
POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Hace más de veinte años, «escarabichando» en una huerta en la que en un cierre lateral tenía en pleno fruto unas 6 o 7 pescales (era esto a mediados de septiembre), se me acercó un matrimonio (él gijonés, gallega ella) con dos niños como de unos 8 a 10 años.
Tras el saludo de rigor, dijo el «papi»: «Pedid permiso al señor para que os deje coger unas ciruelas de esos árboles».
El «señor», que era yo, asombrado ante esa orden exclamó: «¡Puxa Asturies! ¡Mira que un gijonés llegue a confundir cirueles con piescos… «le zumba al pandero»!
Se acercan a una pescal y ante mi estupor explica: «¡Anda!. No son ciruelas sino melocotones, pero muy malos; ¿verdad?»
Mi respuesta inmediata fue: ¡Ni melocotones, ni albaricoques, ni nectarinas, ni paraguayos… ¡Son PIESCOS, PIESCOS…! Y ¡TIENEN EL SABOR DE ASTURIAS, QUE YE EL MÁS SABROSU DE LOS SABORES!
Se despidieron sin probarlos y un tanto enojados.
Una antigua rima asturiana advertía que:
«Piescos floríos
y piescos maduros;
noches y díes
son todos unos.»
Con ello se indicaba que la floración de «les pescales» solía tener lugar en el equinoccio de primavera y el tiempo ideal de maduración del fruto era el equinoccio de otoño.
En ambos periodos la duración de los días es casi igual a la de las noches.
Dicen los que saben de esto que los piescos (Prunus persica L) es una variedad silvestre del melocotonero, siendo su cuna oriental y su historia de muy remota antigüedad.
Tan es así que hasta se cuenta como leyenda que la tan traía y llevada «fruta prohibida del Paraíso» no era una manzana sino un melocotón o albaricoque. En Asturias, por supuesto, de no insistir en la manzana (que era de mingán) nos inclinamos por un PIESCU, lo que justifica que en muchos lugares denominen así a los genitales femeninos.
Este año «les mios pescales non dieren piescos» y gracias a la generosidad de unos amigos voy a comer una «farturina » adecuada a mi edad. Y con «el sobrante» haré una mermelada tipo dulce.
Es muy fácil.
Los piescos, pelados y sin pepita, cuecen en agua con un poco de zumo de limón y una rama de canela. Bastan unos hervores.
Se sacan y, eliminada la canela, se pasan por un pasapurés de agujeros finos para, con igual cantidad de azúcar, proseguir la cocción en forma moderada y suave hasta lograr el punto deseado.
Se lleva la mermelada a tarros de vidrio y dan unos hervores al baño maría de agua.
¡Y a comer , que es un placer! , como aquel «fumar» del cuplé de Sara Montiel
Como los piescos suelen ofrecer cierta acidez, conviene «pasarse» en el azúcar de la cocción.
¡Ah! Se me olvidaba advertirles que después de los piescos no beban agua. Mucho mejor sidra dulce.
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