
POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
La docena de meses que forman el año se va encadenando, uno a uno, y cuando llega diciembre todos estamos cansados del día a día, tratando de poner la ilusión en lo que hay, con la dura certeza de lo vivido, de lo soñado, de lo censurado y de lo salvado. Como ilusión no falta entramos en el año nuevo con esperanza, que no es fácil de mantener, viendo lo que se ve, sabiendo lo que se sabe, temiendo lo que se teme. Es evidente que lo que vale ahora como viático es lo que sale del talante de los individuos, porque de los de los poderes públicos mejor esperar poco para evitar nuevas desilusiones.
El mes de diciembre se estrenó con un puente que ya es clásico, entre el 6, fiesta laica de poderes públicos mejor esperar poco para evitar nuevas desilusiones. la Constitución, y el 8, clásica fiesta de la Inmaculada Concepción, una fecha cívica y otra religiosa que este año, entre lunes y domingo, se estiró al lunes, con lo que la cosa cundió. Lástima de los muchos que perdieron ya el gusto por las fiestas, porque tienen demasiadas, demasiados días en rojo en el calendario.
Quien dice diciembre dice Navidad, que es fiesta por excelencia de los niños a la que se apuntan muchos adultos, manteniendo una ilusión como no hay otra.
Sin ninguna nostalgia por un pasado que se fue sin avisar, hay que detenerse en la Navidad del presente, en la que ese destino comercial de Oviedo reverdece, haciendo de esta tierra norte de muchos para que los regalos de los Magos de Oriente tengan sabor ovetense. Porque, tal como está la cosa, no está claro de qué Oriente vienen los Magos con su mensaje de paz y amor. Con perdón de los comerciantes, que necesitan cerrar el año sin agujeros en la faltriquera, habrá que volver a los regalos del verdadero amor, hechos por nuestras manos, como si fuésemos personajes de Mujercitas, de Louise May Alcott, y nos afanamos en bordar zapatillas para el abuelo. Por cierto, que no falte un libro en ninguna zapatilla, para que los brotes verdes se conviertan en bosques de papel antes de ser reducidos a tal, en una ciudad libresca, vieja y nueva a la vez, que acaba de reabrir una librería en la calle Covadonga, a tiro de piedra de la cerrada Santa Teresa, de la que es descendiente.
Quien dijo Reyes Magos dijo carta, aquel papel rayado que se escribía mojado en el tintero de la ilusión. Había en Oviedo buzones especiales para tan delicado correo, de noble cartón piedra y con solemne forma de Rey Melchor y un cofre para meter las cartas entre las manos. Recuerdo ahora el de Politecna en Toreno y hasta hace nada hubo uno a la entrada de la joyería Quirós, entre Cervantes y Marqués de Teverga. Ya no está, seguramente retirado por la edad, aunque una de las características de los Reyes Magos es una eterna juventud a pesar de las canas.
El correo electrónico es un medio eficaz para todo el año pero para la carta de los Reyes Magos habrá que rehabilitar la figura del cartero real.
Hablando de Navidad en Oviedo no es lo de menos el Nacimiento en la plaza de la Catedral que hace espectacular telón de fondo para tantas cosas. Es una instalación artística y didáctica, hecha con ilusión y rigor. Todos pasamos por allí, como pasábamos hace mil años por el del Hospicio, ¿qué habrá sido de él?
Afortunadamente, ahora contamos con la Asociación Belenista, que acaba de cumplir sus bodas de plata con la ciudad.
Quien dijo Reyes Magos dijo cabalgata, serpiente mágica de luz y color que es preludio de la noche más larga, con los ilusionados leyendo en cada ruido la cercanía del prodigio.
Como si fuese un camino de estrellas, la calle de Uría, buena para tantas cosas, y otras de la ciudad marcan el recorrido con una efectiva decoración luminosa en la que no es lo de menos el oportuno guiño a los elementos heráldicos de nuestro escudo.
Precisamente una de las desazones del fin de año es la de saber que la Cámara Santa está vacía, como si fuese protagonista de una de esas novelas gordas tan de moda en los últimos años en las que las catedrales no son lo de menos como elemento dramático y literario.
Acaba de pasar el día de los Santos Inocentes. Imaginen que a la hora de recomponer, con cuidado y riguroso criterio, el contenido de nuestro tesoro patrio, las joyas no aparecieran. Esa broma trae el recuerdo de lo que nos pasó de verdad?
Abren tiendas por estas fechas y eso es señal de buen ánimo en quienes luchan por renovar el tejido comercial de la ciudad, hecho jirones y suplido por establecimientos postizos. Entre las bajas, que también las hay, entristece constatar la evidencia de cierre de un comercio que, en poco más de veinte años de vida se convirtió en un clásico en el sentido de hacerse imprescindible a la hora de adquirir objetos de decoración de muy buen gusto, muchos de inconfundible aire francés.
Hablamos de El Chinero, en González del Valle 10, que el 30 de diciembre, en plena salud, decidió dejar de existir. No es publicidad, que ya no cabe, pero hay en mí un sentimiento de gratitud hacia aquel espacio y hacia las personas que le daban vida, encabezadas por María Plaza Secadas. Se notará su ausencia.
Fuente: http://www.lne.es/oviedo/