POR MARÍA DEL CARMEN CALDERÓN BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CABEZA LA VACA (BADAJOZ) .
En los últimos años, el término teoría crítica se ha vuelto omnipresente en los debates sobre cultura, política y religión. Sin embargo, pocas expresiones generan tanta confusión. A menudo se asocia con el pensamiento “woke”, con la ideología de género o con la revolución sexual, sin distinguir entre sus raíces filosóficas y sus manifestaciones contemporáneas.
Detrás de esas polémicas late una cuestión más profunda: ¿puede el cristianismo dialogar con una corriente de pensamiento que cuestiona la idea misma de una naturaleza humana estable y, por tanto, de una moral fundada en el ser?
Planteamiento del problema
La teoría crítica y muchas corrientes derivadas del pensamiento contemporáneo (como el postestructuralismo o la teoría de género) parten de una idea: no existe una naturaleza humana fija o universal. Según esta visión, lo que entendemos por “ser humano”, “hombre”, “mujer”, “familia”, “moral”, etc., son construcciones históricas y sociales moldeadas por relaciones de poder, lenguaje y cultura. Por tanto, la moral —las normas sobre el bien, el mal, la justicia, la sexualidad o la convivencia— no se basaría en una esencia del ser humano, sino en acuerdos cambiantes, en contextos históricos concretos o en la voluntad de emanciparse de estructuras opresivas.
La visión cristiana
El cristianismo, en cambio, parte de una antropología ontológica: el ser humano tiene una naturaleza dada. Es criatura de Dios, la suprema ENERGÍA, el BIEN supremo, el ser humano fue creado a su “imagen y semejanza” (Génesis 1,27), lo que significa que su dignidad y su vocación no dependen de la historia ni de la cultura, sino de su propio ser.
Esa “imagen de Dios” es la base de una moral fundada en el ser:
Lo bueno no es lo que la sociedad (o la “mayoría”) decide, sino lo que corresponde al bien del ser humano en cuanto el BIEN y la BONDAD, son cualidades inherentes a él. En términos cristianos sería: creado y llamado a la comunión con Dios.
La libertad no consiste en inventar la verdad, la VERDAD ya existe independientemente de cualquier individuo, la libertar consistiría en elegir conforme a ella, conforme a esa verdad.
La moral, entonces, no es una imposición externa, sino la expresión de lo que somos en lo más profundo, de lo que somos en realidad, al margen de lo que el sujeto haya podido corromperse por el camino.
El punto de tensión
El conflicto surge porque:
Para la teoría crítica, toda referencia a una “naturaleza” o a un “orden” es sospechosa, porque suele servir para justificar jerarquías o exclusiones (por ejemplo, el patriarcado, la heteronormatividad o las clases sociales).
Para la fe cristiana, negar una naturaleza humana lleva al relativismo moral y, finalmente, a la pérdida de sentido del bien y del mal.
Si no hay una verdad sobre el ser humano, todo puede redefinirse. Y, con esto, juega el wokismo, que replantea el matrimonio, el cuerpo, la identidad, la vida misma. La moral se convierte en un producto del consenso o del poder, más bien del poder, que dirige las conciencias de múltiples maneras hasta conseguir que una mayoría haga e incluso piense lo que quiere.
En este contexto: ¿Es posible el diálogo?
Podríamos decir que sí, pero con condiciones claras. El cristianismo puede y debe dialogar con la teoría crítica, críticamente, porque ésta plantea algunas preguntas como:
¿Cómo se usa el poder en la cultura y en las religiones?
¿Por qué ciertas normas han servido para oprimir a algunos grupos?
¿Qué lugar ocupa la libertad personal frente a las estructuras sociales?
Estas son preguntas valiosas, que ayudan a la Iglesia a examinar sus propias prácticas y a purificar su testimonio.
Sin embargo, el diálogo no puede significar rendición. El cristianismo puede acoger las inquietudes de la teoría crítica —la justicia, la igualdad, la denuncia de la cosificación—, pero debe responder desde su propia antropología: La dignidad del ser humano no depende del poder ni del contexto, sino del mismo ser, aquel que fue creado por el SER supremo.
El diálogo, por tanto, no es una fusión, sino un encuentro crítico. La teoría crítica ayuda a la fe a revisar sus estructuras históricas. La fe ofrece a la teoría crítica un fundamento más profundo de la dignidad y la libertad humanas.
Aspecto Teoría Crítica Cristianismo
Naturaleza humana No existe; es una construcción histórica. Existe; es dada por Dios.
Moral Producto de relaciones de poder o consenso. Fundada en el ser y en la verdad del amor.
Libertad Autodefinición sin límites previos. Capacidad de elegir el bien y vivir en la verdad.
