POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La década entre 1940 a 1950, fue muy penosa para casi todos los españoles porque unos pocos gozaban de privilegios, pero la gran mayoría ‘bailaba al son que retocaban’. Muchos no podían cubrir sus necesidades más perentorias, tanto en la alimentación como en el vestido y la higiene.
Al imponerse el sistema de abastecimiento de alimentos, material de limpieza y tabaco, muchos ciudadanos de Ulea, esperaban como agua de mayo, para cubrir, en precario, sus necesidades.
Lo lamentable era que mucha de la mercancía, con más frecuencia de la deseada, no llegaba a los establecimientos que estaban autorizados para su distribución.
Se alegaban excusas tan peregrinas, como que la mercancía se había extraviado en el camino, el barco no había llegado, el tren lo habían asaltado y desvalijado, los alimentos habían llegado en mal estado, y un sinfín de contratiempos.
La realidad era bien distinta ya que bastantes veces, la mercancía era desviada a otros canales de distribución, ajenos a los que había asignado el Gobierno de la Nación y llegaba a distribuidores, que tenían acceso a las oficinas de la competencia, y lo almacenaban en sus almacenes particulares.
Allí lo vendían a comerciantes particulares que lo revendían, a escondidas, haciendo el negocio del siglo. A estos revendedores se les llamaba ‘estraperlistas’.
Claro que, para conseguir salir indemnes del trapicheo, se veían obligados a sobornar a las personas que conocían los entresijos del negocio y podían delatarles. “Se llevaban muy bien y ambos se lucraban sin tener hartura”, aunque los españoles vivieran en la miseria y aumentara el índice de mortalidad por falta de higiene y malnutrición; caldo de cultivo ideal como para que florecieran epidemias de enfermedades infecciosas, a cuya cabeza figuraba la tuberculosis.
Pues bien, los fumadores, que eran portadores de sus cartillas de racionamiento, se quejaban de que la saca no llegaba al pueblo y el estanquero autorizado se veía y deseaba para dar explicaciones y salir ileso de los improperios y ademanes de los descontentos.
Tal era el grado de malestar y desconfianza que un grupo importante se quejó ante el corresponsal de ‘La Verdad de Murcia’ y un día 21 de febrero de 1948 publicó la siguiente noticia:
Son varias las quincenas en las que el estanquero del pueblo, no tuvo que molestarse en ir a Murcia para recoger la saca correspondiente al tabaco que, ordinariamente, se asigna a este pueblo, porque el cupo de Ulea, aun no ha llegado, alegando, como excusa, situaciones variopintas que no convencían a nadie. Y, aunque los miembros de la redacción no somos fumadores (gracias a Dios), queremos salir al paso de esta anomalía en beneficio de los amantes del humo.