POR MARÍA DEL CARMEN CALDERÓN BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CABEZA LA VACA (BADAJOZ)
En el contexto de América del Norte, aunque se configura históricamente bajo el protestantismo, la Iglesia Católica no es un elemento ajeno, ni a nivel poblacional ni estructural. Esto contrasta con Europa, donde el islam aparece como un factor externo, no sólo en términos religiosos, sino también como una fuerza con vocación de sustitución cultural.
La baja natalidad en Europa y en particular en España, combinada con una alta tasa de abortos, da paso a una transformación demográfica sostenida, en parte, por la inmigración procedente de contextos islámicos, donde existen mayores tasas de natalidad.
Existe, por lo menos, una aparente contradicción de ciertos sectores políticos que promueven ideologías de género, mientras muestran simpatía por culturas cuya visión sobre estas cuestiones resulta incompatible con esos mismos principios.
En lo referente a las teorías ‘queer’ (o queer theory), estas se presentan como una radicalización de la ideología de género. El término «queer», utilizado inicialmente de forma peyorativa en el inglés del siglo XVII, es resignificado por activistas del siglo XX para reivindicar conductas sexuales no normativas. Esta teoría abarca un conjunto de corrientes filosóficas que analizan la relación entre sexualidad y poder político.
Uno de los principales marcos teóricos es el freudo-marxismo, representado por Wilhelm Reich, quien argumenta que la represión sexual en Occidente se debe al encasillamiento de la sexualidad en el matrimonio heterosexual monogámico, promovido por la religión cristiana. Reich sostiene que el capitalismo refuerza esta represión y propone una revolución sexual para contrarrestarla.
Herbert Marcuse, desde la Escuela de Frankfurt, complementa esta visión proponiendo la subversión de la moral cristiana como vía para la emancipación.
Otro paradigma o marco teórico es el constructivismo radical, representado por Michel Foucault, quien introduce conceptos como «biopoder» y «dispositivo de sexualidad», refiriéndose al conjunto de mecanismos mediante los cuales el poder configura la sexualidad de los individuos. Judith Butler continúa esta línea en El género en disputa (1990), donde afirma que el sexo es una construcción cultural, no una realidad biológica previa.
Otra posición son las teorías antisociales, que sostienen que el ser humano está dominado por pulsiones que deben liberarse de normas sociales, buscando provocar antes que integrarse en la sociedad.
Frente a estas posturas, se reivindica la importancia de la antropología filosófica. Esta disciplina defiende que toda estructura política, jurídica y social está fundamentada en una determinada concepción del ser humano y que no existe tal cosa como un «Estado neutral».
Cualquier ideología política presupone una idea del hombre, desde la cual se construye su marco legal y administrativo. Así, la ideología de género, como otras ideologías del siglo XX, parte de una premisa indemostrable pero impuesta acríticamente sobre la sociedad, con la intención de transformar al pueblo en masa. Ejemplos históricos de ello serían las ideologías nazi o comunista.
Idea del estado de naturaleza
En las democracias liberales contemporáneas, el concepto de soberanía popular y nacional está profundamente arraigado. Sin embargo, estos principios se sustentan en una construcción filosófica mitológica: la idea del “estado de naturaleza”.
Desde las formulaciones de Hobbes hasta el contrato social de Rousseau, pasando por la división de poderes de Montesquieu, estas nociones se fundamentan en una premisa que nunca ha existido empíricamente; -o sí-, pero que ha sido adoptada como base legítima de los regímenes democráticos.Esta mitología fundacional también es compartida por los regímenes totalitarios, como el comunismo y el nacionalsocialismo, que parten de ideas abstractas sobre el hombre y la sociedad.El nacionalsocialismo, por ejemplo, puede entenderse como una forma de socialismo nacionalista, donde la lucha de clases es sustituida por la lucha de razas y territorio. Mientras tanto, el socialismo marxista mantiene una dimensión internacionalista, basada en la oposición entre clases sociales. Por su parte, el liberalismo, aunque aparentemente distinto, no escapa a esta lógica mitológica, ya que se fundamenta en un supuesto estado natural del hombre libre e igual que, en realidad, no posee una existencia histórica demostrable. El hecho de que este supuesto haya sido aceptado mayoritariamente y de forma acrítica no lo convierte en verdadero.
Ideología de género & nacimiento sexualmente neutro
Algo similar ocurre con la ideología de género. Uno de sus postulados es que el ser humano nace sexualmente neutro, una afirmación que carece de fundamento científico. Este punto de partida permite construir un relato donde la sexualidad se convierte en una construcción personal desvinculada de la biología. Sin embargo, diversos estudios han demostrado lo contrario. Por ejemplo, el investigador médico Milton Diamond estudió la influencia de la testosterona en el desarrollo cerebral de los fetos, concluyendo que la diferenciación sexual comienza incluso antes del nacimiento. Así, no existe tal neutralidad sexual al nacer.
Pese a ello, la ideología de género busca inculcar esta premisa en la población, no porque sea cierta, sino porque es útil para articular un relato ideológico.
