POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN).
Pedro Mora nunca se fue de Villanueva, siempre estuvo enlazado, y vinculado a ella. Una vieja foto de los años cincuenta nos muestra a Pedro, sentado junto a otros seis alumnos. Era el nombramiento de dignidades en los jesuitas que se realizaba en el final de curso. En aquel año lo nombraron “Príncipe”, máximo galardón concedido a un alumno por sus conocimientos y comportamiento. Algo intuyeron sus buenos maestros en Pedro y creo que unido al ambiente familiar motivaron en él una de las virtudes que le acompañan, el agradecimiento. Junto con Fernando Sánchez Resa, y Francisco Bordés Ruiz, iniciaron una Asociación de Antiguos Alumnos de SAFA en Úbeda, que anualmente se reúnen , para mantener el recuerdo de los maestros que participaron en su formación , así como a la institución jesuita por las oportunidades que ofrecieron a los menos favorecidos.
A Villanueva la lleva en el alma; en un trabajo que se realizaba sobre la historia de la Plaza de Toros, Pedro investigó en la Biblioteca de Zaragoza los datos del Comandante de Ingenieros, D. Ángel Arbex, que fue el responsable de la finalización de esta obra, que por dificultades surgidas, había quedado parada.
Pedro es un adelantado de la historia de España y de la evolución en el mundo. Conoce, perfectamente, “el mundo oscuro”, que se da en los distintos gobiernos; defensor de la labor española en América. Logra con las nuevas tecnologías, en la tertulia mensual, de Sevillanueva, “impartir clases magistrales”, de los diversos temas de actualidad en el mundo).
Ha costado trabajo sentarnos para que nos hable de él, en la última visita a Villanueva, tomando un café, con el coche cargado de aceite, roscos del baño y embutidos, nos deja estos apuntes biográficos , antes de dejar las tierras regadas por el Guadalquivir y tomar las del Ebro.
Pedro Mora Figueroa se muestra como un villanovense de la diáspora, uno más entre tantos de su generación. Nació en 1941, en la inmediata posguerra. Fue despertando al mundo en el escenario de un pueblo agrícola, poblado por unos quince mil habitantes, en el que se respiraba escasez, pero también el ánimo por vencer las dificultades en un ambiente de cooperación e intercambio familiar amplio. En la misma casa solían vivir los abuelos con uno de los hijos y los nietos: tres generaciones en convivencia. Pero también era habitual la relación estrecha en la familia ampliada a tíos, primos y parientes. La solidaridad, cooperación y economía circular se practicaban con afán, aunque estos términos ni se empleaban, ni se conocían aún: estos dogmas del globalismo, a los que tanto se recurre hoy, ya se practicaba en el mundo de mi infancia.
M.L. ¿ Qué otros recuerdos te llegan de aquella infancia?
Te sustituiré el patio de Sevilla y el huerto claro por una cocina de leña, la cuadra, la borriquilla de mi abuelo y un corral con gallinas y el muladar donde se acumulaban desperdicios, paja y estiércol para fertilizar los campos. La recogida de basuras nos llegó con la modernidad, a final de los años cincuenta. Los otros dos ámbitos de la infancia eran la calle con sus gratos juegos y la escuela.
M.L. ¿Qué huella te dejó la experiencia escolar?
Las primeras letras la asocio a las escuelas de pago, a la silla que llevábamos de casa, a la pizarra y el pizarrín duro o el blando de “manteca”, al cuaderno con un par de líneas guía para escribir las primeras letras a lápiz o repetir la muestra hecha por la maestra hasta llenar toda la página. Un método que, en plena era digital, vuelve como en la avanzada educación finlandesa. Ya en primaria, el mejor recuerdo que me llega y que ha condicionado en parte mi vida profesional es la ejecución esmerada y bien ilustrada del tema del día en un cuaderno común; el maestro elegía el tema cada día y el alumno al que le tocaba por turno, dedicaba toda la mañana a su ejecución. Recuerdo especialmente un tema que me tocó sobre el tomate, entonces supe que procedía de América. Bien que disfruté dibujando el mapa de América y una mata de tomates.
