
POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
CERDO ANTE DIOS
Tengo siete años. En la granja observo
por la ventana a un hombre que se persigna
y procede a matar un cerdo.
No quiero ver el espectáculo.
Casi humanos, escucho
alaridos premonitorios…
(Casi humano es, dicen los zoólogos,
el interior del cerdo inteligente,
aún más que perros y caballos.)
Criaturitas de Dios, los llama mi abuela.
Hermano cerdo, hubiera dicho San Francisco.
Y ahora es el tajo y el gotear de la sangre.
Y soy un niño pero ya me pregunto:
¿Dios creó a los cerdos para ser devorados?
¿A quién responde: a la plegaria del cerdo
o al que se persignó para degollarlo?
Si Dios existe ¿por qué sufre este cerdo?
Bulle la carne en el aceite.
Dentro de poco tragaré como un cerdo.
Pero no voy a persignarme en la mesa.
José Emilio Pacheco, mexicano de cabeza y corazón universales, ha muerto a los 72 años por un tropezón inesperado sobre los libros desparramados en el suelo de su despacho, colmado hasta el techo de obras de autores clásicos y modernos. Se había abrevado, desde niño, en ambos caudales lingüísticos y resultaba tan tradicional como vanguardista, tan antiguo como moderno. Y sigue resultando. ¿Casualidad? ¿Fatalidad? ¿Necesariedad? ¡Quién lo sabrá nunca!
Se nos fue lo mejor que quedaba en las letras iberoamericanas poco después de que nos abandonaran en silencio mortal Carlos Fuentes y Juan Gelman. En la historia residen ya los tres, que fueron uno en la amistad y en el tratamiento renovador de la lengua española, muy viva en la otra orilla del Atlántico.
Hay que ir allá para experimentar lo bien que suena y resuena, o releer con pasión y asiduidad sus obras líricas y novelísticas para aprender que no somos nosotros los mejores, ni mucho menos.
Conocí a José Emilio Pacheco, campechano y sencillote, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares cuando recibió el Premio Cervantes en abril de 2009 y se le cayeron en ese momento los pantalones mientras leía el discurso de celebración.
-Es que no sabía vestirme de pingüino; tenía que haberme puesto unos tirantes, me dijo luego, sentados los dos en el parterre del claustro con una copa en la mano y un cigarro en la boca.
Al lado, el presidente Zapatero, su ministra de Cultura Ángeles González- Sinde, y Carmen Cafarell, directora del Instituto, departían coloquialmente las emociones del acto, ausentándose de los periodistas.
Fuente: EL SABADIEGO. Revista Anual de la Orden del Sabadiego, número 9, abril de 2014