Finalidad del diálogo Liberación social. Plenitud del ser y comunión con Dios.
Por tanto, el cristianismo sí puede dialogar con corrientes que cuestionan la naturaleza humana, pero no puede compartir su punto de partida. El diálogo solo es fecundo si la fe se mantiene firme en su convicción de que existe una verdad sobre el ser humano, una verdad que no oprime, sino que libera. Frente a las imposiciones wokistas el sujeto debe mantenerse firme para conservar su libertad.
Cuando la Iglesia responde a los desafíos de la teoría crítica desde su propia visión del hombre —como criatura, persona y misterio—, no solo defiende su doctrina, sino que ofrece al mundo una alternativa más humana frente al vacío del relativismo y la fragmentación contemporánea.El núcleo de la teoría crítica
La teoría crítica surge en el siglo XX, en el entorno de la llamada Escuela de Frankfurt, con pensadores como Horkheimer, Adorno o Marcuse. Su propósito original era desenmascarar las estructuras de poder que moldean la cultura, la moral y la conciencia.
Frente al marxismo económico, estos autores desplazaron la atención del trabajo y la producción hacia el lenguaje, la educación y la sexualidad.
Su impulso básico es liberar al individuo de toda forma de dominación: económica, cultural o simbólica. En ese proceso, los conceptos de naturaleza, verdad o autoridad se interpretan como construcciones históricas que encubren relaciones de poder. Así, la teoría crítica desconfía de toda afirmación universal y en especial de aquellas que apelan a una “naturaleza humana” inmutable.
Esta visión ha influido en muchos movimientos contemporáneos, desde el feminismo radical hasta la teoría de género o la crítica postcolonial. En todos ellos subyace una sospecha común: que las categorías sociales, incluso las biológicas, son productos de contextos históricos que pueden y deben ser transformados.
La pregunta sobre el ser humano
La cuestión decisiva no es solo política, sino antropológica. Si el ser humano no posee una esencia dada, ¿en qué se fundamenta su dignidad?
La teoría crítica responde que el valor de la persona depende de su libertad para autodefinirse, de su capacidad de liberarse de las estructuras que la oprimen. En cambio, la visión cristiana parte de la convicción de que el ser humano tiene un origen y un destino: ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y su libertad se entiende como respuesta a ese don, no como ruptura de toda referencia trascendente.
Ambas perspectivas coinciden en denunciar la cosificación del ser humano —la tendencia a tratar a las personas como medios o cosas—, pero difieren en la causa y la solución. Para el pensamiento crítico, el problema proviene de los sistemas económicos y culturales que objetivan la vida; para la fe, de la pérdida de la relación con el Creador y con el otro como hermano.
Liberación & pérdida de sentido
La llamada “revolución sexual” fue uno de los ámbitos donde estas tensiones se hicieron más visibles. A partir de Freud, se entendió que los códigos sexuales no eran solo normas morales, sino estructuras sociales que sostenían el orden político y económico. Si el patriarcado garantizaba la familia monógama y esta, a su vez, la reproducción del sistema capitalista, entonces liberar el deseo equivalía a liberar la sociedad. Pero esto no es así, la familia es independiente al sistema ideológico imperante en un país. Lo que hoy está en juego es una globalización exagerada que pretende arrancar al individuo de su familia porque así es más vulnerable a la interacción estatal que tiene objetivos que no son precisamente los del propio individuo, por eso actúa sobre su conciencia, sobre sus creencias, manipula la historia, todo para acomodar la disposición del ciudadano a la conveniencia de quien protagoniza el poder.
Este planteamiento de la revolución sexual y de la revolución familiar a manos de los estados, tuvo efectos ambivalentes. Por un lado, permitió cuestionar injusticias históricas, denunciar el machismo y reclamar derechos sexuales y reproductivos. Pero, al mismo tiempo, llevó a reducir la sexualidad a un juego de poder o de placer, separándola del vínculo estable y de la apertura a la vida. Paradójicamente, la liberación del deseo desembocó muchas veces en nuevas formas de cosificación y con ello el sujeto perdió su libertad y su identidad.
La psicologización de la política
Otro rasgo del presente, heredero de la teoría crítica, es la llamada psicologización de la política. Las luchas sociales ya no se definen tanto por la clase o la economía, sino por la identidad, el reconocimiento y los sentimientos de pertenencia. La autoestima y la ofensa ocupan el lugar de la justicia y la igualdad.
Este desplazamiento ha dado visibilidad a realidades antes ignoradas, pero también ha fragmentado el discurso público. Si cada identidad exige validación absoluta, el espacio común se reduce a un mosaico de subjetividades. En este contexto, la religión —que apela a una verdad trascendente y compartida— aparece entonces como una voz disonante.
