POR APULEYO SOTO PAJARES, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Madre. Pocos nombres tan fértiles y nutritivos, pocas palabras tan bellas, rememorativas y paradigmáticas, pocos símbolos literarios tan arborescentes y significativos…en cualquiera de las lenguas, pero especialmente en español. Matria acaba de pronunciar la polaca-francesa-mexicana Elena Poniatowska en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá durante la entrega por el Rey de España del supremo Premio Cervantes. Ella es hija del español tetramillonario de hablantes y escribientes, derramado por toda América, del Sur al Norte, o sea, del pueblo hacia arriba, democráticamente.
Dices “madre” y se te llenan la boca de dulzura, el corazón de amor y la mente de evocaciones infantiles maravillosas. Dices madre y te sientes grande desde pequeñito. Dices madre y se abren los brazos y el pecho para abrazarla.
No merece, pues, un día celebratorio solo sino todos los días de la vida, todas las horas y honras en su honor y labor. Ese vocablo anchura los diccionarios y desborda la existencia humana por la geografía, la historia y las ciencias naturales todas. Madre es flor y fruto cuajado. Madre es origen y continuación, vientre abarcador y pecho doble, brazo y mano tendidos, protección doméstica, leche y miel alimenticias, enseñanza y educación conjuntas.
La madre fue y es diosa engendradora desde la antigüedad primaria, edénica y adánica. Lo único imperfecto fue que mordió la manzana prohibida, por curiosa, y por su desobediencia altanera tuvo que ser desalojada del Paraíso terrenal por ángeles con brillantes espadas y condenada por el omnipotente Dios a parir con dolor, aunque ahora ya es menos o ninguno, como consecuencia de que las ciencias médicas han avanzado una barbaridad.
A la madre la han cantado, pintado y esculturizado los artistas de los múltiples y sucesivos tiempos en miles de diversas figuraciones, posturas y ensoñamientos. La vemos amamantando, rezando, bailando, limpiando, leyendo, cosiendo, barriendo, du rmiendo y soñando.
Su gracia y valentía son particularísimas; su sufrimiento es tierno, interior, callado. Vamos a ella como al perpetuo socorro y refugio, como al amor de los amores que nunca falla, como al castillo defensor de nuestras incongruencias y despropósitos cuando nos acometen los ardores de la carne o los desvíos del camino recto.
Madre amable, madre admirable, madre excitante, madre exigente, madre paciente, madre amante, madre acompañante, madre indulgente y edificante. Madre y basta, porque se acaba la extensión de esta columna enaltecedora, pero podríamos adjetivarla hasta la sociedad. No es necesario. Madre es nuestro sustantivo esencial, corporal y espiritual.
Fuente: GLORIOSA GACETA DEL MESTER. Época II, número 45. Junio 2014