M.L. ¿Cómo fue tu experiencia en los Jesuitas de Úbeda?
A los trece años me trasladé al colegio de los jesuitas de Úbeda. Primero me impresionó la ciudad, los monumentos, hasta el punto que la Ciudad de los Cerros es mi segunda patria chica. Cinco gloriosos años pasé en el internado de los jesuitas. Cuando después fui conociendo la mala prensa de la que gozaban otros internados españoles, no daba crédito a esos relatos y, sin ponerlos en duda, más valor daba a mi experiencia en el colegio de la SAFA de Úbeda. Cuando ya jubilados hemos vuelto a nuestro antiguo colegio, todos los compañeros de curso hemos coincidido, una y otra vez, en manifestar nuestro sentimiento de gratitud a la institución que nos aportó conocimientos y la formación para abrirnos paso en aquella España subdesarrollada en la que nos tocó insertarnos.
El primer año estudié Magisterio, bajo un plan de ocho años propio de la SAFA. Pero al siguiente curso, logré cambiarme a FP porque mi familia se había trasladado a Madrid y no podía permitirme el lujo de permanecer ocho años estudiando en Úbeda. En 1960 terminé Oficialía en Electricidad. Poco parece ahora, pero entonces, una Oficialía era un pasaporte al trabajo que los de mi generación deseábamos acometer cuanto antes.
M.L. ¿Encontraste trabajo pronto?
Tuve entonces y, mantengo ahora, la idea de que la vida te echa una mano cuando buscas con afán y te esfuerzas en un objetivo. En aquellas circunstancias de escasez, yo necesitaba encontrar trabajo cuanto antes y resarcir a mi familia del sacrificio al que se habían sometido, manteniéndome cinco años sin aportar nada en casa, mientras mis hermanos, menores que yo, trabajaban de aprendices y ayudaban.
Mi primer trabajo fue todo, una maravillosa carambola. Celebrábamos la comida de fin de curso en los últimos días de junio de 1960 y nos visitó el padre de un compañero, pero con la particularidad de que era el Presidente de la Junta de Energía Nuclear. Algo me impulsó en ese momento a levantarme de mi mesa y decirle a Santi, su hijo y compañero mío, que si podía hablar con su padre. Reaccionó contento a mi petición y me llevó hasta él. Me presentó, cambiamos algunas palabras y seguidamente le hice la petición: Don José María, vivo en Madrid y tengo necesidad de trabajar. No te preocupes, cuando vuelvas, pásate por el Consejo y hablamos. Después, Santi me aclaró que se trataba del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, sito en la calle Serrano y que allí su padre tenía un despacho como Presidente del Instituto de Óptica.
Dos o tres días después, me presenté en el CSIC y Don José María Navascués me dio una tarjeta para el Director de la División de Física de la JEN. Al día siguiente me presentaba a mi primer puesto de trabajo en la Sección de Electrónica. Cinco años magníficos pasé en ese ambiente, aprendí electrónica, inicié el preparatorio de Telecomunicaciones y más tarde hice el primer curso, mientras trabajaba. Hace pocos años he sabido que mientras yo reparaba y analizaba detectores de partículas radiactivas, allí se estaba elaborando la bomba atómica.
Llegado el tiempo del Servicio Militar, logré hacerlo en Madrid como voluntario, tras pedir ayuda (recomendación) al coronel Alfonso Armada, destinado en la JEN como jefe de seguridad. Cuando sucedió lo del 23F, intuí que el general Armada no era golpista al uso, aquello fue otra cosa.
En 1965 tuve conocimiento de que en el PPO (Promoción Profesional Obrera, para apoyo a los Planes de Desarrollo) buscaban técnicos en electrónica para la formación profesional de adultos. Me presenté, me seleccionaron y, tras hacer un curso de capacitación pedagógica, comencé en los Servicios Centrales, confeccionando los cuadernos didácticos para cursos de Radio y TV, Electrónica Industrial e Instrumentación: otra experiencia con la que adquirí amplios conocimientos.
