POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Es indudable que los números que presentan mayor calidad mágica son aquellos que, con fortuna salen agraciados en los sorteos de la lotería, del bingo, o de la bono loto. Si nos atenemos a eso, creo que este año, para mí, lo del encantamiento o embrujo de los dígitos no ha funcionado, pues por no obtener, no me he visto agraciado ni con un reintegro en el Gordo de Navidad. Pero qué le vamos a hacer, pongamos esperanza en el sorteo del Niño, y que no me ocurra lo de este año, que lo tuve tan cerca que no lo vi. Sin embargo, si podríamos estimar que otros guarismos están aureolados con cierta imaginación, como ese que un buen amigo muy educado él, que al referirse en una íntima relación sexual al denominado como `el sesenta y nueve´, no duda nunca en citarlo como `el erótico´. Incluso es tan listo que cuando narra uno de sus chistes favoritos y pregunta qué es un `99 tac, 99 tac, 99 tac´, nos deja boquiabiertos al definirlo como un ciempiés con pata de palo.
Dejando a estos mariápodos y a estos números aparcados, si es que los dígitos pueden adoptar esta estática posición, salvo cuando están definidos como `rojos´ en las cuentas corrientes; existen algunos que se repiten, una y otra vez, dejando entrever un significado. Sin embargo, en la era de la informática el número mágico es bastante distinto a lo que supone esa aureola misteriosa que lo rodea en otras actividades, pues ese calificativo lo define como a una serie de caracteres alfanuméricos codificados que sirven para la identificación de los archivos. Pero dejemos a un lado este aspecto menos prosaico y recordemos algunos ejemplos de números que, por otro lado, si que van acompañados de un halo de misterio o bien tienen una significación en su posible identificación para los hombres.
Sin ir más lejos, el bueno de Pitágoras famoso por su teorema de catetos e hipotenusa, veía en el siete la perfección. Por el contrario, Lao Tsé padre del Taoísmo consideraba que el uno crea al dos, éste al tres, el cual genera todas las cosas, representando el punto central del equilibrio. Si de treses se trata, también en otras creencias viene a ser un número sagrado y dogmático. Sin ir más lejos, para los creyentes cristianos la Santísima Trinidad (tres personas distintas en un solo Dios), con lo que dificultaba a los misioneros hacer llegar este misterio a los indígenas que pretendían evangelizar, viéndose precisados a recurrir a representaciones tales como las que hemos encontrado en Arequipa (Perú), en las que los tres personajes juntos están encarnados por un mismo modelo, significando que aunque sean tres personas distintas son un solo Dios.
Por otro lado, llevando el tres como perfección adicionado al cuatro de carácter más material, con toda su carga significativa de los elementos definitorios de lo terrenal (aire, agua, tierra y fuego), llegamos a ese siete del que hablábamos, como nexo entre el cielo y la tierra. Y de sietes a modo de puente entre lo empíreo y lo humano, son muchos los ejemplos que encontramos como los días de la semana, los cambios de las fases de la luna cada siete día, y en el terreno bíblico, comienza a repetirse desde el séptimo día interpretado como descanso de Dios en la creación, hasta el candelabro de siete brazos, o el reiterado siete en la toma de Jericó: «Así haréis por seis días; siete sacerdotes llevarán delante del arca siete trompetas resonantes. Al séptimo días daréis siete vueltas en rededor de la ciudad, yendo los sacerdotes tocando sus trompetas».
Así podríamos continuar hasta llegar al Apocalipsis de San Juan, en el que el siete es constante: iglesias de Asia, estrellas, candeleros de oro, trompetas justicieras, sellos, libros y ángeles. Otros números bíblicos son las diez plagas de Egipto, los diez Mandamientos o las doce tribus de Israel. Y, en el Catolicismo, algo que siempre nos preocupa a los creyentes: los siete pecados capitales, aunque unos más que otros, pues lo del buen comer y relacionarse sexualmente, podría llegar a ser venial, aunque los excesos no sean aceptables, sobre todo en lo primero.
En siglos pasados, para los oriolanos, un número significativo es el 150, con el que se establecía en los estatutos de 1586 y 1736, el número máximo de cofrades de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario de los dominicos, en recuerdo de las avemarías del salterio o rosario completo con sus quince misterios. Así como en la Escuela de Cristo, cuyo número clausus era de 72 (24 sacerdotes y 48 seglares), en clara alusión a los discípulos que elige Jesús para la predicación del Evangelio, o los ancianos de Israel, o los nombres de la Virgen, o los años que Ésta vivió en carne mortal en la tierra.
Asimismo, para los amantes de la Historia y tradiciones de Orihuela, el número dos, representado en palmas de martirio, en estrellas o luceros, o en dos ollas hirvientes, vemos tras ello a las vírgenes alfareras sevillanas, Patronas de la Ciudad: Santas Justa y Rufina, que según siempre nos han dicho «eran dos hermanas, la una vendía tramusos y la otra avellanas». Sin embargo, el tres se identifica con la Armengola y sus dos hijas, hasta el punto que, cuando durante la Segunda República, en la noche del 16 al 17 de julio, se situaban tres luces en vez de dos como tradicionalmente se efectuaba, se desacralizaba el símbolo y se pasaba a identificarlas con la citada mujer de Pedro Armengol y sus dos mancebos acompañantes disfrazados con ropas femeninas. Números y números, y entre ellos el 28, que por cierto mañana y en diciembre lo relacionamos con los Santos Inocentes. Y en su honor, una inocente inocentada, valga la redundancia, con el dígito 192, identificable con el número de vueltas a los puentes que llevamos dadas desde el 26 de marzo de 2010, hasta este día de 27 de diciembre 2013. Y con esta entrega se termina `La vuelta a los puentes´. ¡Ojo!, en esta etapa, dando comienzo a otra nueva si Dios lo quiere, en el 2014. Así que con el año nuevo; vida nueva, y dale, que dale, con nuevas vueltas a los puentes.
Fuente: http://www.laverdad.es/