“EL CARAMELO”

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TORREVIEJA Y ACADÉMICO DE LA REAL ACADEMIA DE CULTURA VALENCIANA

caramelo

Arranca en Torrevieja la Semana Santa, unos días en los que la ciudad rebosa de colores, de sentimientos, de arte y de alegría, simbolizada en los caramelos que se reparten. La dimensión artística y espiritual de sus procesiones le otorgan un carácter propio. Los capirotes reparten caramelos y regalos, reviviendo aquellos tiempos pasados en los que los componentes de las cofradías repartían viandas para los más necesitados.

Religión, arte y fe se funden en una simbiosis perfecta. Es una fiesta para los sentidos. El incienso y el perfume de las flores de los pasos se mezclan con las bocinas, los tambores y las cornetas que ponen ritmo a los tronos mientras desfilan. Numerosos capirotes trascurren ante los espectadores. La Semana Santa empieza y niños y mayores tienden sus manos para recibir el primer caramelo.

Una de las principales características que distingue a la Semana Santa de Torrevieja del resto de las que se celebran en España, es la entrega de caramelos y obsequios por parte de los capirotes al público que presencia el cortejo penitencial.

Un capirote en las filas del cortejo, puede repartir a lo largo del mismo, hasta unos ocho o diez kilos de caramelos.

Son característicos los capirotes que llevan túnicas de distintos colores y se caracterizan por una enorme «barriga» que, en realidad, es una gran bolsa sujeta por un apretado cordón, donde van guardados caramelos, estampas, regalos, etc. que van repartiendo entre amigos y familiares a lo largo de toda la procesión. Hay procesiones más sobrias, donde no hay reparto de golosinas como la del Silencio,

una de las procesiones más impresionantes que sale en la noche del Jueves Santo o en la del Encuentro, el Domingo de Resurrección.

Esta tradición se viene desarrollando desde hace siglos sin que ningún historiador haya podido concretar cuál fue la primera Semana Santa en la que se entregaron los caramelos.

El capirote o nazareno de filas, entrega caramelos rememorando una costumbre medieval por medio de la cual la Iglesia obligaba a restituir el daño ocasionado por faltas cometidas en el transcurso de las penitencias públicas. El «pecador» aprovecharía el anonimato de la túnica penitente para entregar al ofendido aquellos bienes que creyera oportunos en señal de arrepentimiento. Esta costumbre se fue generalizando hasta llegar a nuestros días. Hay quien aboga en que el origen de repartir caramelos, parece ser, tenía como finalidad el quitar el mal sabor de boca que deja en el pueblo la visión de los padecimientos de Nuestro Señor, plasmados en los pasos que desfilan.

Las descripciones que nos han dejado los escritores costumbristas nos dicen cumplidamente de los pormenores más diversos acumulados en estas ceremonias piadosas que deben ser comprendidas dentro de lo más representativo de un sentimiento de religiosidad popular, y menos popular, que se amoldó en todo a los presupuestos religiosos emanados del Concilio de Trento y de los que le siguieron. Y junto a todo ello, no faltan en dichas referencias pormenores de todo tipo, entre los que destaca el hecho de que para no faltar a lo dispuesto en el precepto del cumplimiento del ayuno, en determinados días se podían tomar algunos caramelos a modo de recurso para entretener las fuerzas necesarias para cumplir el recorrido fijado, que pronto pasó a llamarse carrera.

En otras épocas, la Semana Santa que se cerraba el último día, el Sábado de Gloria de Resurrección, con una “caramelada” multitudinaria, un gran reparto de caramelos entre los niños que a las puertas de las confiterías gritaban a coro: “¡Qué tiren! ¡Qué tiren!”, esperando que su propietario les arrojase los caramelos sobrantes de aquel año.

La primera relación que se establece tras aceptar el obsequio es adivinar de quien proviene el regalo. Y no siempre se puede descubrir el donante por más que éste te mire fijamente. ¿Se ha creado un juego teatral?, ¿picaresco? Por el contrario, ni el capirote ni la persona que ha recibido el caramelo realizan esta acción como un acto irreligioso, sino que ambos asumen su papel popular localista en la tragedia y ejemplarización de la pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo. Cada uno sigue con su actitud un comportamiento fijado a lo largo del tiempo.

Teatro y fiesta. Tragedia festiva en plena calle. Y en medio de todo un objeto característico, sin explicación lógica que se añade popularmente a la tragedia: el caramelo.

Aun hoy, si un capirote me da unos caramelos, se reproduce la ilusión que sentía cuando era un niño, y me emociona recordar el esfuerzo que mi padre hacía para conseguírnoslos.

Nuestra Semana Santa sabe a caramelos que se deshacen lentamente en la boca, dejando un regusto a infancia perdida.

Fuente: “Revista de Semana Santa 2008”. Torrevieja

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