ciudadana de 1808, el papel de los diputados provinciales en Cádiz, la construcción institucional del parlamentarismo, la lucha política entre absolutistas y liberales, y la fragilidad personal de personajes que vivieron intensamente su juventud pública y culminaron su vida en un retiro silencioso.