M.L. ¿Cómo fue el afincarte en Zaragoza?
No sé si en esta vida seguimos un guión escrito por alguien o simplemente hacemos camino al andar. El caso es que el PPO me trasladó a Calatayud en 1966 a impartir un curso de Radio y Televisión. Nueve meses pasé conviviendo con los maños de la comarca y cuando preparaba otro curso en Zaragoza, fui destinado, de nuevo, a los Servicios Centrales de Madrid donde comenzamos a hacer un estudio de necesidades de técnicos de mantenimiento para maquinaria provista de control electrónico en las regiones más industrializadas.
El siguiente traslado fue a Barcelona en 1968 para impartir un curso de electrónica enfocado a los empleados de Gispert, dedicada a la distribución y mantenimiento de equipos de registro y contabilidad por toda España.
En 1971 mi vida cambió a mejor, volví a mi patria chica, Villanueva, a reencontrarme con mi amor de adolescencia –no estaba en uso esta etapa psicológica- y tras superar las primeras calabazas, tiempo después nos casamos y estrenamos nuestro primer hogar en Madrid donde nacerían nuestros dos hijos. En 1973 me propusieron un traslado a Bilbao para impartir un curso de Electrónica Industrial. Mis circunstancias habían cambiado y, tras evaluar la situación, decidí abandonar el PPO y pasé a Electrónica Clarivox, empresa dedicada a la fabricación de aparatos de TV con sede en Madrid y fábrica en Zaragoza. Durante dos años desarrollamos una obra de cinco volúmenes destinada a la formación de los técnicos de TV repartidos por toda España con objeto de guiar su transición de la tecnología de válvulas de vacío a la de transistores y televisión en color.
En 1975 nos trasladamos a Zaragoza donde me hice cargo de la formación interna de los técnicos de la empresa, la formación externa y más tarde, de la Dirección Técnica. Mi mujer se incorporó al Ministerio de Educación y yo me hice maestro en Zaragoza, recuperando la que también fue vocación de adolescencia. Mientras, nuestros hijos crecían. Pero en 1990, la empresa cerró como lo hicieron todas las del sector, la mayoría afincadas en Barcelona y, desde entonces consumimos televisores importados del extranjero.
En resumen, cumplí la secuencia, el guión marcado por la sociedad de la época: estudios, trabajo, mili, novia y casamiento. Hoy, en la sociedad del bienestar, el guión ha cambiado: los estudios superiores se dilatan hasta los 25 años, sigue la etapa de “vivir la vida”, viajar y divertirse, los neurólogos sitúan la maduración del lóbulo frontal por encima de los 25 años, el casamiento ha dejado de ser una prioridad y el primer hijo llega a los 33 años de media: las etapas de adolescencia y juventud se han dilato.
M.L. ¿Qué nos puedes contar de tu experiencia como empresario?
Cuando a los 50 años te quedas sin trabajo no hay más remedio que “emprender” como se dice ahora. Cinco compañeros montamos una empresa dedicada al diseño y montaje de equipos electrónicos. Permanecí en ella hasta la jubilación en 2006, desempeñando el cargo de Director Técnico. Desde entonces colaboro como consejero y socio.
Debo añadir que mi experiencia como empresario tiene sus claroscuros. Por un lado me siento muy satisfecho de haber contribuido a la creación de trabajo para muchas personas, pero la otra cara de la moneda es contemplar cómo en los últimos años se va instalando la desafección por la noble tarea del trabajo; las cifras están ahí: un 15 por 100 de los trabajadores faltan cada día a trabajar en la empresa privada y casi el doble en la administración, por ausentismo o por absentismo.
M.L. ¿Después de 46 años de actividad profesional, cómo te enfrentaste a la jubilación?
