POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
A la una y media de la tarde del 10 de febrero de 1919 naufragó, frente a la playa de Ferris, el pailebote inglés “Minnie G. Parsons”, con cargamento de sal a bordo, con destino al puerto de Santos (Brasil). De su tripulación, formada por siete hombres, incluido el capitán, se salvaron seis, muriendo ahogado el contramaestre Rasmunen, de nacionalidad danesa y de alguna edad, al no tener fuerzas suficientes para hasta la orilla, desapareciendo entre las olas. Al lugar de los hechos acudieron las autoridades locales, el vicecónsul inglés, Antonio Ballester, y numerosos torrevejenses, prestando auxilios a los desgraciados.
Entre las personas que se distinguieron en el salvamento merecen especial mención Justo Hernández y Antonio Montesinos que, con gran peligro de sus vidas y con un arrojo digno de todo encomio, dieron una prueba de humanidad y valentía, tirándose al mar en auxilio de sus semejantes. Como recompensa, la Junta Suprema de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos colocó sobre sus pechos un emblema y les entregó una distinción.
En días sucesivos continuaron continuó la playa de Ferrís con continua animación, acudiendo diariamente vecinos de todas las clases sociales con objeto de ver los destrozos causados por la mar bravía en el desgraciado pailebot “Minnie Parsons”. Muy poco se salvó del naufragio debido a las malas condiciones, no sólo de embarque, debido a los fuertes vientos que imposibilitaron los trabajos de salvamento.
La tripulación estuvo espléndidamente atendida e instalada en una fonda de Torrevieja, guardándose toda clase de consideraciones a los desgraciados náufragos. El día 19 de febrero, fueron obsequiados con champagne y puros habanos por el vicecónsul de Inglaterra, esmerándose en atenderlos de cuanto necesitaron desde que ocurrió el siniestro. Y el día 26 salieron para Gibraltar.
La ‘Sanmiguelá’
En la noche del lunes, 27 de septiembre de 1919, aproximadamente a las nueve de la noche, se desencadenó un terrible vendaval acompañado de continuos relámpagos, sin truenos, ni lluvia –la cerrazón era completa-; dos horas después, a las once de la noche, estalló la tormenta. La mayor, hasta entonces, aquí conocida. En un momento quedaron las calles convertidas en verdaderos ríos y durante algunas horas constituyó un serio peligro andar por ellas.
En la rada el ciclón puso en peligro a las embarcaciones que en la misma se encontraban ancladas, ocasionando desgraciadamente el naufragio del pailebote gallego “José Salgado”, de matrícula de Villagarcía de Arosa, al romperse las amarras. Entre los que prestaron un auxilio decidido a esta embarcación se encontraba el vapor español “Concha”, cuyo capitán dio las órdenes oportunas a sus tripulantes para desplegaran las mayores energías en su salvamento, a la vez que disparaba cohetes y bengalas para llamar la atención en tierra. Todo fue inútil: la fuerza de las olas y el furioso ciclón impidieron el salvamento del barco que fue a embarrancar a la playa de Ferris.
En el lugar de la desgracia se personaron, desde el primer momento, las autoridades locales, el vicepresidente de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, Vicente Castell, y personal a sus órdenes; el director de las Salinas, Luis Molina, los consignatarios hermanos Ballester, y las varias personas humanitarias que intervinieron en el salvamento de los náufragos. Todos los tripulantes se salvaron merced de loa auxilios que desde tierra se les prestaron con la ayuda de unas cuerdas que se les arrojo desde la orilla. La primera en tomar tierra fue una mujer que iba a bordo. No se perdió la embarcación, embarrancando junto a Torrevieja.
También naufragó el pailebote llamado “José María”, de matrícula de Alicante. Era uno de los barcos que durante el furioso temporal de levante se había mantenido en la rada torrevejense, pero en la mañana del 30 de septiembre, una vez pasado el chubasco y en un intervalo de bonanza, decidió el patrón que lo tripulaba, apellidado Molina, ir a Santa Pola con objeto de aguantar con más seguridad en aquel puerto el nuevo temporal que se preparaba.
Cuando llevaba algún tiempo de navegación, en el lugar denominado “El Moncayo”, un gran viento huracanado les hizo zozobrar, pereciendo dos de los cinco hombres que lo tripulaban, entre ellos el patrón, siendo recogidos los tres restantes, cuando ya estaban a punto de ahogarse, por el vapor “Concha”, conduciéndolos a Torrevieja.
Este temporal hizo que Torrevieja estuviera cuatro días incomunicada por tierra, sin correo y sin telégrafo; dejó de funcionar la central eléctrica, alumbrándose los habitantes con lámparas de petróleo y velas. El tren sólo podía llegar hasta cerca Benijófar, debido a las avería, sólo llegando hasta Albatera los trenes procedentes de Murcia.
Las mayores pérdidas se produjeron en las poblaciones de Cartagena, Torrevieja y Alicante.
En la tarde del domingo, 1º de Mayo de 1921, se desencadenó sobre Torrevieja una terrible tormenta de granizo que causó innumerables destrozos. Las calles quedaron intransitables y los barcos tuvieron repetidas veces, por medio de disparos, que romper las trombas que se formaron en la bahía.
Los campos quedaron arrasados completamente, una comisión de labradores de Torrevieja visitaron al alcalde con el objeto de solicitar socorros al gobierno para salir del trance en el que se encontraban. En La Mata, la tempestad destruyó todas las viñas, dejando en la miseria a la mayoría de las familias. Se calcularon unas pérdidas en la agricultura local superiores al millón de pesetas en la producción de trigo, cebada, avena y uva perdida.
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 19 de abril de 2014