
«LA MEDICINA ES UNA ESPECIALIDAD DE LA VETERINARIA»

Bendice estos animales que vamos a recibir es el título del último libro del praviano Pepe Monteserín, una obra sui géneris que publica Trea, financia el Colegio Oficial de Veterinarios de Asturias y es el resultado de más de treinta entrevistas hechas a varios tipos de veterinarios a lo largo de 111 días de “excursión e incursión”. Más de cuatro mil artículos de opinión en La Nueva España y decenas de obras largas que incluyen novelas, ensayos y libros de viajes jalonan la sorprendentemente tardía carrera de este arquitecto técnico que comenzó a escribir pasada la cuarentena. Entre esa bibliografía “literaria, irónica, crítica, hiperbólica, enciclopédica, barroca, insistencialista, más que terca, insolente más que solemne e impregnada de humor e intención poética” destacan Los chispazos burlones de las estrellas, Se detuvo el mundo, La conferencia, La lavandera y Casualidad, todas ellas premiadas en diversos certámenes.
Bendice estos animales que vamos a recibir. ¿Por qué ese llamativo título?
Al evocar la jaculatoria cristiana de bendecir la mesa, sugiere que vamos a comer los animales, pero no lo dice, los bendice, los encomienda a un perito para librarlos de maldiciones y parásitos, y dado que en la portada del libro aparece el Arca de Noé acogiendo un par de cada especie, el verbo recibir se torna más amable. Esa ambivalencia acoge a la merluza y al perro, a una para comerla y al otro para que Dios guarde muchos años.
¿Por qué un libro sobre veterinaria?
Porque me gusta mucho escribir sobre lo que no sé, me motiva meterme donde no me llaman, me entretiene más, me permite activar mi imaginación y concebir esperanzas de conquista, de hallazgos literarios. Cada libro que escribo es mi décimo de la lotería, a ver si toca, si me toca la varita mágica.
De España se dice en el libro que no tiene nada que envidiar a la supuesta gran potencia veterinaria, Francia. ¿Es cierto?
Así es, a tenor de lo que escuché a los veterinarios, uno de ellos parisino; sobre todo, a estas generaciones de veterinarios que estudiaron cuando en España sólo existían las Facultades de Madrid, Zaragoza, Córdoba y León. Ahora hay muchas, algunos dicen que demasiadas, quizá en perjuicio del nivel.
De la veterinaria se dice a veces que a ella van a parar los médicos frustrados. ¿Es cierto?
No me lo parece, y aunque alguno reconoce haber entrado en Veterinaria porque no le dio la nota para Medicina, luego se siente muy realizado y no la cambiaría. Es más, entiendo que la medicina, es decir, la medicina humana, es una especialidad de la veterinaria; hay veterinarios de ovinos, de bovinos, de equinos, de animales de compañía, de animales exóticos… y de personas, y a estos últimos denominamos médicos.
En cierto momento, la veterinaria fue considerada profesión de rojos. ¿Por qué lo era, y cuándo dejó de serlo?
Creo que algo tiene que ver con uno de los veterinarios más ilustres, el leonés Félix Gordón Ordás, todo un revolucionario, que trabajó en la enseñanza de la ciencia veterinaria con gran recelo por parte de la Iglesia, culpable de ciertos retrasos que sufrimos en España por culpa de la Inquisición; Gordón Ordás, al triunfar el Frente Popular en las elecciones de 1936, fue nombrado embajador de España en México, y allí quedó en el exilio, donde murió en 1973. Pero en mi recorrido, casi aleatorio, por toda Asturias y por varias Comunidades de España, encontré de todo, incluso veterinarios que tuvieron y tienen cargos políticos de distinto signo.
Ha entrevistado a más de cuarenta veterinarios. ¿Cuál es, digamos, el perfil tipo? ¿Por qué se hicieron veterinarios esos veterinarios?
Inteligentes, muy bien preparados, tolerantes, generosos, de especial sensibilidad para las artes y poco dotados para la economía y administración, y muy vocacionales; decidieron ser veterinarios desde la infancia, por su amor a los animales.
¿Cuál de sus historias, que casi se corresponden con los 35 capítulos, le llamó más la atención?
Me atrajeron más las experiencias épicas, la lucha por conseguir una meta, no siempre lograda, unos para llegar a ser veterinarios, en un entorno poco propicio, otros para conseguir, por ejemplo, fundar un hospital de vacas, otros para ayudar al tercer mundo… Me quedaría con el encuentro con Miguel Cordero del Campillo, en su casa de León, pues conocí su ingente trayectoria vital, un ejercicio de honradez y de renuncia para entregarse a la Veterinaria.
¿Cuál es la situación actual de la profesión? ¿Hay alguna queja corporativa en el candelero, alguna reivindicación?
Hay reivindicaciones muy particulares, relacionadas con la peligrosidad de la profesión: agresiones diarias de los “clientes” (caballos, perros, vacas…), contagios, penosidad laboral, remuneración y tarifas, etc. Pero la que más me llamó la atención fue que el Estado no concede a los veterinarios las atribuciones que merecen, después de una intensísima preparación en su carrera, es decir, que están infravalorados o infrautilizados.
