LA BESTIA Y SU ORFEÓN
Sep 14 2013

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

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Menos de diez segundos ha tardado una presentadora del telediario en dar la noticia del asesinato de una niña musulmana de ocho años por el marido, una bestia de cuarenta, en la noche de bodas. Luego dedicó muchos minutos a contar lo mal que va España, y más todavía a temas deportivos. Incluso el tiempo que va a hacer mañana, tuvo mayor relevancia en el informativo que esta salvajada. Después de todo ¿Qué vale la vida de una niña en Yemen? Nada. Sin embargo, en esos segundos malditos de una tele encendida a la hora de comer, supe algo de la historia de Rawan, la pequeña violada. Supe que un animal con forma humana, de cuyo nombre no quiero acordarme, le desgarró los genitales y le rompió el útero, porque ella era una cosa suya, de usar y tirar. Un juguete roto entre sus garras de león. Porque su ley, su religión, autoriza salvajadas de este tipo. Seguramente este animal no sintió nada ante los gritos de dolor de su niña-mujer; ni se inmutó ante la sangre derramada de su víctima, porque la criatura era solo un proyecto de mujer. Porque en muchas zonas de Yemen, donde la función principal de las mujeres es ser hembras paridoras, sobran niñas que comprar.

Yo creo que eso pasa porque en estas brutales culturas abundan las mujeres que no saben que son seres humanos. Porque desde la cuna le robaron la dignidad. Porque luego, con sus primeros pasos, les quitan la libertad y las tapan con un trapo negro para recordarles que su cuerpo es pecado. Así las mantienen, como animales enjaulados, hasta que llega un salvaje dispuesto a desposarlas y a torturarlas hasta la muerte en la noche de bodas. Pero también pasa porque en nuestro mundo, el civilizado, lo permitimos. Porque montamos una guerra a la primera si hay petróleo que repartirse, o algo similar. Pero nos importa un comino que a las mujeres las traten allí como a las vacas, aunque aquí se nos llene la boca hablando de igualdad de género.

Sí. Nunca olvidaré que era medio día cuando una locutora cualquiera leyó esta noticia aterradora, la muerte de Rawan. Entonces mi copa de vino, manjar maldito por El Corán, tomó el sabor de la hiel. Y a la boca me llegó un vómito de amargura e impotencia. Y sentí rabia. Y odié a la bestia. Pero también odié a los que la jalean, su orfeón; y a los que callan, sus cómplices. Y me odié a mi misma por no ser más combativa ante tanta barbarie consentida en nombre de unas “alianzas de civilizaciones”, concepto vago, discutible, que no comparto; porque implican con frecuencia cerrar los ojos a la violación de derechos humanos y perpetuar la marginación femenina. Y con eso, una servidora no se alía ni muerta.

Hoy no me tocaba escribir una columna para el periódico. De hecho, no sé cuando se publicará. Pero he dejado la mesa, el vino amargo, el pan de cada día, para denunciar esta salvajada. Busco en las redes sociales que alguien con responsabilidad en temas de violencia machista se eche a la calle y nos convoque. Pero solo escucho silencio. Es una pena comprobar nuestra cobardía; que miramos para otro lado ante tragedias como ésta, que no es más que la punta del iceberg, porque no es progre ni útil aponerse a lo que mola, y ahora mola “bajarse al moro” y lo de la “alianza de civilizaciones”. Es triste reconocer que montamos en cólera si nos niegan las Olimpiadas, pero pasamos pagina volando ante una niña violada legalmente por la bestia que la compró por cuatro perras. Si, Somos tan civilizados que aceptamos como natural que para una religión sea menos pecaminoso el rojo de la sangre de una niña violada que el granate de una copa de vino, porque huele a alcohol. No es su culpa, es la nuestra por actuar de orfeón. Eso decían del parlamento alemán hitleriano, que era el orfeón más caro del Reinch. También aplaudieron al dictador, otra bestia, las democracias de entonces… y pasó lo que paso. Me lo recuerda mi papelera. Ella sigue llora que te llora acordándose de Rawan. Imaginando como será la vida de su madre, si no ha muerto de parto o de vergüenza. Intento consolarla. No lo consigo. A veces, mi papelera es la única que me entiende.

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