POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
Lo comentamos muchas veces. Es difícil decirle adiós a un amigo. Recuerdo ese medio siglo largo de amistad y de encuentros que por sí solos ya constituyen un rico y largo tomo de vivencias lleno de referencias. Tu claridad de juicio y tu decisión resolvían rápidamente cualquier tipo de problema o situación complicada.
No me olvido del Espíritu Santo. Cuando se realizaron las obras en tu iglesia se vio que en el hueco de su puerta norte estaba la imagen mutilada del Santo Cristo, y nadie mejor que el taller del genio de la talla, el inconfundible Alito, para realizar aquella nada fácil restauración y allí fue a parar la mutilada joya. En aquellos años se estaba viviendo una auténtica oleada de persecución hacia todo aquello que ofreciese el más pequeño atractivo artístico. Auténticas bandas de chamarileros rebuscaban incansables por todas partes. No tardaron los citados en llegar al taller de Alito y al tiempo que restauraba, inició una copia de lo que allí se habían dejado. Recibiste el aviso y menos de media hora pasó y ya estabas con el coche en Olivares y en la baca de tu coche blanco medio envuelta y tapada salió la imagen libre de contaminaciones.
En tu segunda etapa, volvimos a coincidir. Fue en la parroquia de San José, allí coincidió una inmensa carga de actividades en las que latía un ambiente muy modernista y actualizado, vivo y eficaz. Y como dice el refrán que no hay dos sin tres, la tercera fue en la arciprestal, a la sombra y bajo el firme seguro de los santos patronos.
Fue en esta tercera y última etapa cuando me marcaste definitivamente con el sello inconfundible de tu vocación, de tu entrega generosa, lección permanente en ese día que nos zarandea y nos desvía de ese camino que nos marcaste siempre con tu ejemplo. Gracias, Benito, por tu lección y tu ejemplo.