ADÓNDE VAMOS A PARAR ASÍ DE SENTADOS COMO ESTAMOS.
Ago 31 2015

POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

345-cronista

Amo la profesión de periodista. Amo la profesión de historiador. Amo la profesión de cronista. Y practico a diario las tres, que en realidad son una como el misterio de la trinidad cristiano-apostólica. Para mí, al menos.

Amo también, con igual rigor y constancia, la profesión de maestro, de médico y de sacerdote, por lo que ofrecen a la sociedad, sin exigir nada a cambio de su entregada voluntad de salvación.

Estas seis actitudes ante la vida maltrecha que nos circunda y asume, más que profesiones honrosas, son vocaciones opcionales y liberales, o la vocación –la llamada espiritual- se convierte en el eje fundamental de su ejercicio a conciencia y -disculpad la redundancia- con profesionalidad asumida y admirable.

Pues bien, todas esas profesiones maravillosas están tocadas del ala por mor de la superficialidad ambiente. Se introducen en ellas, al despendole, muchos inconscientes aficionados que cumplen por cumplir, o sea, por recibir un sueldo, pero por nada más. Y eso es penoso, para ellos en primer lugar, porque no se sentirán realizados jamás, y para la sociedad, en segundo término, porque no recibe de los mismos aquello para lo que se les contrata.

A los auténticos profesionales-vocacionales, ni se les aprecia como es debido y necesario, ni se les reconoce su alta dignidad o “autóritas”, ni se les protege, ampara y paga suficientemente. Y eso está mal, muy mal, aun a ojo de buen cubero, mostrándose generoso.

El suyo no es un oficio mecánico cualquiera –todos son dignos- y no está en mi ánimo denostar a ninguno que se gane por su sudor el pan de cada día. Pero, señores, sí, hay clases. Y las hay que dar y las hay que recibir. No pasa nada por ser distintos. Complementándonos, nos mejoramos todos.

Pero…He aquí mis peros:

¿Qué hacemos con los periodistas que no contrastan las informaciones que reciben o las deforman y publican a su antojo partidista, tan frecuentemente, por ignorancia, por dejadez o por insidia?

¿Qué hacemos con los historiadores “mentirosos” –no pienso solo en los catalanes- que falsifican, extrapolan y retuercen las documentaciones que hallan en los archivos, artimañando el pasado y el presente, para obtener un futuro pretendidamente idílico y sonrosado?

¿Qué hacemos con los humildes cronistas oficiales de los pueblos y ciudades, -los más pobres de los pobres de las ramas desgajadas del saber-, acosados por los políticos de turno relevantes, para que sólo escriban la versión que les beneficie a ellos, a los políticos, digo?

¿Y qué hacemos con los médicos que, en vez de estar al pie de las camas hospitalarias o cirujanando y sanando a los enfermos, se van de marcha de batas blancas, calle arriba, calle abajo, entre pitidos y silbidos, acuciados por los sindicatos irresponsables, ante los que se inclinan fervorosamente y corriendo el riesgo de que la policía les imponga su merecido?

¿Y qué hacemos con los “maestros nacionales” arribistas, que enseñan mal y educan peor, porque aprendieron poco y lo explican miserablemente, y no les exigieron –ni les exigen- disciplina y urbanidad o cortesía en clase?

Bueno, vale, ya está bien. A discrepar, si os place. Pero con el sentido común –de la mayoría- por delante. ¿Se llama eso democracia? A hacerla verdaderamente real nos incumbe a todos.

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