
POR JOSÉ LUIS LINDO, CRONISTA OFICIAL DE ARANJUEZ


En los anales de la historia de muchos pueblos de España se recoge el inmenso daño moral, humano y material que ocasionó la invasión del ejército napoleónico durante la Guerra de la Independencia. Pero en el Real Sitio de Aranjuez se dan varios episodios, uno ellos singular.
Algunos de los hechos destacados que pueden mencionarse en este año que se celebra el Bicentenario de la Guerra de la Independencia en el contexto de la Nación, son el Motín de Aranjuez, la creación de la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino, la Acción de Aranjuez, y el asalto y liberación por patriotas y miembros del ejército español de la Real Yeguada de S.M. el Rey en la Real Casa de la Monta de Sotomayor en Aranjuez. Aspectos todos de los cuales hablaremos a lo largo de este trabajo.
El episodio popularmente conocido como el Motín de Aranjuez, aunque ya venía gestándose desde días atrás con la presencia de numerosas personas ajenas al Real Sitio, se produjo entre los días 17 y 19 de marzo de 1808. Una rebelión, se dice, de un pueblo que aún administrativamente no había nacido, pues aunque en el siglo XVIII Fernando VI levantase la prohibición de avecindamiento, no estaba constituido como tal, ya que había muy pocas personas viviendo de modo permanente en Aranjuez en esa época; tanto es así que Aranjuez forja su primer Ayuntamiento Constitucional el 9 de septiembre de 1836. En ningún momento Carlos IV dirige al pueblo propiamente dicho su Real Decreto para el restablecimiento de la paz desde el Palacio Real de Aranjuez el día 16 de marzo de 1808. Lo que sí radicaba en el momento del Motín en el Real Sitio de Aranjuez era servidumbre de las Reales personas y sus posesiones, servidores de nobles, labriegos y algunos ciudadanos que llegaban de otras poblaciones para instalarse con el pertinente permiso de la Corona. Claramente no existía, –y así se recoge en fuentes bibliográficas–, ningún pueblo propiamente formado como tal.
Por lo tanto, ¿se puede enmarcar jurídicamente este hecho del Motín como el levantamiento de un pueblo? Entiendo claramente que no, sino que es el golpe de mano dado por los nobles afectos a Fernando VII con intereses espurios que llevaron al derrocamiento de Carlos IV, teniendo como favorito Manuel Godoy, Duque de Alcudia, uno de los “responsables” de la situación política que se había generado a lo largo de dicho reinado. Un Godoy tratado injustamente por algunos historiadores, que si bien acaparó quizás más poder que nadie en el mundo, siendo un pragmático ilustrado de su tiempo, para nada fue tan cruel como le presentan determinados sectores e historiadores, quizás por la imperiosa necesidad de crear ese “dictador” en la Corte de Carlos IV. El Príncipe de la Paz llegó a afirmar en referencia al Motín de Aranjuez que: «Fue obra de unos cuantos plebeyos seducidos, una revolución que si se produjo abajo, se indujo arriba».
El Motín de Aranjuez no es el inicio de la rebeldía del pueblo español o el resultado que posteriormente provocase los actos del 2 de mayo en la capital de España, es un episodio muy lejano a la rebelión del pueblo madrileño en la historia de la Guerra de la Independencia, es pura y llanamente la ambición de Fernando VII por ostentar el trono de España. Es un golpe de Estado en toda regla.
«Los partidarios del Príncipe de Asturias excitaron al pueblo contra la marcha de los reyes, mientras esparcían con insistencia el rumor de que Godoy había vendido el país a Napoleón para evitar que Fernando fuese nombrado rey. Para imponer su voluntad, los fernandinos urdieron una conjura contra el Príncipe de la Paz y resolvieron utilizar las circunstancias para precipitar su caída. Para ello prepararon un tumulto o motín, que debía estallar en el momento oportuno con objeto de impedir el viaje de los monarcas. Varios nobles disfrazados, y entre ellos el conde de Montijo, que tomó para el caso el nombre de “tío Pedro”, apalabraron a los paisanos de las cercanías, a los lacayos y otros servidores del mismo palacio real y a numerosos soldados de la guardia de Carlos IV, convenciéndoles a todos de que Godoy quería llevarse a Carlos y María Luisa a Sevilla y Cádiz para arrancarles la repudiación del Príncipe de Asturias y usurpar él, de hecho, la corona».
