
POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En la sociedad tradicional, en la que predomina una mentalidad agrícola, tanto si los estamentos son latifundistas o bien minifundistas, llegó a decir el historiador Flores Arroyuelo qué, la tierra no es tan solo una superficie en la que se visualiza el paisaje, ni es un elemento pasivo, ni económico; en el que el hombre vierte todo su saber y entender.
Yo, añadiría que la tierra, para la sociedad que la habita, es como un gran espejo en el que los hombres se proyectan y se identifican con ella, reconociéndola, como una madre fecunda, cuyas criaturas nacen de sus entrañas. De ahí la creencia, de las tribus en la Ulea Prehistórica de la existencia de un asentamiento matriarcal en el que se consideraba que, el vientre de la madre, era sagrado; como esposa de dios.
En este periodo mágico, de la historia, se creyó qué, para conseguir la fertilidad de las tierras, había que repetir todas las primaveras el rito de sacrificar a una doncella y regar, con su sangre, dichos terrenos.
La tierra viene a ser un ente material que la enaltece, pero, a la vez, es un ente abstracto, en el que se refleja toda su historia y qué, el hombre, se desvive por poseerla. Posesión, palabra rotunda que desde siempre ha otorgado sostén económico, pero a la vez, honor y poder.
Nuestra tierra, por otro lado, ha supuesto el establecimiento de unas relaciones entre las personas que la han trabajado; y las siguen trabajando. Fruto de su trabajo ha sido su remuneración, bien de sus productos o de sus salarios, que han servido para remediar la subsistencia de quienes dependían de ella.
Desde la época medieval, las tierras han sido repartidas según criterio de los conquistadores del reino de Castilla y, su propiedad, ha pasado por vicisitudes históricas, que la han transformado en una relación de dominio y servicio, entre el señor feudal o propietario y el que la ha trabajado.
Ruiz Funes, con su pluma prodigiosa, llegó a escribir con frases indelebles, que las tierras en toda la huerta murciana y, en especial en las Vegas Media y Alta del río Segura, sería impensable la desavenencia entre patronos y trabajadores. El contexto social de este binomio, es asumido con gran responsabilidad, teniendo en cuenta que la propiedad está dividida en lo que atañe a su disfrute, aunque no tanto a su dominio.
Con toda rotundidad, podemos asegurar que en la cuenca del río Segura es donde han existido y existen la mayor cantidad de artefactos elevadores de agua, precisos para regar terrenos de más altura que el cauce de ríos, acequias y brazales. Tenemos documentaciones históricas, de la cantidad de norias y aceñas que han funcionado y siguen funcionando, así como las que han sido restauradas; aunque estén en desuso y las que han acabado siendo un montón de chatarra.
Todas las personas, que están especializadas en la cultura del agua y sus aplicaciones trabajan de forma coordinada, con el fin de ofertar a los visitantes, la rica historia de sus tierras y los sistemas de regadío; incluidos los artefactos elevadores de agua, Así, en Ulea, tenemos la noria Villar de Felices qué, en su día, regó las tierras altas de su entorno y, hoy, se mantiene restaurada, como verdadera pieza de museo, para ser mostrada, y explicada, a los visitantes: como es lógico, fuera de servicio.
De las cuatro aceñas que otrora existían en solo queda la chatarra apilada de dos de ellas, habiendo desaparecido la aceña de las balsas y la contra aceña. La chatarra corresponde a las aceñas del Conde Heredia Spínola y la de la Capellanía.
El paso del tiempo y, el advenimiento de nuevas tecnologías, han hecho que todos los artefactos que se mueven por medio del agua o del viento, queden anticuadas. Las moto bombas elevadoras son más efectivas y económicas. Por tal motivo, en la mayoría de los casos, solo han quedado sus entresijos, en forma de montones de chatarra; como único vestigio histórico.
Con posterioridad, los criterios de los regadíos, con todos sus adelantos técnicos, han quedado en manos de ‘Las Ordenanzas de los Regantes’ y ‘Juntas de Hacendados’ que en Ulea se rige por ‘El Reglamento de las Aguas del Heredamiento de la Villa’, desde el día 13 de enero del año 1861; fecha en que se celebró el ‘Juntamento General Extraordinario’, en el que se aprobó ‘El Reglamento de las Aguas de la Villa’ de Ulea.
Dicho Reglamento fue confeccionado por José Torrecillas, José Miñano López, José Ramírez Pérez y Rafael Moreno. De su aprobación da fe el secretario Juan Abenza, siendo el Presidente José Torrecillas.
Nota: Dicho Reglamento ha sido extraído del Archivo del Almudí; en donde se encuentra el legajo original.