El parón brusco no es fácil de asimilar, de manera que me lo tomé como un cambio de actividad: me hice un reset, una puesta a cero y, en poco tiempo empecé a tomar contacto con el mundo de la cultura. Comencé con lecturas pendientes y la asistencia a conferencias, exposiciones, presentaciones de libros, etc. Pero el paso más decisivo fue incorporarme a un Centro de Mayores repleto de actividades. En Zaragoza, esa actividad está muy bien desarrollada y durante los diecinueve años que transito por esta gloriosa etapa de jubilación, he probado en dibujo y pintura al óleo, acuarela, música, historia del arte, literatura, relatos e historia: una experiencia con la que no contaba, pero altamente gratificante.
M.L. Sé que has mantenido relación con los antiguos alumnos de jesuitas.
Los cinco años que pasé en el internado de Úbeda dejaron en mí una huella indeleble; de manera que, en 2008 respondí con toda ilusión a la llamada de unos compañeros de curso para reunirnos en el antiguo colegio y preparar nuestro cincuentenario. Propuse sellar nuestro encuentro recogiendo en un libro nuestros recuerdos y vivencias. Dos años después nos presentábamos en Úbeda con un hermoso libro coral, titulado Nuestra SAFA, en el que se recogía la trayectoria profesional y vital que habíamos seguido 25 de los 40 que terminamos en la promoción. Algunos habían fallecido y otros no pudimos localizarlos.
Establecimos realizar un encuentro anual al que se fueron incorporando otras promociones, hasta formar una masa crítica de AA. AA. SAFA de Úbeda a la que convertimos en Asociación. Como aquella experiencia merecía la pena mantenerla viva, retomé la antigua revista de tiempo escolar Amalgama y la estuve editando hasta 2017. En los 22 números editados, fui recogiendo los recuerdos de las promociones que se iban incorporando, semblanzas de alumnos, profesores y jesuitas, así como reportajes de los encuentros anuales o de los más de veinte centros SAFA, repartidos por Andalucía.
M.L. ¿Cómo llegaste al grupo Sevillanueva?
Bien sabes que mi conexión con la patria chica, Villanueva, la he mantenido gracias a ti y tu incesante dedicación a la revista local, La Moraleja, la revista de nuestra Patrona, Virgen de la Fuensanta en las que he participado y tus Crónicas villanovenses. Fue Fernando Usero quién me puso al tanto, en 2020, de la actividad del grupo y surgió la idea de celebrar teleconferencias, tarea que mensualmente venimos celebrando desde entonces con ilusión y agrado.
El mantener este contacto de amigos villanovenses dispersos me mantiene más viva y reluciente la llama que, de manera natural, se enciende en la edad provecta por ese mecanismo al que los psicólogos llaman regresión. Resulta muy placentero colaborar con unos amigos en la búsqueda del conocimiento, interesarnos por hallar explicaciones al ayer, sin obviar las preocupaciones del presente y ejercitarse en la prospectiva del futuro porque también nos ocupa y preocupa la vida que viene a nuestros hijos y nietos.
M.L. ¿Qué te ha gustado leer? ¿Y tus autores preferidos?
Durante mi época profesional estuve más cerca de la tecnología y las ciencias, incluso he realizado algún trabajo sobre la Evolución de las Ciencias y la Tecnología en los últimos 25 siglos, para darme cuenta cómo se ha ido tejiendo ese tapiz científico y tecnológico que sostiene nuestro mundo, mirando el horizonte que alumbran los últimos descubrimientos, una faceta fundamental en la actividad humana.
En cuanto a las humanidades, siempre me atrajo la historia del pensamiento, filósofos y personajes históricos que influyeron contundentemente en el rumbo de la humanidad. Siempre he pensado que la mayoría de ellos fueron dotados, por no sé quien, para imprimir un impulso transformador y de progreso para el común. Esto lo tengo clasificado como enigma pendiente, creo que no llegaré a descifrarlo.
No poseo autor de cabecera que me haya marcado especialmente, todo escritor me interesa por el hecho de construir una pieza de transmisión de conocimiento. Destacaría épocas como la de los autores griegos o la de los españoles del Siglo de Oro y extraigo algunas poesías de ese mundo alto, incluso admiro a los místicos que viven más arriba aún.
