
POR JOSÉ MONERRI, CRONISTA OFICIAL DE CARTAGENA

Cartagena ha revitalizado de forma muy notable su puerto por el que han entrado en Europa tantas civilizaciones. Ahora puede presumir de un moderno muelle que de comercial se ha transformado poco menos que en turístico. Un muelle ubicado en una preciosa bahía natural. Pero, como escribe Federico Casal, la espaciosa explanada del Muelle de Alfonso XII es modernísima y, exceptuando la parte destinada al tráfico marítimo, el resto es un grandioso paseo resguardado por la muralla de los vientos fríos del norte, circunstancia por la que en los meses de invierno es lugar concurrido por los ciudadanos y, si a esto añadimos su proximidad al mar hacen de este paseo el mejor de Cartagena.
En los más remotos tiempos, el muelle comercial se reducía a un pequeño espigón de cantería que nacía a la salida de la Puerta del Muelle (ya desaparecida) y era objeto de frecuentes reparaciones por las quejas de los jefes de las escuadras que entraban en el puerto, y las continuas reclamaciones de los hombres de negocios que importaban o exportaban mercaderías por mar, y son innumerables los acuerdos concejiles para que el muelle fuese aderezado convenientemente.
A principios del siglo XVII, la ciudad tomó en serio obra tan importante, y encarga al maestro Pedro Milanés que hiciera un proyecto y presupuesto, y convenidos el Concejo y el cantero se construyó el Muelle Principal y su portada, el que en el discurrir de los años sufrió infinitas reparaciones y fortificaciones sin conseguirse jamás que reuniera las condiciones necesarias para la carga y descarga de mercancías, así como el embarque y desembarque de militares y pasajeros.
A mediados del siglo XIX, a medida que Cartagena iba ganando en importancia y acrecentándose su comercio, su industria, navegación y minería, se echó de menos un amplio muelle como lo tenían todos los puertos del Mediterráneo, y los hombres de aquella época entendieron que para ello había que ganar terreno al mar, obra costosísima que no podría realizarse sin el apoyo del Gobierno de la nación, y tras de incesantes trabajos consiguieron, con fecha 16 de enero de 1874, que el Gobierno de la República cediera al Ayuntamiento de Cartagena los terrenos que se ganasen al mar.
Trabajó activamente la Junta de las Obras del Puerto en el relleno para la construcción del Muelle que al fin fue inaugurado por el rey Alfonso XII el 24 de febrero de 1877. El monarca llegó a Cartagena el día anterior en el correo, siendo recibido por el cuerpo municipal presidido por el alcalde Jaime Bosch y Moré, marchando todos a la iglesia parroquial de Santa María de Gracia donde se cantó un Te Deum. Desde la galería de la Casa Consistorial presenció el monarca el desfile de las tropas, pasando luego a visitar el Santo Hospital de Caridad, embarcando después en la falúa real y dirigiéndose a la fragata `Victoria´ donde se alojaba. Por la tarde, recibió al Ayuntamiento en el Arsenal.
Al día siguiente, a las tres y media de la tarde, fueron inauguradas por Alfonso XII las obras del muelle comercial.
En el verano de 1888, allí se instaló un Teatro Circo de madera con la denominación de Circo de la Riva, inaugurado por la compañía de zarzuela Juan Espantaleón, quien, el día 24 de julio, estrenó una revista local titulada `El País del Aladroque´, letra del literato cartagenero Francisco Arróniz y música de los maestros Liñán e Isaura. La feria de la ciudad, que se celebraba desde el 25 de julio al 10 de agosto, se instalaba en la plaza de San Francisco, siendo la última que allí se situó el año 1886; a partir de 1887, se instaló en el Muelle de Alfonso XII.
La explanada donde se instalaba la feria comenzó a denominarse Paseo de Alfonso XII y en él se celebraban misas de campaña, juras de bandera y el desfile de las tropas que partieron para las guerras de Cuba y Filipinas y África, batallas de flores, cabalgatas y muchos festejos populares, entre ellos los días de Carnaval.
En el año 1922, el Ayuntamiento presidido por el alcalde Ángel Bruna, construyó en el Paseo un pabellón desde el que el 23 de junio de 1903, el rey Alfonso XIII presenció un desfile de las tropas que cubrieron la carrera a su entrada en la ciudad. Más tarde, en 1907, se construyó a la entrada un magnífico arco espléndidamente iluminado que un furioso vendaval echó a tierra cuatro años después.
Después de los años cuarenta el Muelle experimentó una notable transformación, desapareciendo los tinglados y su preponderante actividad de tipo comercial para dar paso a unas instalaciones deportivas, con muelle para cruceros, la presencia del prototipo del Submarino de Peral, un nuevo Real Club de Regatas, la Cámara Oficial de Comercio Industria y Navegación, el Museo Nacional de Arqueología Submarina y el Auditorio y Palacio de Congresos El Batel. El puerto se ha abierto totalmente al público y se ha potenciado extraordinariamente de cara al turismo, siendo uno de los mejores del Mediterráneo.
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