El desafío para la fe
Desde la perspectiva cristiana, la teoría crítica plantea un desafío comparable al de las grandes controversias doctrinales de la historia. No porque repita una herejía teológica, sino porque obliga a la Iglesia a repensar su lenguaje sobre el ser humano, la libertad y la redención.
El cristianismo no puede responder al mundo contemporáneo solo con condenas o nostalgias tampoco lo pretende. Debe comprender las preguntas legítimas que la teoría crítica plantea precisamente para hacer frente a los términos disonantes y que van contra el equilibrio del individuo y de la sociedad en su conjunto: ¿por qué el poder corrompe las instituciones religiosas?, porque son un poder que rige las mentes y es más fuerte que una imposición estatal, porque actúa sobre la conciencia de los individuos, no sobre su bolsillo, resulta que el bolsillo o el monedero no va a ser lo más importante en la realidad del ser humano. ¿Cómo evitar que la moral se convierta en instrumento de dominación?. La moral no se convierte en instrumento de dominación porque la moral es algo inherente al individuo, que actú por sí, por imperativo categórico, pero propio, no por orden del Estado. ¿Qué significa la dignidad del cuerpo en una cultura tecnológica? Pues, hay que ser ordenados en la vida, dar a cada cual su sitio, sin hacer mezclas explosivas.
Ignorar estas cuestiones sería repetir el error de quienes, ante las crisis doctrinales del pasado, prefirieron el silencio a la reflexión. Las herejías, en la historia del cristianismo, fueron también oportunidades para profundizar en la verdad; y lo hicieron, en su época y algún tiempo después.
Entre la denuncia y el diálogo
Frente a los discursos que demonizan toda forma de pensamiento crítico como una amenaza a la fe, es necesario distinguir entre el núcleo liberador de la crítica y sus desviaciones ideológicas. El cristianismo, con su rica tradición de pensamiento, tiene herramientas para discernir y responder.
La fe puede reconocer que existen estructuras de poder injustas, que la cultura ha oprimido a minorías, que la sexualidad humana ha sido manipulada. Pero no puede aceptar que la identidad humana sea una construcción arbitraria ni que el cuerpo sea un mero objeto de deseo o de autodefinición.
Aceptar las preguntas no implica aceptar sus respuestas, las respuestas que los extremos críticos puedan imponer. Allí donde la teoría crítica reduce al ser humano a un sujeto de poder, el cristianismo afirma que la libertad se cumple en la entrega; donde el pensamiento contemporáneo disuelve la verdad en el consenso, generalmente manikpulado, la fe recuerda que existe una realidad que nos precede y nos sostiene.
Hacia una respuesta más profunda
La tarea, por tanto, no es destruir la teoría crítica, sino superarla desde dentro: mostrar que sus intuiciones sobre la justicia y la dignidad humana solo pueden sostenerse plenamente si se reconoce un fundamento trascendente.
El cristianismo puede ofrecer una antropología más completa, en la que la libertad no se opone a la verdad, sino que la presupone; en la que el cuerpo no es un obstáculo para el espíritu, sino su expresión visible; en la que el amor no es posesión ni construcción, sino don recibido.
Comprender el presente exige, pues, un esfuerzo de razón y de fe: analizar los mecanismos de poder que la teoría crítica denuncia, pero también discernir sus límites. Una cultura que redefine al ser humano sin referencia a la verdad acaba perdiendo su sentido del bien, cuando no cayendo en el asesinato directamente, en el asesinato de quiénes no se pueden defender.
Conclusión
El debate entre teoría crítica y cristianismo no es una batalla entre modernidad y religión, sino una disputa por el significado de la libertad y de la persona. La primera busca emancipar al individuo de todo límite; la segunda, el cristianismo, liberarlo del egoísmo que lo esclaviza.
Lejos de rechazar el pensamiento crítico, la fe puede aprender de él a mirar con mayor compasión las heridas de la historia y a reconocer las sombras de sus propias instituciones, sabiendo que para mirar la historia hay que mirarla con ojos contemporáneos a ella misma, no contemporáneos al contemporáneo. También puede recordar que la dignidad humana no depende del poder ni del deseo, sino del amor que nos llama a ser más que nosotros mismos. Hasta el punto de prescindir voluntariamente de lo que más amamos por el bien que le suponga a ese bien que amamos, no a nosotros mismos. Quien ama no oprime sino que libera y sigue amando.
Solo desde esa síntesis —crítica y fe, verdad y libertad— podrá la cultura contemporánea salir del enfrentamiento estéril y reencontrar la esperanza de un humanismo verdaderamente integral.