M.L. ¿Cómo ves tu legado, qué nos dejas?
Lo he intentado hasta el límite de mis capacidades. Siempre he pensado que una de las misiones que tenemos los humanos es aportar al común en la medida de nuestras posibilidades. Tengo presente la parábola de los talentos y no regateo esfuerzo alguno en aportar cuanto puedo a mí alrededor. No obstante, ante pregunta tan contundente, poco veo en mis manos, pero me enorgullece contar con el cariño de mi familia y el de un selecto grupo de amigos.
En cuanto a mi obra escrita, si es que a eso te referías, poco puedo aportar. Solo he publicado cinco volúmenes de electrónica y en 2016 publiqué mi único libro de historia novelada Ube y Zara, junto con mi amigo Ricardo Martínez. He publicado trabajos en revistas de Villanueva, en Amalgama y poseo relatos y trabajos de historia que algún día recopilaré. Olvidaba que tengo un libro de 380 páginas, terminado en 2020 al comienzo de la pandemia COVID-19, en el que abordo desde el origen del mundo hasta qué y cómo somos los humanos y lo que hemos hecho hasta hoy. No tuve la intención de publicarlo, fue más una indagación personal, un tratar de entender el sentido de la vida y la misión humana.
M.L. ¿Qué me puedes decir de tus patrias?
Bonita pregunta, sobre todo para uno que ha pasado casi toda su vida en la diáspora. Creo que todo humano lleva la condición del arraigo al hogar, calle, barrio ciudad y país incrustados en su ser, configurando su identidad, pero en mi caso, he de reconocer que soy un patriota amalgamado de 13 años como villanovense, un lustro de ubetense, 16 ejercí de madrileño y llevo 50 años respirando los aires del Moncayo, ¿qué soy yo? Quiero a todas mis patrias y todas me quieren. Cuando vuelvo a Villanueva es un viajar a la infancia, al lugar donde empecé a conocer el mundo, el campo, los animales y las personas, creo que todo lo esencial lo aprendí allí, lo demás son añadidos útiles. Practico con ilusión desmedida el ritual gastronómico que es referente identitario y nunca falta el proveerme de aceite, tortas de manteca, roscos, morcillas, chorizos y frutos de los pocos hortelanos que nos quedan.
El junio pasado tuve el placer de mostrar a un grupo de amigos zaragozanos nuestros pueblos, sierras y manjares: sorprendidos se vieron al encontrar mucho más y mejor de lo que esperaban, no dejaban de asombrarse del interminable tejido olivarero.
M.L. ¿Cómo afrontas el hecho de la muerte?
Para mi sorpresa, lo hago con total naturalidad. Y digo esto porque en la infancia advertí, como todos, que la muerte era terrible, desgarradora; solo había que acercar la curiosidad infantil a uno de aquellos funerales para quedar impactado de por vida. Hoy, aunque he cumplido ochenta y cuatro, no me veo tan mayor como veía a mis abuelos y ni siquiera veo la muerte cerca; no sabría decir si esa percepción obedece a una labor programada del cerebro –estoy en la quinta y última versión cerebral- o, por el contrario, al no estar amenazado por ninguna enfermedad seria, vivo aún expectante por la curiosidad, interesado por saber y compartir conocimiento con los amigos.
Mantengo mis creencias cristianas, nunca he dudado de ellas; sigo en la curiosidad por la trascendencia, aunque he llegado a la conclusión que nos está vedado alcanzarla por la razón, pero vivo en la esperanza”.
Una charla intensa, un aprendizaje continuo deja Pedro en cada reflexión, le duele España, le duele el poco rigor con el que se refleja el paso de España por los países, hispanos, llena de argumentos la historia positiva allí; extiende a sus amigos zaragozanos el amor por Villanueva y toda la provincia de Jaén, con sus monumentos, Parque de Cazorla, Segura y las Villas, con la gastronomía y el talante positivo y agradable de los habitantes. Pronto en otra de sus charlas nos llenará de información y de caminos por descubrir.
FUENTE: M.L.F.