POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA. CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En los pueblos pequeños y aldeas, la responsabilidad de velar por la salud de los ciudadanos, recaía en los médicos, cirujanos y sangradores, con quienes colaboraba un entendido en la elaboración de preparados terapéuticos generalmente de las plantas; a estos colaboradores sanitarios, se les llamaba ‘boticarios’.
En Ulea, este cargo recayó en la persona de Don Bartolomé Montoro Ruiz, quién, a mediados del siglo XVIII, regentaba una botica, con el título de ‘Maestro de boticario’.
Este título era otorgado por la ‘Corte Real’, a instancias del Regidor de Ulea, quién, reunido con los miembros de su Consistorio, ‘designaba a la persona idónea para dicho cargo’ qué, tras ser designado por la Corporación Municipal, se remitía a la Real Corte, para su visto bueno y nombramiento oficial.
El trabajo de los boticarios era vigilado por una ‘Comisión de salud’ y desde 1745 a 1774, por miembros de ’La Inquisición’. En este periodo de tiempo, hay constancia de que, el Ayuntamiento de Ulea (Murcia), abonaba la cantidad de 100 Reales a este boticario Don Bartolomé Montoro, quién, a su vez, recibía un suplemento para ‘el ayudante saludador’ (también llamado ayudante sanador) al ser el encargado de la distribución de medicinas por los caseríos del campo; así como los gastos de pernocta y manutención en las posadas de las ventas y ventorrillos del campo de Ulea.
Dichos emolumentos se les añadía el costo del alquiler de un pesebre y una cuadra para albergar a su caballería y darle los piensos correspondientes (dos celemines de grano diarios). Esta ruta se efectuaba quincenalmente; con una duración de dos días y una sola pernocta.
El Ayuntamiento recibía los emolumentos que se le otorgaban al boticario por suministrar los medicamentos necesarios a los pobres y a los enfermos de la cárcel. Dicha cantidad ascendía a 100 Reales al año, tal y como estaba reglamentado.