Antropología cultural & roles de sexo
La antropología cultural, disciplina que ha empleado el concepto de género desde hace décadas sin sesgo ideológico, muestra que los roles sexuales o de género no surgieron como mecanismos de opresión, sino como estrategias de supervivencia.
La división del trabajo según el sexo, por ejemplo, no fue una construcción malintencionada para someter a la mujer, sino una respuesta adaptativa a las condiciones del medio.
Cuando una comunidad se enfrenta a un entorno hostil, tiene tres opciones:
-emigrar,
-adaptarse o
-desaparecer.
El ser humano, como especie con alta capacidad adaptativa, optó por estructurar su organización social según criterios funcionales. La antropología ha identificado tres factores clave que explican esta división.
1. Obtención de carne. La carne era esencial para la alimentación del grupo, pero obtenerla requería fuerza, resistencia y habilidades específicas. Por ello, los varones fueron los encargados de la caza, lo que les otorgó un estatus social elevado debido al riesgo y al esfuerzo implicados. En paralelo, las mujeres se encargaban de la recolección de frutos, una actividad compatible con su papel en la gestación y la lactancia, que también exige destrezas cognitivas y organizativas relevantes.
2. Defensa del grupo y cuidado interno. La necesidad de atender a los enfermos y ancianos y de defender al grupo frente a ataques, llevó al desarrollo de sistemas familiares patrilocales. En estos, las mujeres se trasladaban a vivir al clan del esposo. Esto tenía implicaciones prácticas: las hijas, al casarse, no estarían disponibles para cuidar de sus propios padres o de los ancianos del clan de origen. Asimismo, quedaban excluidas de las deliberaciones bélicas para evitar conflictos de lealtad entre su familia de origen y la adquirida por matrimonio. Esta exclusión no respondía a un ánimo discriminatorio, sino a una lógica de cohesión del grupo.
3. La aparición del arado. Con la invención del arado, la agricultura se convirtió en una actividad física exigente que, por razones biológicas, fue asumida principalmente por los hombres. Este cambio tecnológico reforzó la división del trabajo, ya que las mujeres, por su función reproductiva, continuaban desarrollando actividades compatibles con la crianza, como el procesamiento de alimentos o la alfarería.
Estas divisiones del trabajo por sexo fueron, por tanto, mecanismos de adaptación que garantizaban la supervivencia del grupo, no imposiciones arbitrarias ni fruto de un sistema patriarcal opresor. Solo en tiempos recientes, bajo la influencia del individualismo contemporáneo, se ha perdido la comprensión de estas dinámicas colectivas.
Hay que tener presentes varias ideas clave
-División sexual del trabajo. Esta división no fue producto de opresión sino de una necesidad evolutiva y funcional. Por ejemplo, el uso del arado se presenta como un punto de inflexión que favoreció físicamente al varón debido a la gestación y lactancia propias de la mujer.
-Ascenso del varón. El control de la agricultura por parte del hombre llevó a un aumento de su estatus social. Esto es interpretado como una evolución natural más que una imposición patriarcal intencionada.
-Crisis de la masculinidad. Se afirma que hay un proceso de «deconstrucción» de la masculinidad que lleva a una pérdida de identidad masculina y de referentes varoniles, tanto en la sociedad en general como dentro del clero.
-Necesidad de referentes masculinos. Los niños requieren figuras paternas fuertes y claras para desarrollar su identidad masculina, lo cual se ve amenazado por una cultura percibida como «afeminada».
-Teología del sacerdocio masculino. Se defiende el sacerdocio exclusivamente masculino no solo por razones biológicas, sino porque el sacerdote debe encarnar una paternidad espiritual basada en una masculinidad concreta y definida.
-Crítica a la modernidad: Finalmente, se enmarca todo en un contexto más amplio de decadencia cultural y pérdida de figuras «maestras» o referentes firmes, comparándolo con el declive cultural posterior al Siglo de Oro.
Este enfoque representa una corriente de pensamiento dentro del catolicismo y de ciertos estudios antropológicos que interpreta los roles de género como resultado de factores biológicos y evolutivos inamovibles; y se opone explícitamente a los postulados de la llamada “ideología de género”.
Sin embargo, es importante señalar que muchas corrientes académicas contemporáneas y posiciones dentro del propio pensamiento católico difieren de esta lectura. Argumentan que, si bien existen diferencias biológicas, los roles de género han sido también configurados históricamente por estructuras de poder, cultura y contexto, y que la identidad masculina puede ser diversa sin necesidad de reducirla a una virilidad física o autoritaria.
Estaríamos ante una «deconstrucción» del catolicismo tradicional y de los valores cristianos en el ámbito tanto eclesial como civil. Se mezclan aquí y ahora elementos teológicos, filosóficos e ideológicos en un tono combativo que viene a decir o entender que:
La evolución doctrinal dentro de la Iglesia, ha derivado hacia una especie de traición a su naturaleza sobrenatural (liturgia, salvación, Gloria de Dios).
