REBAJA, QUE ALGO QUEDA • SOBRE LOS COMERCIOS DE LA CIUDAD QUE COMENZARON A OFRECER DESCUENTOS
Ene 13 2014

POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO

Varias mujeres rebuscan en un expositor de bolsos durante las rebajas en unos grandes almacenes de la ciudad. / nacho orejas
Varias mujeres rebuscan en un expositor de bolsos durante las rebajas en unos grandes almacenes de la ciudad. / nacho orejas

Parece que las fiestas de Navidad no terminan hasta que languidecen las rebajas de enero, que se fueron convirtiendo en un clásico de primeros de año. Las rebajas, los saldos, oportunidades y descuentos no existieron siempre como apéndice de las ventas, y durante siglos los comerciantes atesoraban en la trastienda el género, cuando las novedades de temporada eran cosa menor y el buen paño se vendía en el arca. Era motivo de desdoro, para vendedores y compradores, la suerte de excedentes y la máxima del buen comercio era el precio fijo, tal como solía anunciarse en el espejo que presidía el mostrador, en el letrero que expresaba la seriedad del establecimiento: «Precio fijo».

Las rebajas eran fruto de la posguerra, de un tiempo en el que fueron creciendo la oferta y la multiplicación de los objetos, cuando los comerciantes empezaron a querer dejar vacío el almacén, haciéndose a la vez con unos cuartos buenos para reponer los materiales.

Hace sesenta años algunos tenderos empezaron a avisar a sus clientes de todo el año para ofrecerles discretamente los sobrantes de la temporada, y los sobrantes de los sobrantes salían directamente a la venta con buenos precios al alcance de muchos. Y eso se hizo muy atractivo y se empezaron a formar colas a la puerta de las tiendas, con madrugones y discusiones que reclamaban con frecuencia la figura imponente de un «gris», un guardia de capote y porra forrada de cuero.

Hubo rebajas en Oviedo que se hicieron clásicas, todas desaparecidas, como las tiendas que las convocaban. Así ocurrió en Almacenes Botas, donde cuenta la leyenda urbana que los dependientes tenían en su contrato de trabajo una cláusula que los obligaba a trabajar todo el día de Reyes, quitando los escaparates y poniendo a cambio las rebajas, que no siempre eran de los mismos artículos. Allí bien cerca, Al Pelayo tenía un sistema de ventas patentado, el «2×1», que la gente aprovechaba especialmente para reponer ropa de casa. Rebajas con «gris» a la puerta las había también en Almacenes Generales, en Santa Cruz, donde todos nos surtíamos de zapatillas nuevas, de Wanba, e incluso de chanclos para los malos inviernos borrascosos.

Rebajas especiales había en establecimientos selectos como Casa Montes, Modas Huergo y Luz Cuesta, que afortunadamente sobrevive. De allí se salía con objetos inesperados que solían mejorar los del día de Reyes.

Las rebajas de ahora, reguladas y pautadas, son otra cosa, pero no hay quien las pare en una forma de placer y amor al chollo. Si juntamos esta euforia con el barullo de las Navidades, da la impresión de que todo el monte es orégano. A ver qué viene después.

Fuente: http://www.lne.es/

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