POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA

Peñausende es toda una referencia del ámbito rural zamorano, tanto si nos adentramos en su geografía como en su historia. En este caso podemos perdernos hasta donde aguante nuestra capacidad.

Si partimos de su geografía, asentada en esa orla o aureola metamórfica que nos señala la entrada en el batolito del granito sayagués, destacamos ese cerro donde se levantó su histórico castillo, auténtico vértice geodésico a 872 metros de altitud. Su término municipal alcanza una extensión de 5.372 hectáreas, en un relieve cosido de valles y arroyos, cerros y laderas propios de su encaje en esa geografía que nos anuncia Sayago.

Su historia suena a leyenda en muchos casos. Fue declarada villa de señorío de la Orden de Santiago que nace en Castrotorafe, en el reinado de Fernando II, 1158-1188. El castillo levantado sobre esa rara y atractiva geografía constituyó una atalaya imponente en las Tierras del Duero, hasta el punto de encontrarse una referencia en el siglo XVI, que nos habla de que la torre del homenaje del castillo de Peñausende sirvió de referencia para muchas otras construcciones del reino. La fortaleza fue clave en el avance de la reconquista como nos lo confirma la cercanía de otra fortaleza en la dehesa el Asmesnal.

Como villa fue centro comarcal de primera categoría como lo demuestra a lo largo de varios siglos su fiesta y con ella la Feria de San Martín el once de noviembre. Esta fiesta y feria ha constituido toda una referencia comercial, en la que las ropas usadas, como curiosidad, serían un interesante reclamo. Peñausende mantuvo transacciones comerciales con las provincias de León, Valladolid, Salamanca y Portugal, a pesar de las limitaciones aduaneras. El día de San Andrés era también una de las fiestas más reconocidas de la localidad. Ahora, estas fiestas ya se han acomodado a los fines de semana correspondientes.

Nos quedan todavía las emociones que ofrece esa geografía privilegiada de Peñausende que nos permite contemplar nuestra ciudad desde la lejanía, desde ese mirador 220 metros más alto, sin olvidar los restos del último molino de viento que funcionó en la comarca y además degustar esa gastronomía propia y de unas cualidades verdaderamente excepcionales.

Fuente: http://www.laopiniondezamora.es/