VISITA PRINCIPESCA A CARTAGENA EN EL SIGLO XVIII
May 17 2015

POR ANTONIO DE LOS REYES, CRONISTA OFICIAL DE MOLINA DE SEGURA (MURCIA)

MOLINA

El 22 de junio de 1765, a las seis y media de la tarde, llegaba doña María Luisa Antonia de Borbón, hija del rey Carlos III, a Cartagena para embarcarse y pasar a Génova a sus bodas con el archiduque de Toscana. Descansó del largo viaje hasta el día 26.

Celebraron el besamanos al día siguiente por parte de las autoridades locales. Para ello hubo convocatoria general en las Casas capitulares. Organizaron un desfile presidido por el gobernador y corregidor Conde de Bolognino, mariscal de Campo de los reales ejércitos, montado a caballo y precedido de clarines, timbales, porteros, mayordomo y secretarios vestidos de gala. Formaron comitiva los señores Dn. Agustín Romero, decano, el marqués de casa Tilli y los regidores perpetuos (pues todos los cargos estaban comprados). En las calles los consabidos curiosos inquisitoriando las manifiestas riquezas, y el cotilleo de las mujeres. Aparte de celebrarse corridas de toros, saraos, iluminar las calles y plazas y vestir galas de fiesta.

La ciudad no podía permitirse ciertos gastos; pero aún así para el arreglo de las calles don José Hermosilla, ingeniero ordinario del ejército, fue exigente ordenando al Gobernador el empedrado por lo que autorizó un reparto de 60.000 reales y la construcción de 250 ó 300 pesebres para la tropa de caballería que acompañaba a la comitiva. El Concejo acordó que el reparto afectase a todos, tanto eclesiásticos como seglares.

Como estaba presente el conde de Aranda, entonces, capitán general de los reinos de Valencia y Murcia, Cartagena decidió enviarle una comisión de regidores a recibirle sin prever la importancia del viaje, y no pasaron de un mero protocolo. Más Aranda, traía otras pretensiones. Recorrió la ciudad observando las escasas condiciones defensivas frente a la buena disposición de puerto y la lentitud en las mejoras.

Tan importante era el asunto que de resultas del viaje, una Real Orden, facilitada por Squilache, ordenaba al ingeniero Pedro Martín Paredes Zermeño estudiar la situación del puerto y establecer un plan de defensa con carácter urgente. El mismo Aranda, el 6 de diciembre, le daba oportunas instrucciones. Y el día 14, el ingeniero ya estaba en Cartagena.

Para el viaje de vuelta, con la futura esposa de Carlos IV, cuyo recorrido fue más rápido –no pararon en Molina- D. Francisco Anrich, aprovechando la llegada de la futura reina de España y queriendo reivindicar para Cartagena la vieja aspiración de ser la sede episcopal solicitó que la Corporación presentase un memorial pidiendo la restitución de la silla episcopal alegando el justo e incontestable derecho de propiedad que le pertenece y haber cesado enteramente todos los motivos que fueron causa de la traslación a Murcia. Se votó la propuesta con las siguientes observaciones: la restitución podía hacerse como había ocurrido con la de Tarragona, Almería y otras. Acordaron agregar los documentos necesarios para no malograr la oportunidad; añadiendo la importancia que tiene la capitalidad de la sede episcopal para la ciudad desde el punto de vista religioso, humano y militar. El documento debía entregarse a la Princesa en el besamanos.

Mas el asunto no llegó al besamanos por la gran dificultad de allegar los documentos requeridos. La corporación volvió a tratar el asunto. D. Francisco Tacón alegó los altos costos, que el concejo no podía sufragar, para obtener los documentos necesarios, pues había de consultarse varios archivos y entrar en contacto con los mejores jurisconsultos. En un último pleno al que sólo acudieron cuatro, lo que enfadó a los asistentes, decidieron que en vista que los actuales fondos de esta ciudad no pueden sufragar los indispensables gastos se produzca dicha proposición en el tiempo que pareciese más oportuno.

Fuente: Diario LA OPINIÓN. Murcia, 17 de mayo de 2015

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