POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Pues, como un soplo, han pasado estas fiestas de la Navidad, Año Nuevo y Reyes. Sí esa Navidad tan desdibujada que hay que redibujar, porque se deja muy de lado lo que se festeja dejando entrar, casi de par en par, unas costumbres extrañas, como si nuestra propias tradiciones y formas de festejar estos días no tengan raíces profundas, y con entidad propia. Hoy quiero recordar con una buena dosis de emoción, ese magno concierto de villancicos, “Ávila canta la Navidad” que ha congregado en nuestra ciudad de Ávila a todos los coros de la provincia y que organizaba la Asociación de Amigos de la Universidad Católica de Ávila. El extraordinario escenario del Lienzo Norte ante unas mil cuatrocientas personas. Sinceramente emocionante. Nuestro coro de Arévalo era la primera vez que asistíamos a esta celebración y fue una gozada.
Tan sólo un día después, ya en casa, mi coral de La Moraña nos hemos encontrado con nuestro público arevalense. Otro emocionante encuentro navideño que llenó casi al completo nuestro templo parroquial, como viene siendo ya habitual, para recibir la Navidad con canciones polifónicas propias de estas fechas, ante nuestro público más fiel. Otro emotivo concierto. Y antes de finalizar la Navidad, también en la clausura del Cister acompañamos con nuestros cantos a esa querida Comunidad, y después a ver a nuestros mayores de la Residencia de San Miguel, con más canciones navideñas.
Luego, entre vientos, lluvias torrenciales y charcos, pasamos del año viejo al año nuevo. Qué quieren que les diga, que ya era hora… ¡Qué año! Esperemos que este sea algo más… cómo diría yo, más auténtico, más verdadero, algo mejor de economía si puede ser, mejor en otras cosas que no debemos perder y no se compran con dineros. Pero, en familia, fue una noche muy especial, extraordinaria y con críos, que es siempre más ilusionante. Los que no tenemos hijos, pues nos colman los sobrinos y resobrinos…
En Reyes, pues parecido… ¡Que yo no soy de Papá Noel!
Yo sigo con mi Baltasar, el mismo que de niño, aunque ahora cambian tanto las cosas, que estoy algo más que perplejo.
Verán, estos días, repasando papeles y haciendo “limpieza”, entre ellos he encontrado un artículo sobre los reyes Magos de nuestra historia navideña que es de lo más curioso. Sencillamente me ha sorprendido, si es que a estas alturas se puede uno sorprender de casi nada. De los Reyes se ha dicho casi todo. Su número fluctuante, su origen muy variado y por eso el color de su piel también compone todo el arco iris racial, y hasta sus nombres son distintos… Pues en esos papeles he encontrado otra nueva versión, la de los reyes de ida y vuelta, esa historia basada en las visiones de la beata Emmrik con viajes y visitas recíprocas entre ellos y Jesús de Nazaret, de niño y de mayor… una historia preciosa y nueva, ¡no me digan que no! Pero al final yo me quedo con mis Reyes Magos de Oriente, los de siempre, aquellos sabios que estudiando las estrellas encontraron la más luminosa, la más hermosa y la mejor guía. La encontraron y la siguieron buscando lo más importante de la vida que son los valores que enriquecen al hombre, ese hombre que busca su dimensión más elevada en creencias, en la fe. Y cómo la sabiduría popular amoldó un escueto relato bíblico y lo tomó como guía de vida… con los niños de por medio.
¿No es precioso? Para qué queremos otras historias…