DOLENCIAS, PADECIMIENTOS, ACHAQUES Y CURACIONES (3)
Ene 18 2014

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TORREVIEJA

José Bañón Braceli, médico en Torrevieja desde septiembre de 1879.
José Bañón Braceli, médico en Torrevieja desde septiembre de 1879.

Ascensio Manresa Navarro, que poseía el título de médico desde el 3 de abril de 1846, empieza a ejercer en la localidad en abril de ese mismo año.

En 1854, comienza a ejercer en Torrevieja como farmacéutico Rosendo Sánchez Barceló, con título expedido en Madrid el 5 de enero de 1853.

Juan Alonso Ruiz, exhibió el título de licenciado en farmacia, expedido en Madrid en 1877, comenzando esas fechas a ejercer su profesión en Torrevieja.

José Bañón Braceli, titulado en medicina desde 29 de enero de 1879, comenzó a ejercer su profesión en Torrevieja desde septiembre del mismo año.

Manuel Ruiz Faz presentó los títulos de Veterinario y licenciado en Medicina y cirugía obtenidos en 1883 y 1884 para poder ejercer sus profesiones en la localidad.

El cólera

En junio de 1885, al declararse la epidemia de cólera en Murcia, el pánico que se dejó sentir fue grande, dirigiéndose muchas familias a Torrevieja para refugiarse del contagio, no encontrándose en la villa marinera ninguna casa sin habitar.

En el mes de julio, llegó a Torrevieja un hombre y una mujer, no permitiéndoles las autoridades la entrada en la villa, tuvieron que irse a habitar a una cueva, donde poco a poco enfermaron y murieron los dos. Nadie se atrevió a enterrarlos, hasta que dos hombres se comprometieron a ello y arrojaron los cadáveres a un pozo de 50 metros de profundidad.

Con motivo de la epidemia se establecieron cordones sanitarios además de Torrevieja, Elche y Alicante.

Torrevieja se libró de padecer el cólera de 1885 gracias a las medidas sanitarias que establecieron. Se suprimieron los trenes que llevaban a Torrevieja a gentes procedentes de Murcia, Orihuela y poblaciones de la vega del río Segura. Un oriolano que se dirigió a la villa marinera para ver a su familia, al llegar a la entrada de la población de le impidió la entrada sin antes someterse a la cuarentena; en vista de ello regreso a Orihuela. A otro se le hizo guardar cuarentena por veinticuatro horas en una de las casillas que servían para la feria que se celebraba todos los años por San Jaime, y ese año se destinaron a lazareto.

Pese a levantarse los cordones sanitarios a finales del me de agosto, el alcalde, no enviaba a nadie a los lazaretos, pero después de recibir a los viajeros con mucha cortesía, les advertía que, si entraban en la población, no respondía de los malos tratamientos, golpes o agravios que pudieran inferirles la gente. Con este aviso se daban todos por enterados y se volvían por donde habían venido.

En La Mata, pueblo dependiente del Ayuntamiento de Torrevieja, se hacía cuarentena sin existir lazareto de ninguna clase, teniendo los bañistas que construir barracones a sus expensas, o permanecer a la intemperie durante varios días, alternativa que no agradó a muchos.

En Torrevieja, el 23 de agosto, a las nueve y treinta y dos minutos de la mañana llegó a la estación el tren procedente de Albatera, apeándose cinco viajeros procedentes de Orihuela, y pese al sol abrasador que hacía fueron fumigados en un local de dicha estación, permitiéndoles la entrada en la población, excepto a dos de ellos que, no llevando cédula personal, fueron detenidos y conducidos al Ayuntamiento, siendo liberados después de hora y media, cuando fueron identificados.

Hospedados estos viajeros en una casa particular, se les presentó una ‘comisión popular’ que, en nombre del pueblo, rogó a los recién llegados que fuesen al lazareto para evitar hablillas y disgustos, y como dichos señores se negaron a ello los miembros de la comisión cedieron a ello, con la condición de ponerles un guardia en la puerta para evitar la entrada y salida en la casa, con tal rigor que los parientes y amigos que fueron a saludar a los viajeros, sólo los pudieron ver y hablar con ellos a través de una reja de la casa, sufriendo el ardiente sol canicular, propio del sitio y de la estación veraniega. El jefe de la ‘comisión popular’ advirtió y previno a los viajeros como complemento del drama que si salían de la casa no se les daría silla para sentarse en ninguna fonda, ni café, ni parador, ni posada, y que él creía que lo mejor que podían hacer era marcharse a una de las cuevas de la cala Capitán, donde estarían más frescos y podrían comer mejor.

Pese a las reiteradas órdenes para que suprimieran los cordones sanitarios, en Torrevieja quedó establecida una inspección médica muy escrupulosa, que no daba entrada a persona alguna, bajo pretexto de que no estaba bien de salud. A personas procedentes de puntos sanos, que consiguieron atravesar el cordón después de muchos requisitos y molestias, se les exigía cuatro o seis reales por gastos de fumigación y de facultativos.

A mediados de septiembre, en un periódico de Alicante escribían que en Torrevieja continuaban observando con rigor las precauciones sanitarias. Al llegar a la estación del ferrocarril los viajeros eran recibidos por cuatro individuos armados de sable que se encargan de encerrarlos en una casita de madera forrada de papel donde se les sujetaba a una bárbara fumigación. Un viajero no pudo resistirla y tuvo que pedir que le abriesen la puerta, lo cual consiguió, no sin antes ofrecer que no entraría en Torrevieja.

Eran lamentables estos los atropellos que diariamente registraban las ‘Crónicas Epidemiológicas’, que acabaron a finales del mes de septiembre con la visita del subdelegado de Farmacia del distrito, Luis Brach y Cámara, que mandó la clausura de dos farmacias que estaban abiertas sin los requisitos que exigía el reglamento del ramo; enviando el gobernador de Alicante fuerza de la guardia civil con el exclusivo objeto de obligar al alcalde a que retirara la consabida casilla de madera para fumigar a los viajeros.

Exceptuando la desgracia del se suicidó el hijo del médico de Torrevieja, a mediados de diciembre de 1885, destacar que a finales de 1886 se hicieron gestiones para poder mandar a París a un niño que fue mordido por un perro hidrofóbico, suceso habitual en la villa pues, el 3 de abril del siguiente año fue también mordido por un pero el niño de 12 años Antonio Rodríguez Blanco, ocasionándole algunas heridas en la pierna izquierda, sin gravedad ni carácter alguno de hidrofobia.

Torrevieja sirvió de ejemplo en las sesiones de la Sociedad Española de Higiene, celebrada en Madrid. En el transcurso de las jornadas, el señor Tolosa Latour leyó una comunicación sobre la relación que existía entre los episodios de difteria que habían habido en Vallecas, Córdoba, Horche (Guadalajara) y Torrevieja.

La dirección de Cuerpo de Sanidad Marítima en la villa estaba constituida en 1887 por el médico Juan Rebagliato, director; Ramón Lanzarote Andreu, secretario; Lucas Iriarte Foldarás, celador escribiente; y José Miralles Almunia, interprete.

(Continuará)

Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 18 de enero de 2014

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