POR MIGUEL GALLEGO ZAPATA, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE SAN JAVIER (MURCIA)
Vivió en la calle de San Luis y allí dejo estela de buena vecina, hoy escasea bastante este tipo de mujer, recuerdo siempre aquella metáfora, ¡buen vecino ¡revaloriza tu casa!.
Su padre, Antonio Sáez, era toda una institución, entendido agricultor, todos acudían a él para consultarle cualquier problema siempre abierto y generoso, perteneció a la Hermandad de Labradores y recuerdo que me votó cuando, muy joven,fui concejal del ayuntamiento.
Su hijo Paco después en Barcelona fue el primer soldado voluntario a Aviación, siempre fue mi amigo, nos saludábamos con agrado cuando venía en vacaciones.
Antonia se casó con Ginés Fernández Morales, un militar que le dió tres hijos, pero no vamos a hablar de sus hijos, gentes de buena crianza, hoy nos toca ponderar las virtudes que adornaron a esta gran mujer.
Estaba a punto de ser nombrada Presidenta de las Mujeres de Acción Católica cuando su marido, aquejado de una enfermedad de corazón, fue hospitalizado por un tiempo. Estaban restringidas entonces las visitas, pero ella, con esa sagacidad que siempre le caracterizó, realizando labores de ayuda en las cocinas, consiguió eludir los controles y estar cerca de su marido.
Fui compañero suyo en las Juntas Parroquiales y en el Movimiento de “Vida Ascendente” y lloviera o tronara Antonia estaba ahí, últimamente como Ministro de la Eucaristía era visitadora de enfermos a los que administraba la sagrada Comunión y les llevaba ese acercamiento a que se refiere con tanta insistencia nuestro Papa Francisco, lo que compatibilizaba con sus labores de buena madre y mejor abuela, como antes lo fue de buena esposa, sin olvidar que fue una buen hija, buena hermana y buena tía ¡la tía Antonia estaba siempre en su sitio! Muchas veces olvidándose de sus delicadas piernas.
Ginés era tío de mi mujer, hermano del Coronel Fernández Tudela, y cuando “sentó” plaza a Aviación, siguiendo la inclinación de todos los hermanos, éramos compañeros en la Oficina de Don Tomás Maestre, ¡quizá los primeros cigarros me los dio él!, recuerdo cuando en bicicleta y camisa y pantalón blanco se iba a cortejarla, vivía en el campo, y era una joven culta y muy agraciada ¡Ginés presumía de ello!.
Antonia ha sido una mujer, quizá como la de que hablan los Evangelios, y además, con su coche, que conducía con destreza acudía allá donde su presencia fuere necesaria, siempre dispuesta a ayudar a todos.
Toda la familia estamos consternados con su pérdida, pero para la parroquia es un duro golpe. Adiós Antonia!, estoy seguro que en las verdes praderas, te habrán recibido con júbilo.