POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Se nos ha muerto Adolfo Suárez. Los españoles montamos como nadie los duelos. Dejamos para después de la muerte los mejores homenajes porque tenemos la cultura de la muerte en las entrañas. Somos así, que se le va a hacer. Andaba una el 25 de marzo tristona, viendo el duelo popular por este hombre bueno. Entonces, en una tele local, se cruzaron estas imágenes con el cartel anunciador de Semana Santa. También en eso echamos el resto. Después de todo conmemoramos otra muerte, la más importante para los cristianos. Y me vinieron a la cabeza imágenes agridulces de una España lejana, que yo pensaba definitivamente ida. Pero que sigue viva y coleando. Me explico.
Resulta que mi primer destino docente fue en el instituto de bachillerato femenino de Lorca, el Ibáñez Martí. Aún vivía Franco. Yo era tan joven que el bedel me confundió el primer día con una alumna. De hecho, como también daba clase en el turno nocturno, tenía alumnas bastante mayores que yo. Lo cual no fue obstáculo para que el bedel me tratara con la misma seriedad que a los colegas maduritos, y que aquellas excelentes alumnas, mujeres trabajadoras, me respetaran mucho. Entonces la cultura se valoraba más. Es que se valora más lo que cuesta trabajo conseguir, digo yo. Bueno, a lo que iba. Que como eran otros tiempos, hasta que me casé fui pupila de una viuda de Lorca, doña Paquita. Esta señora alquilaba habitación, con pensión completa, para tirar adelante. Hasta entonces yo nunca había visto una S. Santa a lo grande, porque las de mi pueblo eran de confesonario, silencio y santos tapados. Resultó que dona Paquita, con la que congenié genial, era de los Azules de Lorca. Ella me contó que su marido era de los Blancos. Y que al nacer un hijo se pactaba en qué cofradía mariana lo apuntaban. Así la criatura desde que abría los ojos ya llevaba de por vida una adscripción. Ser Blanco o Azul en Lorca era algo muy importante. Tanto que, según me contó doña Paquita, su marido y ella llegaron a vivir separados en S. Santa, cada unos con los hijos de su bando, para no pelearse. Porque el resto del año se llevaban divinamente. No la creí hasta que no vi su Semana Santa. Sus desfiles pasionales son impresionantes. Se los aconsejo. Blancos y Azules rivalizan en lujo. Puede faltarles para otra cosa, pero no para bordados, cuadrigas, luces y flores de su cofradía. Las contemplan desde tribunas, por las que se paga una pasta, avituallados con todo tipo de alimentos. Costumbre que también he visto en Murcia, la de comer durante las procesiones. Así blancos y azules reafirman cada año su militancia, que es mental, irracional y algo fanática. Lo bueno que tiene aquello es que solo dura una semana. Luego la convivencia impera. Por eso doña Paquita fue muy feliz con su marido y lo echaba de menos a todas horas.
Resulta que entre los que visitaron la capilla ardiente de nuestro Suárez dio la nota el presidente Mas. Dijo de si mismo ser un estadista a la altura de Adolfo el Grande¡ toma del frasco Carrasco¡ O sea, que este tipo mediocre, que esta metiendo a los catalanes en un callejón sin salida, que los piensa sacar de Europa y empobrecerlos, y que se gasta lo que no tiene en flores y música para su peana de santo, que para eso sirven sus teles autonómicas, piensa que será recordado como Suárez cuando muera. Buen don Arturo, se verá cuando le llegue la hora. Pero mejor cuide su salud no sea que se lleve una sorpresa el día del sepelio. Porque de usted se recordará que padeció la enfermedad del nacionalismo rancio, que no se ha extinguido como pasó con la peste negra porque no se le ha puesto todavía remedio. Aunque es cierto que el remedio es complicado porque en Cataluña a algunas criaturitas al nacer ya las apuntan a esa cofradía. Luego sus padres y sus maestros les van adoctrinando para que odien a la otra. Y así se llega a que un día, en pleno siglo XXI, una niña de tres años se nos muere de rubéola porque no es vasca. Y no pasa nada. Querido Don Adolfo, hizo usted bien en morirse a tiempo de no ver lo que está por llegar. Le vamos a echar de menos. Al señor Mas le echamos hace tiempo de más. Eso dice mi papelera. Es sabia.