POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
Un año más, el solsticio de invierno comienza a abrir el compás de la luz en nuestro hemisferio mientras la palabra felicidad es -probablemente- la más oída durante estas semanas finales de cada mes de diciembre, a medio camino entre un deseo sincero y una simple forma de cortesía, como si el ser felices fuese más un deber que un derecho.
Es evidente que la felicidad -siempre frágil- consiste en algo diferente para cada uno de nosotros, aunque la base que la sustenta tenga parecidos intereses comunes a todos como es el caso de la salud y el trabajo.
Evite usted hablar de política en las reuniones familiares o de amigos en estos días, aparque las cuestiones de ataque y de defensa, porque todos estamos llamados al mismo destino
Repleta de símbolos llega la Navidad pródiga en temas que poco tienen que ver con la conmemoración que se celebra, días en los que se rebasa cualquier tope de mesura que adultera la auténtica efeméride de un hecho tan trascendental para la historia de la humanidad, mientras la progresiva escasez de recursos morales nos presenta un mundo desquiciado donde valores como la honestidad, la solidaridad, el sacrificio, la integridad, el respeto o la humildad que un día nos sacaron de las cavernas, ahora se hacen de rogar y entran en el espacio de la añoranza.
Un mundo raro el nuestro en el que cuesta mucho confiar por mil razones; por ejemplo, se sabe que con lo que cuesta un solo misil intercontinental -que ocasionaría miles de muertos- se podrían plantar doscientos millones de árboles, regar un millón de hectáreas de terrenos que precisan agua o dar una comida a cincuenta millones de niños. Pues sólo entre Estados Unidos y Rusia almacenan más de 12.000 misiles y ojivas nucleares. Un mundo de locos.
Y dado el clima de crispación al que se hemos llegado, evite usted hablar de política en las reuniones familiares o de amigos en estos días, aparque las cuestiones de ataque y de defensa, porque todos estamos llamados al mismo destino, blancos o negros, capitalistas o comunistas, pobres o ricos, cristianos o musulmanes, de cualquier otra creencia o sencillamente ateos.
Que la mesura prevalezca sobre el exceso y que la estrella que va en ruta hacia la verdad refleje su luz sobre la pobreza de aquellos cuyos desajustes sociales en el mundo los mantienen al margen de los bien situados, en una sociedad donde la estimación se mide por lo que se tiene y no por lo que se es, y donde muchos de los poderes de toda índole en vez de predicar comiencen a dar trigo.
Que la abulia y el fatalismo no echen a perder el año nuevo, y que la actividad insensata de aquellos que alardean de que con su poder el mundo depende de sus manos, no acaben con él.
Por los tiempos pasados, por los presentes y por los que han de venir: paz, salud y venturosa Navidad y Año Nuevo 2026.