
POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

Echo de menos a Segovia en las honras fúnebres a Adolfo Suárez en las que toda España se ha volcado. ¿Por qué, por qué?
El expresidente del gobierno, antes gobernador civil azul de la ciudad, partió de allí, como don Pelayo desde Covadonga, a la reconquista de una nación indivisa pero plural, diversa y divertida en democracia. Y lo consiguió, frente a tirios, troyanos, derechones e izquierdosos, acusadores y cicateros ambos, sin temblarle el pulso ni perder la sonrisa ni la palabra concordiadora, conciliadora, en sus audacias temerarias. ¿Sería esto hoy posible? El tonto de Artur Mas se le ha arrimado, pero para lo contrario. ¿Será provocativo encima de sus restos gloriosos?
A buenas horas mangas cuatribarradas. Que se quede con ellas, que le bastan y sobran. Y tontos de capirote también los que le aparcaron en la soledad de su mente y se inclinan a destiempo ante su féretro mortuorio. ¡Anda ya, gonzalones, guerristas, rubalcabas y otros tantos y más saduceos maniqueos!
Para sepulcro blanco e inmaculado el suyo, que no se llevó del país sino el honor y el deber de haberle servido. ¿Os enteráis ahora, cuando todo es ceniza, polvo y nada, sin la mano de caballeros en el pecho por haberle derribado del andamio constructor de la democracia?
Segovia debe hacerle a Suárez un monumento que ilumine sus calles ante la desfachatez que se avecina o ya estamos inmersos en ella. Coraje, por favor. Y que descanse en paz en la catedral que quiso y nos hizo, pasándose la dictadura por los arcos del triunfo de la muerte y la represión, palabra a palabra. En un claustro de todos. Porque seguimos a la intemperie y a la intemperancia.
¡Ay, España, cómo te gusta maldecir a los vivos y olvidar a los muertos, tras tres días de riguroso y decretado luto!