
POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Los días mediados de diciembre estuvieron muy de actualidad los actos que se han celebrado en muchas ciudades españolas y principalmente en Segovia, con motivo del 550 aniversario de la Proclamación de Isabel la Católica como Reina de Castilla. También Arévalo ha celebrado y conmemorado este hecho histórico, como ciudad isabelina, con diversos actos y, entre ellos, una exposición en el Museo de Historia de la ciudad con el título «De my mano», que permanecerá abierta un tiempo.
Esta concesión de la «Medalla de Isabel» ha venido a ser como un espaldarazo a la relación de Isabel con nuestra ciudad, una faceta de espiritualidad popular que prendió en ella, de niña, cultivó toda su vida, y que hoy, cuando su proceso de beatificación está avanzado, tiene aún mucho más valor afectivo y espiritual.
Cuando estaba escribiendo el libro «Nuestra Señora de las Angustias, Patrona de Arévalo y su Tierra», uno de los capítulos más atractivos de escribir fue precisamente ese en el que durante la infancia de Isabel, viviendo en Arévalo con su madre viuda del rey Juan II y su hermano Alfonso, por el ambiente cristiano que la rodeaba y que fue la semilla de una gran devoción que llevaría toda su vida en el corazón, la devoción a la Virgen de las Angustias entre sus devociones más queridas.
Una semilla que germinó y fructificó con el tiempo, de forma que, en momentos importantes de su reinado, cuando avanza la reconquista hacia Granada, y en esa misma ciudad, su compañía celestial la acompañaba y al final del triunfo, fue entronizada en tantas ciudades andaluzas, pero muy especialmente en Granada y su Arzobispado, de tal forma que también allí es la Patrona tan venerada y amada por un pueblo que canta a su Virgen «…la que vive en la Carrera» como dicen los granadinos en su himno.
Pero, retrocedamos algo en el tiempo para rastrear aquella infancia arevalense. Aquella niña que no estaba en los primeros puestos dinásticos para reinar, pero con el tiempo, los avatares y los caminos de la historia, fue la que llegó a reinar en Castilla y se convirtió en la gran Reina, la mejor de la historia, la que cambió con su buen gobierno una sociedad medieval acosada por los abusos, el pillaje y la pobreza en una sociedad moderna y humanista, que transformó Castilla en España, y siempre apoyada por su esposo el rey Fernando de Aragón, «Tanto Monta…», precisamente el inicio de un imperio.
Mediado el s. XV, el rey Juan II se casa en segundas nupcias con Isabel de Portugal, ceremonia celebrada en Madrigal ?que aún no tenía el apellido «de las Altas Torres»? en 1447. Sus hijos, Isabel nace el 22 de abril de 1451 en Madrigal ?era Jueves Santo? y Alonso en Tordesillas el 15 de noviembre de 1453.
Pronto muere el rey en Valladolid, el 20 de julio de 1454, por lo que accede al trono su hijo primogénito Enrique IV, y entre las cosas que cambian la vida de los infantes, es el cambio de la residencia, la que elige la reina viuda Isabel y que es cuando entra en esta historia la entonces villa de Arévalo.
Juan II había dejado en señorío a la reina su esposa, para que viviera con el rango de reina viuda y criara a sus hijos Isabel y Alfonso, la ciudad de Soria y las villas de Madrigal y Arévalo. Isabel de Portugal ya había jurado los fueros y privilegios de la villa de Arévalo al tomarla como señorío cuando se casó con el rey. Precisamente en ese acto ya figura la villa como de realengo y con el privilegio de no poder ser enajenada nunca de la corona de Castilla.
Juan II en su testamento la encomienda el cuidado y educación de sus hijos Isabel y Alfonso, «Mando que la dicha reina mi mujer, sea tutriz y administrador de los dichos Infantes don Alonso y doña Isabel, mis hijos y suyos, e de sus bienes, fasta tanto quel dicho Infante sea de edad complida de catorce años e la dicha Infante, de doce años e que los rija e administre con acuerdo e consejo de los dichos Obispo de Cuenca e Prior fray Gonzalo mis confesores e de mi consejo… e quiero e mando que los dichos infantes mis fijos se crien en aquel logar o logares que ordenare la dicha Reyna mi muy cara e muy amada mujer…». También disponía que al morir la reina Isabel de Portugal, la villa de Arévalo pasaría «en juro de heredad» a su hijo el infante Alfonso.
Y la reina viuda eligió para vivir las Casas Reales de Arévalo que, por otra parte son también conocidas como palacio de Jua II. Aquí se criaron y educaron en la corte, pero apartados del bullicio cortesano de Segovia. Aquí recibirían una educación «como hijos de rey», pero en un ambiente más tranquilo y sobrio, por el propio carácter de la familia y también por algunas decisiones y restricciones económicas del rey Enrique IV que en ciertos momentos agobiaron el día a día de esa residencia arevalense.
Eran aquellas Casas Reales de Arévalo un gran caserón de arquitectura castellana, mudéjar, que se construyó en los años del primer Trastámara Enrique II (1369-1379) por El Concejo arevalense y la Tierra, para mejor acomodo de los reyes y su corte en sus frecuentes estancias en esta villa, ya que al decir de algún cronista «estaba bien fortificada y en medio de reino…».
Junto a Isabel de Portugal conocemos un grupo de gentes que cuidaban a la doliente viuda y sus hijos, y de aquel palacio, gentes de la mayor confianza del rey Juan II.
Además de los educadores que el rey había dictado, el Obispo de Cuenca Lope Barrientos, el prior de Guadalupe Fray Gonzalo de Illescas y Fray Martín de Córdoba, también tuvieron un gran protagonismo, quizás mayor en el día a día, los ayos Gonzalo Chacón ?su segundo padre, como decía la infanta Isabel? y su esposa la dama portuguesa que vino acompañando a su madre, Clara de Alvarnaez, «aya y ama» de la infanta; Gutiérre Velázquez de Cuéllar y su mujer Catalina Franca, también portuguesa, ambas del séquito de la reina portuguesa. Como lo sería después, durante el reinado de Isabel otro fiel vasallo y cortesano, Juan Velázquez de Cuellar, hijo de Gutiérre, y su mujer María de Velasco, que fue tenente de la fortaleza y también tenía a su cargo las Casas Reales y a la familia de la reina viuda Isabel de Portugal.
También tuvo un gran papel su abuela, Isabel de Barcelos, de la casa de Braganza, de la corona portuguesa, y los frailes del convento de San Francisco de la Observancia, que tuvieron una extraordinaria influencia educativa. De ellos ya hablaremos en una siguiente entrega.