Días después de la abdicación de Carlos IV en Aranjuez éste enviaba una carta a Napoleón relatándole lo ocurrido en Aranjuez.
«Yo no he renunciado a favor de mi hijo sino por la fuerza de las circunstancias, cuando el estruendo de las armas y los clamores de una guardia sublevada me hacían conocer bastante la necesidad de escoger la vida o la muerte, pues esta última se hubiera seguido después de la de la reina. Yo fui forzado a renunciar; pero asegurado ahora con plena confianza en la magnanimidad y el genio del grande hombre que siempre ha mostrado ser amigo mío, yo he tomado la resolución de conformarme con todo lo que este mismo grande hombre quiera disponer de nosotros y de mi suerte, la de la reina y la del Príncipe de la Paz».
El Motín de Aranjuez fue un hecho tristemente histórico que tuvo como protagonista principal los intereses y ambición por el trono del Príncipe de Asturias, ayudado por el maquinismo que ejerció parte de la nobleza para conseguir un levantamiento a nivel nacional. Pero también es verdad el error tan lamentable que comete Carlos IV creyendo ver en Napoleón la solución de sus problemas, viendo enemigos donde no los había sino sólo en su propia Corte.
Por lo tanto, es lamentable la idea de escenificar el Motín en Aranjuez año tras año, y que los ribereños nos vanagloriemos de un golpe de Estado en plena democracia tratando de convertirlo en un episodio patriota contra los franceses. Otra cosa es el esfuerzo de consideración que ponen los numerosos componentes en dicha escenificación. No se está juzgando la actitud de los ribereños que llevan a cabo la escenificación, con empeño, entusiasmo y sacrificio en época estival previa al Motín, en la que muchas personas disfrutan de sus días de vacaciones y de las fiestas septembrinas.
En cuanto a dicha representación que se realiza en Aranjuez desde comienzos de la década de los años ochenta del siglo XX, en el prólogo que realiza Carlos Seco Serrano al libro del historiador Emilio la Parra, titulado Manuel Godoy. La aventura del poder, deja muy claro el tremendo error que supone poner en escena este episodio.
«Pero la historiografía posterior, invirtiendo los términos, ha seguido considerando hasta hoy al Príncipe de la Paz como el responsable de la catástrofe que apenas dos meses después de la algarada de Aranjuez, quedaría sellada en las claudicaciones de Bayona. Siempre me ha parecido un triste exponente de la ignorancia supina de nuestra historia real, ese lamentable alarde en el Real Sitio, la “azaña” de los “amotinados” de Aranjuez».
Otra voz reputada en el tratamiento de la historia es el profesor Enrique Rúspoli Moreno, quien no ha perdido la ocasión de plantear y mantener siempre la filosofía que lo que aconteció con el hábil y astuto Godoy, no fue sino la consecuencia de las iras más tremebundas de Fernando VII. Un Manuel Godoy al que la historia mediática casi siempre le ha presentado como un ambicioso sin horizonte.
«Era un hombre inteligente, con una ambición política importante, con una formación media alta, a pesar de que no era universitario. Él no era un intelectual ni tampoco miembro de la alta aristocracia, pero consiguió impresionar al rey, que le creó una carrera aristocrática importantísima. Al cabo del poco tiempo el rey le hizo gentil hombre de cámara, Sargento Mayor de la Guardia de Corps, etc. Con lo cual, le tenía preparado para nombrarle Primer Secretario de Estado, puesto al que llegó a la edad de 25 años».
También, Rúspoli, tiene palabras nada agradables para la escenificación del Motín de Aranjuez.
«El Motín fue un golpe de estado aristocrático hecho por la camarilla del Príncipe de Asturias y no una rebelión popular como se ha querido hacer creer. Es muy triste que una de las grandes catástrofes de la historia se haya convertido en un festejo popular».
JOSÉ LUIS LINDO MARTÍNEZ
CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO Y VILLA DE ARANJUEZ
Fuente: ‘Periodico Uno. Seis’, número 70
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