POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Allá por los finales del siglo XVII, debió suceder esto hacia 1683, el gran Visir del imperio otomano Merzinfolu Kara Mustafá Pasha (1634-1683) decidió, comandando un gran ejército, apoderarse de Austria-Hungría. Tras enconadas luchas y asedios fue derrotado por los europeos y el propio emperador turco Mehmed IV le condenó a muerte, siendo ejecutado en la horca y ahorcado con soga de seda como correspondía a gente de la nobleza.
Pues se cuenta que un espía-solado polaco, de nombre Kolkaycky, en premio a sus servicios, fue obsequiado por sus jefes, en plan botín de guerra, con varios sacos de café que los turcos habían abandonado en su retirada y derrota.
Este soldado polaco abrió en Viena una posada-mesón, de nombre «La Botella Azul», en la que ofrecía a los vieneses la estimulante infusión de café. Como estos la encontrasen demasiado amarga, el polaco decidió acompañarla con un poco de azúcar y cubrirla con crema de leche (nata montada) aromatizada (o no, según gustos) con un polvo de canela.
Así nació el llamado CAFE VIENÉS, al que los italianos denominan «espresso con panna».
Cuenta la historia que los vieneses acostumbraban a tomar ese café servido en compañía de un vaso con agua y que la clientela, durante la degustación, aprovechaba el tiempo en la lectura del periódico. Si el cliente consumía su agua, el camarero le servía más.
Nuestro recuerdo, hoy, para el gran visir Mustafá (en la foto de Wikipedia); gracias a su derrota cuando el segundo sitio de Viena gozamos del exquisito CAFE VIENES.