POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El canto gregoriano tiene su origen en las antiguas sinagogas y en las primitivas comunidades cristianas. Se le denominó gregoriano por atribuírsele, al Papa Gregorio I Magno la continuación de aquellos primeros cantos, aunque, con ligeros matices diferenciales del canto antiguo- también llamado romano-. Fue a partir del siglo IX cuando empezó a asociarse su nombre a este compendio músico vocal.
Ya, desde sus orígenes, la música cristiana, cantada, era considerada como una oración cantada. San Agustín, llegó a decir que el que canta bien, ora dos veces. Siempre fue muy importante que los cantores interpretaran bien los textos.
Las partituras del canto gregoriano están escritas en tetragramas, siendo una plegaria cantada y, sobre todo, la expresión de una religiosidad. Su texto está escrito en latín; excepto el ‘Kyrie Eleison’ (Señor ten Piedad). El repertorio del gregoriano es anónimo y, la forma musical, está definida por el texto.
Los cantos gregorianos, durante las misas, pueden ser propios y, también, ordinarios. Los propios están constituidos por piezas que se cantan en tiempos litúrgicos, o según la fiesta que se celebre. Los cantos de Introito, Gradual, Aleluya, Secuencias, Ofertorio y Comunión; forman parte del propio de la Misa. Los cantos ordinarios de la misa, están compuestos por textos que se repetían en todas las misas cantadas de difuntos. Todas estas misas cantadas, han sido siempre en gregoriano y en latín.
Pues bueno, a pesar de la oposición del clero arcaico, en el año 1963, en el Concilio Vaticano II, se aprobó que los sacerdotes, en la celebración de la Santa Misa, se situaran detrás del Altar Mayor y de cara a los feligreses. Además, aunque se dio plena libertad a todos los sacerdotes, se les comunicó que, en adelante, la Santa Misa se celebrara en lengua vernácula. Sí, cada región y cada país, en su lengua. La reticencia fue aun mayor que la de estar cara a los feligreses y, algunos sacerdotes, siguieron celebrando la Santa Misa en latín. No obstante, hoy en día, existen comunidades religiosas cristianas- unos pocos sacerdotes, claro está que siguen anclados en la época de las catacumbas.
Estas reformas estaban encaminadas a promover la participación de los fieles asistentes, con la finalidad de que el pueblo pudiera comprender y participar, por medio de una celebración plena, activa y comunitaria; fomentando las aclamaciones de los feligreses, las respuestas, las salmodias, las antífonas, los cantos, así como las acciones, gestos y posturas corporales.
Quiero resaltar qué en Ulea, tras la contienda civil española del siglo pasado, cuando fue trasladado el cura párroco Jesús García y García, a la parroquia San Bartolomé de Murcia, llegó nuestra parroquia Pedro Martínez Gil, cuya ímproba labor fue reconocida por todos los feligreses ya que le tocó la ingrata labor de recomponer cuanto se había deteriorado en fechas recientes de infausto recuerdo.
Al cesar como sacerdote titular en el año 1941, llegó a nuestra parroquia José Muñoz Martínez, natural de Algezares. Fue un gran dinamizador de las juventudes y dio un gran impulso a la parroquia.
Su gran labor fue reconocida por toda la ciudadanía; siendo reemplazado de su cargo el día 1 de julio del año 1949, fecha en que fue sustituido por el cura franciscano, de origen canario, Antonio López Rodríguez, con el cargo de cura regente.
El padre Antonio, hombre talentoso y un gran orador, subía al púlpito y, desde allí, nos exhortaba brillantes homilías que llegaban a lo más profundo de los sentimientos de los feligreses. Tal era su capacidad de persuasión que les hacía llorar aunque yo era muy pequeño y no entendía nada, lo comprobé personalmente; solía estimular las fibras sensibles de los asistentes con gran facilidad.
En el año 1955, el día uno de junio, tomó posesión de la iglesia parroquial Enrique Meseguer Sánchez, con el cargo de cura ecónomo. Su paso por la parroquia de Ulea fue la de un hombre mayor, cansado y contemporizador; con los usos y costumbres de los vecinos, siempre al pairo de los privilegios de los mandamases del pueblo. Sí, no recuerdo que dejara huella digna de evocar.
Sin embargo, el día tres de enero, del año 1958, llegó a nuestro municipio Patricio Ros Hernández, natural de Molina de Segura, con el cargo de cura ecónomo. Educado en el ambiente castrense de la Guardia Civil, era un hombre de carácter indomable y, de una calidad humana sin parangón que puso en marcha durante los ocho años que llevó las riendas de la iglesia parroquial de Ulea.
A Patricio Ros le correspondió ejecutar las reformas litúrgicas emanadas del citado Concilio Vaticano II y comenzó por celebrar la Santa Misa en lengua vernácula. A continuación siguió con las innovaciones y ordenó erigir un Tabernáculo en el centro del altar mayor para, desde allí, poder dirigirse a los feligreses, mirándoles de frente y a la cara, en vez de seguir celebrando la Santa Misa de espaldas; tal y como se efectuaba hasta entonces.
Los feligreses de a pie, los sencillos y humildes, veían con grata sorpresa, los cambios que estaba efectuando el nuevo cura, tratando de imponer la liturgia emanada del Concilio Vaticano II. Pero Don Patricio, no se detuvo ahí. Aunque los mandamases le miraban de reojo descontentos con las reformas efectuadas, siguió adelante y sacó la escoba para barrer la mugre de tantos años de inmovilismo y, porqué no, de servilismo.
Previo aviso en varias homilías, creyó oportuno que desaparecieran los privilegios en la iglesia, ordenando la retirada de los reclinatorios privados y los bancos familiares, en donde no podían sentarse nada más que sus dueños y señores. No fue fácil, sin embargo, ya que, generalmente, estas personas solían ser los benefactores de la iglesia y, como consecuencia, tenían trato preferencial en el recinto eclesial, por parte de los párrocos del pueblo.
Más adelante, en una labor encomiable tras haber puesto orden entre los feligreses, exhortándonos de forma convincente de que todos, absolutamente todos, éramos iguales ante Dios, conminó a los asiduos asistentes a misa qué, en adelante, los hombres se sentaran en el ala izquierda según se entra en la Iglesia, frente al Evangelio y, en el ala derecha con el pasillo central por medio, las mujeres frente a la Epístola.
Los uleanos que asistíamos a las misas dominicales y festivas en familia, un tanto sorprendidos, nos preguntábamos: ¿Por qué este cambio? La respuesta nos la dio un día Don Patricio, de inmediato: diciendo “quiero introducir, en la parroquia de San Bartolomé, de Ulea, la misa en gregoriano y, para ello; como hay actos en que cantan los hombres y, otros, que lo hacen las mujeres, quiero que ambos estén separados con el fin de que las voces provengan de uno u otro bando; como si fueran verdaderos coros armónicos”.
A los feligreses nos sorprendió de forma favorable; no así a quienes sentían atropellados sus privilegios y, durante los ocho años que permaneció en Ulea D. Patricio, las misas de los días festivos en la parroquia de San Bartolomé, eran todo un recital de cante, en la que todos, hombres y mujeres nos esmerábamos con la finalidad de que fuera una exaltación del cante gregoriano, hasta el punto de que gran cantidad de feligreses de las parroquias de los pueblos colindantes, acudían a la iglesia para ser testigos presenciales de tan maravillosa sintonía.
Don Patricio disfrutaba al contemplar que su obra había calado en sus feligreses. Había puesto orden e implantó nuevas normas que dieron un giro importante a las misas lánguidas y obsoletas de épocas anteriores.