
POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Toda fiesta, en sí misma, tiene una finalidad de ruptura con la rutina, con «lo de siempre», para dar rienda suelta a la fantasía alegre, al jolgorio, a la «libertad de espíritu y de acción».
Los carnavales o carnestolendas cumplen sobradamente esa misión; días de «desenfreno» donde reina la improvisación, pero que hay que «preparar» para tenerlo todo «previsto». Esa es, al menos en teoría, la idea de funcionamiento de los tradicionales «jueves de comadres» y «jueves de compadres»; días en los que damas y caballeros se reúnen (por separado, claro está) para «organizar los festejos carnavaleros, diseñar y elegir disfraces, etc.
Los JUEVES DE COMADRES tienen su origen en las romanas fiestas «matronalias», en honor de la diosa Juno, celebradas en días de primavera y con finalidad de exaltación de la feminidad. Día en que la mujer cobra especial protagonismo, como vienen haciendo cada 5 de febrero, desde 1227, en Zamarramala (Segovia) donde las mujeres, ese día, rigen el Ayuntamiento como alcaldesas, designan al «Matahombres de Oro» y premian al «Ome bueno e Leal».
En Asturias, este jueves previo al carnaval, las mujeres comadrean, meriendan bollos preñaos, picadillo, callos, picatostes o torrijas… y hasta asisten, algunas, a espectáculos «sexy boys». Y desigan a la COMADRE DE ORO y al FELPEYU DE ORO».
El JUEVES DE COMPADRES suele celebrarse en coincidencia con el de Comadres o, en algunos pueblos, el jueves anterior. Se le conoce como JUEVES LARDERO (en el antiguo castellano «lardo» era el nombre del tocino) y su origen se remonta a los finales del siglo XV o inicios del XVI. Los varones, para demostrar su cualidad de cristianos viejos o de «paganos» conversos, comían públicamente tocino, alimento prohibido a los judíos y mahometanos.