Corrientes contemporáneas como el feminismo, el ecologismo, el «fratelismo» y otros movimientos sociales, son considerados como «payasadas» o «estupideces».
Se atribuyeal proceso de liberación sexual iniciada en los años 60-70 y sus intelectuales una supuesta agenda de legitimación de la pederastia.
El marxismo y el neomarxismo son descritos como un proceso en constante mutación que sustituye el teocentrismo por un antropocentrismo radical.
El liberalismo es considerado como una amenaza actual para la fe cristiana, pero cuya derrota futura se anticipa con esperanza en la Providencia divina.
Crítica a la Iglesia actual. Se acusa a sectores de la Iglesia contemporánea de abandonar su naturaleza sobrenatural (liturgia, salvación, apostolado). Se denuncia una sustitución de lo sacro por compromisos ideológicos como la acogida indiscriminada de inmigrantes (específicamente musulmanes), ecologismo o «ecosocialismo», ideales modernos como fraternidad, igualdad y libertad, presentados de forma despectiva.
Proceso revolucionario histórico
Una serie de «revoluciones» habrían debilitado los fundamentos de la cristiandad:
Filosófica: desde el nominalismo de Ockham (s. XIV).
Religiosa: Reforma protestante (Lutero).
Política: Revolución Francesa.
Social: Revolución bolchevique.
Cultural: Mayo del 68.
Antropológica: La actual, centrada en la identidad, el cuerpo y el género.
Advertencia sobre la pederastia. La ideología de género abre la puerta a una futura normalización de la pederastia, en la línea de la filósofa Shulamith Firestone y se argumenta que el proceso de «liberación sexual» incluye también, de forma implícita, la de los niños.
«The Dialectic of Sex: The Case for Feminist Revolution» (1970). En español: «La dialéctica del sexo: el caso para una revolución feminista». Y…¿Qué dice realmente Firestone?. En esta obra, Firestone plantea ideas radicales para su época, algunas de las cuales han sido muy polémicas. Entre los puntos más relevantes, su crítica a la familia nuclear. Considera que la familia es una institución de opresión estructural, especialmente hacia las mujeres y los niños. Propone una reestructuración completa de las relaciones familiares y reproductivas.
Por otra parte entiende la infancia como clase oprimida. Firestone sostiene que los niños, igual que las mujeres, constituyen una clase oprimida, afirmando que los niños deberían tener más autodeterminación, incluyendo en aspectos relacionados con el afecto, la educación e incluso la sexualidad.
Igualmente habla sobre liberación sexual infantil. Este es el punto más controvertido y el que algunos críticos citan para acusarla de abrir la puerta a justificar relaciones sexuales con menores.
Es importante apuntar que, aunque Firestone habla de “liberación sexual” de los niños, no defiende explícitamente la pederastia ni el abuso, pero su lenguaje ambiguo ha sido interpretado de ese modo por críticos conservadores. Pero sin que se tilde de conservadurismo, escandaliza un poco esta cita que entendemos como relevante para expresar lo que la autora verdaderamente afirma:
«Al igual que las mujeres, los niños están sexualmente oprimidos. […] Debería existir una sexualidad infantil libre de coerción, controlada por el propio niño.»
— Shulamith Firestone, “The Dialectic of Sex”
Este tipo de afirmaciones son las que suelen ser citadas para denunciar la llamada “agenda de normalización de la pederastia”. Como conclusión Firestone sí aborda la idea de liberar a los niños del control adulto en todos los aspectos, incluida la sexualidad, pero su enfoque está enmarcado en una crítica general a la estructura familiar y patriarcal. No defiende directamente la pederastia, pero sus planteamientos han sido usados como argumento en discursos contrarios al feminismo radical o a la ideología de género.
La crítica al marxismo como proceso
Engels veía el mundo como un «complejo de procesos» para explicar que el marxismo cambia de forma, pero mantiene su núcleo materialista. Estaríamos ante una sustitución del teocentrismo (Dios como centro) por el antropocentrismo (el hombre como centro y motor de cambio), en una especie de neorenacimiento, donde el mensaje final de esperanza sería el de el filósofo Jean Guitton, quien afirma que en cada siglo se ha creído que la Iglesia caería, pero nunca ocurre. La Providencia divina actúa a través de la historia, incluso cuando parece que todo está perdido (como en el caso del comunismo). La victoria futura de la Iglesia estarían en la confianza en la resistencia.
La crítica al marxismo como proceso realmente es una crítica tradicionalista, antimodernista y contrarrevolucionaria que usa el enfoque histórico-filosófico vinculando ideologías contemporáneas con una agenda percibida de destrucción de la civilización tradicional y cristiana, reflejando igualmente un temor escatológico (de fin de los tiempos culturales) y una visión teológica que contrasta fuertemente con la modernidad, mejor dicho, con la contemporaneidad, en donde vemos una selva de ideologías que se entremezclan como las lianas entre los arbustos y los árboles enmarañando el paso, haciendo difícil saber, al ciudadano de a pie, qué es lo que está bien o mal en realidad.