POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
No sé a qué San Luis del santoral pudiera hacer referencia este dicho popular, pues en la nómina de hombres que se distinguieron por sus virtudes alcanzando el grado de santidad son del orden de seis los que a su nombre les antecede el título de San. El último que fue subido a los altares es el salesiano Luis Versiglia, martirizado en China en 1930 y canonizado en el año 2000. Con anterioridad, santificado en 1947, San Luis de Monfort, fundador de la Hijas de la Sabiduría, y previamente el dominico valenciano, predicador y misionero San Luis Beltrán, del que en la iglesia de Santiago de nuestra ciudad existe entronizada una imagen tallada por Francisco Salzillo Alcaráz en 1775.
Otro de la nómina de los San Luis, es el de Tolosa, obispo de Toulouse del siglo XIII, coetáneo de San Luis IX, rey de Francia, hijo de Blanca de Castilla, canonizado por Bonifacio VIII en 1297. Por último, el jesuita San Luis Gonzaga, Patrón de la Juventud y declarado santo por Benedicto XIII. Realmente existe donde elegir a la hora de atribuir el citado dicho de «más bonito que un San Luis», pues en la iconografía o bien aparecen con ropas eclesiásticas o cortesanas como Gonzaga, o coronado, con cetro y armiño como el monarca francés. Al primero de estos dos, los artistas en muchas ocasiones nos lo han presentado como un guapo muchacho. Sin embargo, en el trasfondo la belleza atribuida en el dicho tenga más bien un significado de tipo espiritual.
Dejando a un lado el santoral hay quien imputa la frase a la elegancia y porte de los soldados franceses que formaban el cuerpo de ejército conocido como ‘los cien mil hijos de San Luis’, que allá por 1823 apoyaron a los absolutistas españoles a favor de Fernando VII contra los liberales, dando fin al trienio que lleva este nombre. Asimismo el dicho popular hay quien lo relaciona con el aspecto físico de la persona, a pesar de que el macho no sea muy agraciado, pero que, al aparecer bien vestido, peinado y acicalado, también le sea otorgado el calificativo.
En nuestro caso dejando a un lado los varones que gozan de santidad, así como a los guerreros franceses, y sin cuestionar al hombre apolíneo, vamos a referirnos al sexo masculino cuando se le califica así por su indumentaria. Esta digresión puede ser aplicable a algunos funcionarios de determinadas instituciones, demostrando éstas con ello, que dichos personajes al ser considerados como imagen de las mismas, son un ejemplo de su estatus, y en ocasiones del grado de poder. Un ejemplo de lo que decimos podría ser la indumentaria denominada de gala, con la que se provoca un trueque del uniforme de diario al de solemnidades, que viene a ser lo mismo que ocurre cuando se cambia el mono de faena por el traje de los domingos. A pesar de todo ello las instituciones valoraban la vestimenta de sus dependientes o subordinados, y en siglos pasados se acometía a la reposición del vestuario periódicamente, o bien con motivo de alguna celebración extraordinaria, como podían ser las proclamaciones o las honras fúnebres reales.
En referencia a lo primero esto ocurría con frecuencia en Orihuela con los maceros y clarineros de la Ciudad. Concretamente, el 12 de febrero de 1746, Andrés Ximénez de Mazón, mayordomo interino de los Propios, Rentas y efectos, pagaba a Francisco Mesples la cantidad de 184 libras 11 sueldos 3 dineros por el importe de las ropas de los citados servidores municipales, según orden de la Ciudad del mes de diciembre del año anterior. Lo abonado a Mesples correspondía por el paño, hechuras y «aforros», así como por las medias, sombreros y «demás aderentes». A la vista de la memoria presentada para que se hiciera efectivo el pago se aprecia que no se escatimó en calidades, al emplearse entre otros tejidos; paño, felpa y «sarra» negra, «olandilla», tafetán sencillo, seda teñida y colonia, todo ello para las ropas de los cinco maceros, por cuya confección se abonó a Gregorio Juan 75 reales.
La vestimenta de los clarineros se confeccionó por el mismo sastre que cobró 140 reales y empleó entre otros, grana, «sarra» colorada y galón. El vestuario se completó con ocho pares de zapatos, por los que el maestro aparador Barrer percibió por cada uno 7 reales y se precisaron siete docenas de broches a 12 reales cada una, cobrando una tal Rufina por coser los ojales y los broches, poco más de 66 reales. Así mismo, se adquirieron tres pares de medias y unos sombreros, pagándose por estos últimos, 55 reales.
Indudablemente que los maceros y los clarineros irían más bonitos que un San Luis, al igual que los equinos que aquellos en ocasiones montaban en situaciones extraordinarias como en las honras fúnebres de Fernando VI, que aunque se celebraron sin gran dispendio en 1759, fue preciso adquirir por un importe de 17 libras 6 sueldos, bayeta negra aragonesa para cubrir los caballos del comisario, del secretario subsíndico, de los cuatro maceros, del clarinero y del trompeta. Así mismo, fue necesario el alquiler de seis caballos para estos dependientes municipales, pagándose por ello y por los «adresos» de los citados equinos, al maestro sillero Joseph Arazil 4 libras.
Sea como fuere, al final todo se reduce, al margen de la nómina de santos y de los soldados franceses, al acicalamiento para ir «más bonito que un San Luis», aunque sea vistiendo de luto riguroso a esos mamíferos del orden de los perisodáctilos, solípedos, que eran cabalgados por los dependientes municipales.
Fuente: http://www.laverdad.es/