En el libro se mencionan ciertos tabúes alimentarios. ¿Por qué nos hace salivar la carne de cerdo pero nos asquea la carne de caballo?
Depende de la zona y la costumbre. En Vietnam comen perros, en México lagartos, en Guinea son un manjar los sesos de mono, la vaca es sagrada en la India… En países, como Inglaterra o España, donde el caballo tuvo gran importancia en las labores agrarias, bélicas, de transporte y deportivas, el caballo no se consideraba animal de abasto, era innoble comerlo, en Francia al contrario, y las costumbres van cambiando.
¿Cuál es su animal preferido? Me refiero tanto a la especie como al animal concreto que más le marcara en su vida.
Me quedaría con el cuervo, no en vano soy de Pravia y figuran seis en su escudo, sobre campo de plata. Pero no soy muy de animales, como dije; conviví con un perro cuando era estudiante, tuve gatos en mi casa, tengo tortugas por culpa de mi hijo, y alergia a los mosquitos y a los ácaros. Mi signo astrológico es el dragón, el único animal fantástico del horóscopo chino; lo mío, como dije, es la fantasía. Si tuviera que decir un nombre propio me quedaría también con alguno de ficción: Moby Dick, Rocinante, el Lobo Feroz, el cocodrilo que se zampó la mano del Capitán Garfio…
En el libro también se alude a alguna que otra obra literaria relacionada con animales.
¿Cuáles son sus preferidas?
Sin duda, las fábulas de Iriarte y Samaniego; muchas las aprendí de memoria cuando era niño. Actualmente me quedo con Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, o Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez.
¿Cómo resuelve un amante de los animales la contradicción que supone comérselos?
Yo no me tenía por amante de los bichos, muchos me dan repelús y asco; ahora soy algo más cercano. Dice mi amiga Asunción Herrera, en su ensayo Ilustrados o bárbaros, que hay tres caminos para alcanzar la conciencia animalista: los vincianos, por el amor innato a los animales que sentía Leonardo Da Vinci; los damasquinos, en referencia a la historia bíblica de Saulo en el camino de Damasco, cuando cae del caballo, en el amplio sentido de la palabra, y los emplazados, que se acercan paso a paso; aunque con moderación, soy un emplazado, y no haría sopa con las tortugas de mi hijo, ni me comería el pitu de caleya si antes hubiera correteado con él. Un pulpo desconocido sí, un jamón anónimo, un cordero lechal, dos kilos de mejillones al vapor… no tengo reparo. Hay dos formas de canibalismo: el que mata al enemigo y lo devora, para aniquilarlo, y el que se lo come para ser como él, para hacerse con sus virtudes; en este sentido, también cuando comemos a los animales los hacemos nuestros y nos convertimos en carne y sangre de su sangre, es decir, somos lo que comemos; somos animales, y, si me apuras, el eslabón entre el irracional y el verdaderamente humano. Creo que la ternura, más que la violencia, significa un avance en nuestra evolución, pero llevada a los extremos acabaría con nuestra supervivencia.
¿Cómo resuelven los veterinarios de los mataderos, que están en contacto permanente con los animales y por fuerza deben de empatizar con ellos, la contradicción de contribuir al proceso de matarlos? ¿Existen los problemas de conciencia en ese gremio?
No di con objetores de conciencia entre estos especialistas, además, no los matan, al contrario, vigilan que estén sanos y tengan buen trato. El veterinario no es el matarife. Hacen su inspección ante-mórtem y post-mórtem; primero para que no les hagan daño a los animales, después para que los animales no nos hagan daño a nosotros.
Un tema candente de la actualidad relacionado con los animales es la pugna entre los defensores de la conservación del lobo y los ganaderos, algunos de los cuales abogan sin empacho por erradicar la especie.
¿Cuál es su posición al respecto?
No me gustaría que se erradicase los lobos, me caen muy bien, y merecen su territorio; tampoco me gustaría que se erradicase a los ganaderos; mi suegro lo era, tengo muchos amigos ganaderos y creo en las proteínas.
Otro tema candente, éste no de la actualidad inmediata sino de las últimas décadas, es el de la tauromaquia. ¿Cuál es su posición en este tema?
No soy aficionado a los toros pero desde que observo el fundamentalismo de los antitaurinos, me estoy aficionando más, de la misma manera que no soy fumador pero, con la liga antitabaco, me puse a tratamiento para coger el vicio. Es más, yo prefiero la vida de un toro de lidia, magnífica hasta los últimos quince minutos finales, y digna siempre, a la de un ternero estabulado, mucho menos decorosa. Un ser humano pasa por trances peores, siendo necesarios, que un toro de lidia.
Uno que lo fue no hace mucho fue la intención del gobierno Zapatero de reconocer explícitamente derechos a los simios. ¿Qué le pareció aquello?
¡Ja, ja!, me parece bien, si ello abunda en los derechos nuestros, por lo que nos toca.
Fuente: http://mas.asturias24.es/ – Pablo Batalla Cueto