
POR APULEYO SOTO PAJARES, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Mis ríos preferidos, Duratón, Cega y Riaza, se han salido de madre, están fuera de sí, bulliciosos y asaltarines; se derraman y corren furiosos anegando las riberas que antes fueran murallas verdes. La guardia en pie de los álamos no les ha servido de nada, se la han saltado a la torera de noche y de día, como ladrones a pecho descubierto y cara vista. Malencarados, por cierto, cuando tan amables solían ser.
El verano los enflaquece y entierra, pero este invierno los ha desatado y dilatado por márgenes de hortalizas, viñedos y cereales, arramblando el humus nutritivo. No ha habido cosa que les pusiera freno, ni siquiera la CHD, que tiene autoridad, pero nada más, para ello, y al parecer lo ha hecho tarde y a las bravas, sin informar por adelantado. Empobrecidos agricultores, aguachinados sus frutos y simientes. ¿De qué es capaz un río no embridado por pantanos? De todo lo bueno y de todo lo deleznable, y más aún si a esas bocas de riego y electricidad se les suelta la lengua porque están a cien, a cien o mil por hora o por minuto: veneno en vena.
La Chorrera o Cola de Caballo del Duratón que se despeña por el pico de la Cebollera de las tres provincias –Madrid, Segovia, Guadalajara- muestra sus crines violentas más esponjosas que nunca, al menos desde 1947, cuando empezaron a datarse los números de la bella lluvia, en esta ocasión transformada en bestia causante de estragos.
La gente sale a ver este espectáculo cinematográfico y teatral de los ríos horizontales puestos en alto de aguas para dar y tomar, y se pasma y los teme, porque la realidad supera a la fantasía.
De niño me llevaron a ver pasar el Duratón por Fuentidueña, bajo los siete ojos de su puente romano o románico -¿quién lo sabe?-, la mitad hoy cegados, y me asombré y el asombro me perdura. (Cuidado, Rufino, con el chiringuito de cordero al horno; cuidado, Carlos, con “Ahoravasylocascas”, donde Manolo de Fuentesaúco refugia sus caravanas de mujeres en busca de marido rural).
¿Y qué reseñar del Cega, ese río ciego como un Cupido y arenoso como una playa de pinares, que de humilde y sencillo se vuelve soberbio de pronto y arrambla con todo lo que pilla y deposita lagunillas en sus márgenes, sobre las que croan las ranas hasta el amanecer? ¡Oh calles tituladas Cantarranas! Por allí, por Lastras, Cabezuela, Cantalejo… cortaba los ramos de retama del Domingo de Ramos mi padre y sacaba calderos de batracios, con la caña de mosquitos en la mano.
A esperar que escampe. El diluvio universal sólo duró cuarenta días y cuarenta noches. Y ya llevamos más de treinta.
Fuente: GLORIOSA GACETA DEL MESTER. Época II, nº 37. Octubre, 2013