POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Siempre se ha dicho que el oficio más antiguo del mundo era aquél en que la mujer vendía su cuerpo. Venta en muchas ocasiones por necesidad. Este tráfico carnal a lo largo de la historia, y según épocas ha estado regulado, e incluso explotado por la autoridades del momento, tal como ocurría en la Oriola foral, en que el Consejo tenía la facultad de arrendar el burdel, que también estaba dedicado a posada, siendo destinadas las ganancias a fines sociales. Asimismo, para poder las mujeres trabajar como prostitutas debían inscribirse en un registro en la Baylía valenciana, lo cual les dejaba francas las puertas para ejercer el oficio durante un año en burdeles autorizados, ya que el trabajo autónomo no estaba permitido.
J. Rufino Gea Martínez, Cronista Oficial de Orihuela desde 1900 a 1920 nos habla sobre cómo debían diferenciarse las mujeres honradas de las pecadoras al acudir a la iglesia. Estas últimas irían sin manto, cubriéndose con una mantilla de tres palmos. También narra que estaban sujetas a una reglamentación, que si por alguna razón no cumplían eran castigadas con azotes, o tras haberlas dejado en pelota eran embadurnadas e introducidas en un cajón lleno de plumas, siendo de esta guisa obligadas a recorrer las calles.
Ha pasado mucho tiempo desde esos años a que hace referencia J. Rufino Gea, y la prostitución y las casas en la que se ejercía han vivido distintos momentos de permisibilidad o de prohibición, viéndose a veces enmascaradas dentro de otros locales, como los cabaré que proliferaban en Orihuela durante la Segunda República.
Siempre he pensado que esta actividad era conscientemente consentida, incluso se sabía y conocía a los clientes asiduos, en la época de nuestros padres y abuelos que aterrizaban por dichos locales, no necesariamente a practicar sexo, sino a tertulias alrededor de una mesa camilla al calor de un brasero y bajo la presidencia de una botella de coñac o anís. Me viene a la memoria aquella anécdota en la que se vio envuelto como protagonista un conocido mío cuando era joven, allá por los primeros años de los sesenta del pasado siglo. Éste, al llegar a la casa de citas, y ver la ‘madama’ su juventud, le preguntó cuál era su nombre. Avergonzado se lo dio, a lo que la señora le contestó: «Hijo, y tu padre y tu tío Paco. ¿Cómo están? Si yo no conozco otra cosa». Así de generación de generación, la clientela se mantenía adquiriendo un tono de familiaridad.
Pasados unos años, estos locales desaparecieron y comenzaron a proliferar otros de alto nivel, en los que se ofrecen nuevos tipos de servicios como masajes y restaurante. De igual manera que empezaron a surgir pisos francos enmascarados en edificio de viviendas familiares. Tuve la mala fortuna de soportar durante varios años uno de estos locales situado justo encima de mi vivienda. Al margen de las muchas molestias sufridas y las cuatro fugas de agua padecidas, son muchas las anécdotas que podría referir, pero solo voy a narrar una que me sucedió una tarde al salir a la calle, y coincidir con un presunto cliente, con trazas de ser oriundo de la Vega Baja, que estaba tocando por error el timbre de mi domicilio. Le pregunté que a dónde iba y me dijo que era fontanero que lo habían llamado del segundo derecha, que era mi casa. Le comuniqué que yo no había reclamado su servicio. Entonces me indicó que iba al piso de enfrente, a lo que le repliqué que allí no vivía nadie. Su respuesta fue: «Bueno, pues me voy». Di la vuelta a la manzana y volví a encontrarlo tocando otra vez el timbre de mi domicilio. No pude aguantar más y le increpé: «Dígame que va c’a las putas y le digo el piso». Ni corto, ni perezoso me contestó: «¿Es que tengo yo cara de putero?» Allí terminó todo cuando le contesté «usted lo sabrá», y se marchó.
Esto que ahora recuerdo como algo gracioso no me hace olvidar las muchas incomodidades sufridas por tener sobre mi techo un piso dedicado a la prostitución. Al final todo se arregló, emigraron las mozas y mozos, que de todo había, a otro piso dedicado a este oficio más antiguo del mundo. Oficio que en 1918 en Orihuela quedaba regulado por medio de un reglamento, siendo alcalde Antonio Balaguer Ruiz, el cual sometía a aprobación un proyecto de reglamento que, después de casi diez meses de padecer algunas dificultades, era definitivamente aprobado el 27 de septiembre de dicho año. En otro artículo ya transcribí los once puntos de que constaba el citado ‘Reglamento de casas de prostitución’, pero recordemos algunos de ellos. Así, estaba prohibida la música, el juego y el servir comidas. No se permitía vivir habitualmente a mujeres menores de 40 años que no se dedicasen a la prostitución. Las ventanas y balcones debían estar cerradas por medio de cortinas o persianas que impidieran la visión del interior. Se exigía que llevasen un registro de las prostitutas, indicando la fecha de entrada, nombre y apellidos y la fecha de salida de la casa, señalando en este último caso la causa de la misma. Para poder ejercer la prostitución aquellas mujeres menores de 25 años, debían de tener autorización de sus representantes legales, y se les exigía un certificado sanitario en el que se indicase que no padecían enfermedades contagiosas. Estas mujeres tenían prohibido dirigirse y provocar a los transeúntes y no podía ir por las calles desde las 10 de la mañana a la una de la madrugada.
Así quedaba regulado en el año de la ‘grippe’ el oficio más antiguo del mundo y el lugar donde se practicaba. Sin embargo, actualmente el evitar esta práctica en edificios de viviendas familiares es hartamente difícil, hasta el punto que en muchos casos no se puede conseguir, teniendo que soportar esta desagradable situación. Por nadie que pase.
Fuente: http://www.laverdad.es/